diumenge, 4 de març del 2018

Elecciones a la vista

JUAN CARLOS ESCUDIER

Rajoy no es de los que se suicidan políticamente aunque su conducta ya la resumió Conrad por boca de uno de sus personajes: “Que piensen lo que quieran. No pretendía ahogarme. Tenía la intención de nadar hasta hundirme, que no es lo mismo”. Esta es la frase que mejor define la deriva de un Gobierno desarbolado que se resiste a entrar en dique seco. Navegar no navega, pero aún flota.
Náufrago de sí mismo, incapaz de sacar adelante alguna de sus iniciativas y singularmente los Presupuestos, acorralado por la corrupción, repudiado por sus socios, contestado en las calles y vapuleado en los sondeos, cualquier Ejecutivo normal de un país normal se estaría planteando a estas alturas la fecha de un adelanto electoral, que es como se resuelven en democracia este tipo de situaciones. Claro que este país tiene poco de normal y nuestra democracia se asemeja a una escultura de barro en esa fase inicial en la que  es únicamente una masa informe de arcilla lista para ser moldeada.
Hay, sin embargo, indicios de que nos encaminamos a lo inevitable. El primero es la irrupción del Gobierno en ese mercado persa que sólo abre sus puertas cuando hay elecciones a la vista. Del tenderete ha salido ya o se anuncian en el escaparate la equiparación salarial entre Policías del Estado, la nueva oferta de empleo público,la promesa de un decreto para que los ayuntamientos puedan usar el superávit de 2017, la reestructuración de la deuda autonómica y hasta incentivos fiscales para los pensionistas más longevos, aunque esto último sea dar esa comida en escamas para peces a tiburones ancianos pero hambrientos.
El segundo es la agitación en el interior del PP, cuyos dirigentes no es que teman por el hundimiento del partido sino por el suyo propio. Estamos a dos encuestas desfavorables de una revuelta que, a mayores, apuntaría a la cabeza de Rajoy, de cuyo letargo ya se cantan coplas y al que se pide que haga algo si es que su religión se lo permite.
Si el presidente creyera realmente que puede agotar la legislatura aprovecharía el obligado relevo de Guindos para acometer una intensa remodelación ministerial con la que transmitir el mensaje de que la parálisis no es completa y el enfermo aún respira. Limitarse a nombrar a un nuevo ministro de Economía y mantener al resto sólo puede significar que las elecciones están al caer y no merece la pena cambiar la tripulación del barco con la bocana del puerto a la vista. Con ello, Rajoy evita también señalar un posible sucesor y se deja la puerta abierta para repetir como candidato.  Con la izquierda recreada en su ombligo y siempre que el ascenso de Ciudadanos no culmine en sorpasso, hay quien sueña con unas elecciones que dieran mayoría absoluta a la derecha y con el señor de las siestas de nuevo a los mandos. Hay pesadillas de las que cuesta trabajo despertar.
Paradójicamente y mientras deshoja la margarita o intenta depilar el cactus, lo único que está dando oxígeno al de Moncloa es la crisis territorial catalana que hoy volvía a escenificarse en el Parlament y que podría cronificar la aplicación del artículo 155. En esa lucha sin cuartel contra el independentismo ha encontrado Rajoy un salvavidas y un argumento para contradecir al propio Conrad cuando decía que solo aquellos que no hacen nada están libres de cometer errores y que la mejor forma de resolver los problemas es enfrentarse a ellos. El horror ha escapado del corazón de las tinieblas y pronto pondrá cara a los carteles de las farolas. Al tiempo.