Todo el mundo sabe que Mariano Rajoy ha cimentado su éxito y su estrategia desde el 20-D sobre un convencimiento: dado que los dos partidos a la izquierda, PSOE y Podemos, se disputan el mismo electorado, jamás iban a ser capaces de entenderse y forjar una coalición capaz de conformar una mayoría alternativa. A esa hipercompetencia electoral, Rajoy seguramente también sumaba a su favor las décadas de agravios pendientes entre la "socialdemocracia" y la llamada "verdadera izquierda". Hasta ahora ese convencimiento se ha cumplido como un seguro que le ha permitido sacar adelante la legislatura sin grandes apuros.
Pero nada es eterno, ni dura eternamente; ni siquiera para Rajoy. La primera reunión entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez tras Vistalegre 2, y las primarias que marcaron la resurrección de líder que le llamó "indecente", no traen buenas noticias ni para el presidente, ni para su aclamada estrategia.
La primera mala noticia para Rajoy es que parece que ambos líderes han decidido hacer borrón y cuenta nueva, dejar lo pasado en el pasado. Ni memorial de agravios, ni juego de échale a él la culpa, ni melodramas al estilo Pimpinela, ni tramas enrevesadas para hacer una especie de mix entre Juego de Tronos y House of Cards con toques de Cuéntame. Que Iglesias y Sánchez dejen de mirar al pasado para mirarle a él y al futuro no parece una buena señal para Rajoy. El camino de la confianza resulta largo y fatigoso, pero éste suele ser el primer paso.
La segunda mala noticia para Rajoy reside en que tanto Sánchez como Iglesias han tenido la inteligencia suficiente de no liarse ni con la moción de censura ni con los vetos. Ambos parecen haberse percatado de que lo urgente y lo importante ahora es cómo tumbar al Gobierno de Rajoy, no cuándo. El presidente quiere acabar la legislatura por encima de todo. La estrategia de la oposición debería ser infligirle el mayor número de derrotas parlamentarias posibles para obligarle a acortar la legislatura. Crear grupos de trabajo y buscar acuerdos concretos por políticas y áreas parece la mejor manera de plantearlo.
La censura al Gobierno Rajoy no puede ni debe forzarse o acelerarse si se pretende tener éxito. Debe ser oportuna y responder a una demanda social abrumadora y a la constatación de la existencia de una alternativa viable y fiable. La corrupción por sí sola no va a acabar con este Gobierno, ni puede conformar el único argumento que una los votos del cambio. Cuando se presente la oportunidad y la opinión pública lo exija, debe existir una mayoría alternativa que haya demostrado su capacidad para llegar a acuerdos y poner en marcha políticas comunes.
Un oportunista nato como Albert Rivera apoyará a Rajoy mientras los beneficios superen a los costes. En el momento que perciba la existencia de una demanda social de censura al Gobierno del Partido Popular y una mayoría capaz de ganarla, correrá a ponerse el primero de la fila pretendiendo haber estado siempre allí.
Los socialistas no deberían repetir tanto que solo presentarán una moción de censura si salen los números. Con nuestro sistema de censura constructiva eso resulta casi imposible. Pero es que, además, en lo que queda de legislatura seguramente no le quede otro remedio que activarla para que Pedro Sánchez pueda visibilizar su candidatura en sede parlamentaria.
La semana ya empezó mal con la performance de Luis Bárcenas, al mejor estilo de aquel Mario Conde explicando el expolio de Banesto ante el Congreso entre risitas y gestitos. Comer a toda prisa con Albert Rivera para chupar portada, y aguantarle dos horas de sesión de coaching, ha tenido que ser duro. Pero todo es susceptible siempre de empeorar aún más, presidente. Esto se anima.
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