diumenge, 9 de desembre del 2012

Letra y sangre (per Moncho Alpuente)

Si hubiera justicia en este mundo (no la hay) a José Ignacio Wert terminarían erigiéndole en Cataluña un monumento financiado por suscripción popular de sus agradecidos enemigos que se reagrupan y refuerzan cada vez que el españolizador irredento abre la boca o tira de ley. Si hubiera justicia en el otro, en cuya existencia tampoco creo, José Ignacio Wert ya habría obtenido una plaza concertada a perpetuidad en el paraíso por sus ímprobos esfuerzos para devolverle a Dios, al suyo que son tres, todos los resortes de la educación en detrimento de la enseñanza pública y laica. La asignatura de religión, la suya, vuelve a ocupar su lugar preeminente desplazando a la ética y laminando la Educación para la Ciudadanía, perversa herramienta en manos del Diablo y de sus satánicos intermediarios. El anteproyecto permite conceder subvenciones a los colegios que ofrecen educación diferenciada por sexos en contra de todas las sentencias del Tribunal Supremo. Solo hay un ser supremo y lo demás son vanas imitaciones humanas. El teorema de la duplicación de la Santísima Trinidad afirma que si Dios son tres, Dios y Dios son seis, de lo que se deduce que no hay Dios sin tres. Ofrezco esta especulación aritmética de mi invención al anticuado acervo de la enseñanza de la religión católica renovada y concertada.
Estudiante durante más de una década en colegios de curas y de frailes, escuché, como quien oye llover a buen recaudo, numerosos y falaces argumentos contra la coeducación sustentados por todos los padres dela Iglesia (no existen madres de la Iglesia con peso doctrinal relevante). El demonio acechaba debajo de todas las faldas, por largas y tableadas que fueran. Lo que Dios había separado en el Cielo que no lo unieran los hombres en la Tierra. Así estaban las cosas hasta que la democracia, otro invento diabólico, decidió no subvencionar a los colegios segregacionistas ni concertar nada con ellos. No tardó mucho la jerarquía católica en vender su primogenitura por el apetitoso plato de lentejas de las subvenciones y de las concertaciones. Con el ánimo encogido y la mano desplegada, los colegios religiosos abrieron sus puertas a la coeducación mientras oraban y conspiraban para que las cosas volvieran a ser como antes. Díscolos y renuentes estos mártires presuntos que ya habían renegado de la separación de poderes entre Dios y el César alentaron peregrinos informes y discursos sobre los graves peligros de encerrar en las mismas aulas a las niñas y a los niños.
Niñas y niños convenientemente segregados recibíamos con sus correspondientes matizaciones las mismas enseñanzas. La religión prevalecía sobre toda ciencia. Darwin solo aparecía por allí, como un intruso indeseable, en los últimos cursos del Bachillerato. Eva no era fruto de la creación suprema sino una recreación efectuada a partir del ADN de una costilla de Adán, obra esmerada de un diseño inteligente y práctico, los frutos del árbol de la Ciencia seguían siendo venenosos. El “Amaos los unos a los otros” se sustituía por “la letra con sangre entra” o el “quien bien te quiere te hará llorar”. Tanto amor y tanta colleja, capón, palmetazo o bofetada no consiguieron enmendarme. En contra de lo que afirmaba mi profesor de Filosofía, sigo manteniendo que Jaime Balmes no es la cima más alta del pensamiento filosófico español, ni siquiera del catalán; hasta Wert estaría de acuerdo en ello. Hace tiempo que prescribieron los delitos de abusos y malos tratos que nos infligieron a generaciones y generaciones de españolitos, cristianos por una gracia de Dios. Casi todos los culpables estarán muertos o fuera de juego y sus sucesores han aprendido a meterse las manos en los bolsillos aunque sus doctrinas sigan maltratando el sentido común.
Los niños de hoy serán los dirigentes del mañana. Con esta máxima de San Pero Grullo como lema, la Iglesia Católica mantiene como irrenunciable prioridad, por encima de cualquier razón (sinrazón) teológica o doctrinal, su papel preponderante en la educación adaptándose al principio del sabio San Camaleón: lo importante no es el color que tengas que adoptar sino seguir cazando moscas a lengüetazos antes de que el Diablo las mate con el rabo.