Juan Carlos Monedero
Estoy
de acuerdo, como en tantas otras ocasiones, con mi amigo Escudier
cuando dice, preguntándose por la oportunidad de la plataforma Podemos
(y siempre, como nos tiene acostumbrados, desde su insobornable
honestidad y su inagotable autocrítica), que es “un antiguo, tiene ideas
apolilladas sobre las cosas, planteamientos obsoletos y prevenciones
arcaicas”. Son normales los recelos en una persona de edad madura, aún
más cuando viene acompañado de una excelsa condición de periodista de
raza, con ese aire marmóreo de las viejas redacciones, siempre
desconfiadas por lo novedoso y siempre agudas para detectar como vigas
las pajas de la duda en los ojos de la audacia.
Esa cercanía a lo clásico forma parte de su aguda mirada sobre las
cosas, donde siempre nos ayuda a posar la pátina del demorado tiempo
sobre los asuntos vertiginosos del acontecer diario, ayudándonos con su
mirada serena y el peso del polvo a ver ángulos que las ventanas
abiertas se empeñan en ocultar, aún más cuando las inclemencias del
devenir alientan esas horas que, segundo a segundo, todo lo borran.
Como los curas que veían en las postrimerías del XIX al diablo conducir
el ferrocarril y a Belcebú detrás del hechizo infernal de la clavija de
la luz, la destreza en el uso del lenguaje de mi buen tocayo sirve para
intentar dotar a Podemos de un frescor tan absoluto que parece querer
devolverlo a una condición infantil o confinarlo en la cuna donde deben
crecer los que aún no son ni siquiera adolescentes. Qué maravilla ese
rebotar de expresiones que, aunque no tan lejanas, hoy parecen sacadas
de una televisión en blanco y negro. En boca del amable Escudier,
expresiones como “mola mazo”, “chachi piruli” o “guay del Paraguay”,
lejos de sonar frívolas o arcaicas o teñir de insignificancia a quienes
supuestamente cambian los conceptos de Gramsci o Marx por “cantidubi y
puñado” “que sí tío” o “al loro”, reverberan como los adjetivos en los
antiguos bandos del Alcalde Tierno Galván y dan un tono festivo a su
texto que alegra los corazones de los que crecieron con la abeja maya,
que solaza a los desempleados que gozan del castigo del mucho tiempo
disponible, reconcilia a los pensionistas con sus certezas y tiñe del
color de los que forjaron el acero la deshilachada bandera de Colón que
Rajoy ya no cose para desespero de Aznar y Rosa Díaz (aunque también de
algunos que siguen creyendo que los que hablan catalán o eusquera lo
hacen solamente para joder con inquina a los manchegos).
Le zumba al amigo Escudier lo de dividir para unir, como lo haría un
amenazador enjambre de avispas en el confesionario de las certezas. Sin
embargo ¿no fue siempre así como nacieron las nuevas formas de sumar,
especialmente allá donde la aritmética sancionaba -con maneras de
maestro cansado- que más allá del número conocido sólo habitaba la
incertidumbre y la angustia? Cuando el ábaco ya no es eficiente para
calcular el futuro, hay que empezar a contar de otra manera, aunque los
que se han hecho en la cartografía de un pequeño territorio y de un
pequeño instrumento intuyan que en el nuevo horizonte serán menos
relevantes. Son tiempos de generosidad o de enroque. Con la
determinación del poder de poner fin al contrato social democrático -en
Occidente ahora, que en otras tierras nunca lo cumplieron-, quedarse en
el garaje para no perder nota en el carnet con puntos de la crisis del
régimen del 78 no aporta las notas de valentía de la que dieron cuenta
los clásicos cuando narraban las hazañas de los hombres y mujeres
heroicos que desafiaron a los mares, las fortalezas, los imperios, los
hechiceros, los bandidos, los torpes y al propio miedo.
“Podemos” porque sabemos. Y sabemos que necesitamos dos vectores, allí
donde los clásicos sólo ven uno y les contenta cualquier pequeño avance
que les confirme que el futuro será más luminoso pese a la miseria del
presente. Aunque sea mentira. Necesitamos en el reino de España, y ahí
vamos de la mano Escudier y un servidor -que para eso hemos caminado
avenidas creadas con las mismas piedras-, crear un Estado social y
democrático de derecho que se precie. Que se parezca al mejor de los que
existan en el planeta. Aunque para lograrlo, el palimpsesto en que se
ha convertido nuestra Constitución -demasiado cargada de jurisprudencia
reaccionaria dictada por jueces que venían del franquismo- necesita ser
puesto en un museo, de manera que deje paso a que, por vez primera, las
españolas y españoles, decidan de qué Constitución quieren dotarse.
Claro que habrá que crear puentes, pero va siendo hora de que nuevas
gentes intenten nuevas cosas. No vamos a recuperar el pasado de antes
del franquismo si no miramos con firmeza hacia delante.
El consenso del 78 recuerda al queso cuajado con leche natural, donde su
sabor y su olor están descompensados. Hay que crear nuevos consensos.
Porque tenemos que decidir muchas cosas. Ni siquiera personajes con
laureles sobre sus sienes como Juan Carlos Escudier pudieron decidir qué
orden constitucional querían. Hora es de atrevernos a ser de verdad
adultos y no regalarle a otros la voz a nadie debida. Con el regalo
sobrevenido de que así toda la ciudadanía será convocada. Cosa que no
ocurre en el orden tradicional de las cosas. Por eso suma votos Escudier
con defecto de forma y resultado fallido, atribuyéndole a la hermana
mayor de la izquierda un resultado de 1,7 millones de electores cuando
el resultado obtenido por Willy Meyer fue de apenas 588.000 votos.
Junto al Estado social y democrático de derecho, necesitamos un nuevo
vector experimental, de esos que tanto asustan a los que hace mucho
tiempo que no saltan desde un trampolín ni bajan andando las escaleras y
la máxima novedad y radicalismo que aceptan es probar nuevas variantes
en el gin tonic o comprarse una camiseta en Desigual. Un vector que
termine con la mentira del artículo 67.2 de la Constitución, que prohibe
a los ciudadanos el mandato imperativo -que los diputados obedezcan a
los votantes o paguen políticamente por ello- pero permite que los
partidos mandaten imperativamente a los diputados y los multen y
amenacen si se atreven a pensar por sí mismos. Que entregue a la
ciudadanía la gestión de muchos asuntos públicos -que tienen que ser
públicos pero no estatales, como el control de los medios de
comunicación, las garantías de la transparencia, la honestidad de los
bancos, etc.-.Que avance con formas de economía social, de impulso del
cooperativismo, de gestión colectiva de los bienes comunes, de gestión
ciudadana de la enseñanza, la sanidad, los cuidados, que busque nuevas
formas de negocio en el mundo de internet y, al tiempo, controle
monopolios y frene el poder de los lobies. Que se atreva a gestionar el
decrecimiento. Que establezca el revocatorio de diputados, senadores,
alcaldes y Presidentes de Comunidades Autónomas o del Gobierno, pruebe
con formas de sorteo de los cargos públicos, establezca limitación de
los mandatos y tantas cosas como se les ocurra a la ciudadanía y sirvan
para avanzar.
No es, como dice con buenas intenciones Escudier, un asunto de egos y
vanidades, sino un asunto de cansancio ante la complacencia frente a
tanto roto y tanto descosido. No se me escapa que la crítica es sensata.
Pero ¿acaso no decidió Lenin montarse en el tren alemán que lo iba a
llevar a la Rusia de los zares? Otros, menos afables que Escudier, hozan
con el mismo argumento pero desde la amargura, la envidia y la
soberbia, y no esperan nada de la transformación que no sea cumplir los
mandamientos del programa que ellos mismos han pergeñado en la soledad
de su caverna. Hay que desconfiar de los que no son capaces de reírse de
sí mismos. Escudier ríe y por eso un futuro luminoso lo acompañará
cuando los heraldos negros sean desterrados de nuestras tierras y a
hombres de su condición les sea acompañado su saber con las honras de la
riqueza y la magnificencia.
No caben, para sosiego del ínclito periodista, “arreglos arcaicos de
última hora”. No solamente por la inmoralidad que supondría tomar
decisiones contrarias a la propuesta con la que nace Podemos (que
convoca a toda la ciudadanía, no a los liderazgos, a ser corresponsable,
desde ya participando en unas primarias), sino porque, y de esto saben
los antiguos -que para eso tienen experiencia-, porque no serviría para
nada. “Podemos” amplía la base social de la transformación. Crece donde
otros ya no pueden ni saben contar. Emociona donde otros simplemente
convocan una vez más a esa “responsabilidad” triste que viene demediando
nuestra democracia desde la Transición. Algunos están pensando en
escorar hacia posiciones más decentes a alguno de los partidos del
régimen del 78. Los partidos del 78, muy lejos de ese escenario, están
preparando una Gran Coalición donde los mismos nos suministren más
medicina de la misma. No hay más salida que sacar más votos que ellos.
Nadie, por muy antiguo que sea, puede contar con que haciendo las cosas
de la misma manera vaya a obtener un resultado diferente. El momento es
nuevo. Claro que da miedo. Claro que hay que ser prudentes. Estamos
perdiendo todo lo construido en los últimos cuarenta años. Los que
gustan de conversar con los clásicos pueden recordar que los dioses
reservaban a los elegidos una vida tranquila y la posibilidad, en la
madurez o en la vejez, de dar la vida defendiendo a la patria para
despedirse del mundo con gloria. Sin ponernos melodramáticos, la patria,
bien sabe mi amigo Escudier, está más en los pronombres que en el toro
de Osborne o en los viejos instrumentos de la política: yo, tú, él,
ella, nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ellos, ellas. Porque sin
pronombres, el verbo se queda desguarnecido. Y nuevos verbos necesitan
nuevos pronombres.