divendres, 13 de desembre del 2013

La matanza de Génova

David Torres

Desde que alcanzó la cúspide del poder hace dos años (cual King Kong trepando hasta lo alto del rascacielos), la trituradora del PP se ha transformado en un alocado plató cinematográfico donde no es que no sepan qué película están rodando: es que no saben ya ni el género. En ocasiones es una película de terror, una versión mecanizada de Freddy Krueger en Melilla con inmigrantes en lugar de zombis. Otras veces parece un remake de El guateque, con el ministro Wert emulando a Peter Sellers y ejecutando una metedura de pata tras otra. Pero generalmente la película es un reality ampliado de La familia Monster, con Cospedal, Montoro y Mariano luchando por soltar la parida más gorda y pisándose las mejores frases. La penúltima ha sido el birlibirloque semántico con que han girado del revés la desestimación de la demanda de María Dolores contra Luis Bárcenas (no hay que olvidar que otro de los géneros canibalizados por el PP es el cine judicial, en este caso, Demanda como puedas).
Básicamente el PP es King Kong, pero enamorado de sí mismo. En medio de este pandemonio mitológico, flotando en la espesa sopa de ganso, está Soraya en plan chica normal, al estilo de Jessica Lange con mantilla o de Zeppo en las películas de los hermanos Marx. Soraya sirve en el PP como una especie de ancla de normalidad, un referente para no despeñarse demasiado lejos. Soraya es el intermedio musical de los comunicados populares, el momento para que el público refrene los espasmos de risa, saque los pañuelos y seque las lágrimas provocadas por las carcajadas. Sin Soraya podría haber calambres en las mandíbulas e incluso muertos en las ruedas de prensa.
Sin embargo, al igual que a veces Harpo se desmelena y acaba destrozando un piano de cola para extraer de sus tripas un arpa, también a veces Soraya se descontrola y se contagia del caos general. Ayer la pobre Soraya parecía Tippi Hedren en la cabina telefónica de Los pájaros, aterrada mientras los cristales se rajaban ante los impactos de los sucesivos gaviotazos. Montoro no paraba de cortar cabezas en Hacienda, la sangre rebosaba ya los muros del ministerio, y Soraya mantenía el tipo al grito de “¡Es normal, es normal!”, cual obediente comisario político en el remolino de una purga de Stalin.
Visto desde los parámetros del PP, la escabechina es normal, efectivamente. Más aun, es el pan nuestro de cada día. No se entiende por qué un gobierno que ve normal desmantelar la sanidad, trocear los hospitales para saldarlos al peor postor, destrozar la educación hasta los cimientos y atracar a los ciudadanos para alicatar de oro los palacetes de los banqueros, iba a ver algo extraño en talar de unos cuantos hachazos la Agencia Tributaria. Si ven lógico, humano y muy cristiano que unos inmigrantes se despedazen contra una espiral de cuchillas, cómo van a ver algo raro en que Montoro se ponga el traje de enterrador y decapite a sus principales colaboradores. Soraya lo ve normal porque gobernar desde Génova es como hacer los deberes en medio de la familia de La matanza de Texas.