El PP sigue la pauta de otros escándalos y el futuro político de la presidenta de la Comunidad de Madrid cada vez es más negro
FERNANDO GAREA
La conclusión indiscutible es que Cristina Cifuentes es un cadáver político, aunque respire. Queda por saber de qué forma y cuándo será enterrada. Recibió su homenaje a título póstumo en la convención del PP, pero mientras siga en su cargo habrá un cadáver político al frente de la Comunidad de Madrid.
Empezó como un posible caso de favoritismo o de currículo engordado; evolucionó a un asunto mucho más turbio con falsificación de documentos incluida y en el penúltimo episodio se ha pretendido convertir en una trama contra Cifuentes.
El PP ha seguido el manual habitual aplicado a sus casos de corrupción: la negación, el apoyo y cierre de filas, la teoría de conspiración, la caída y el duelo. En todas se ha seguido el guion al que se añaden clásicos como “me alegro de que haya investigación judicial para poderme explicar”, “solo pretenden desgastar las instituciones” y el “todos son iguales” con la mirada a otros partidos en busca de casos similares. Es el protocolo habitual que explica que el PP no haya podido liberarse del peso de todos los escándalos.
“Este sumario algunos han pretendido convertirlo en una causa general contra el PP. Esto no es una trama del PP, como algunos pretenden. Esto es una trama contra el PP, que es una cosa muy distinta", dijo Mariano Rajoy el 11 de febrero de 2009 cuando arrancaba Gürtel. Arremetieron entonces contra la Fiscalía, contra el juez y contra los que lo denunciaron, como ahora han intentado dirigir el tiro hacia un profesor con carné del PSOE, como si eso probara la conspiración universal contra Cifuentes. Luego vino el “Luis, sé fuerte” y la distancia absoluta de los implicados, como si no les conocieran de nada.
Ahora estamos saliendo de la fase del “Cristina, sé fuerte”, para entrar en la próxima pantalla, la de dejarla caer y mirar para otro lado, como si Cifuentes nunca hubiera sido de ellos. "Con lo que la aplaudimos en Sevilla y ahora tener que dejarla caer", vienen a decir dirigentes del PP.
Luego vendrá el duelo, porque hace solo un mes Rajoy creía tener una candidata potente en Madrid y ahora tiene un agujero electoral enorme y donde más duele, en una comunidad emblemática, donde queda en manos de Ciudadanos. Cifuentes representaba un PP nuevo en una comunidad que ha sufrido como ninguna los escándalos de este partido, con Ignacio González, Esperanza Aguirre, Francisco Granados y otros caídos también al infierno, desde el respaldo a la distancia y la indiferencia, como manda el protocolo interno de actuación de los populares. Cifuentes era hace un mes la persona indicada para quitarles el luto por los caídos.
Con Cifuentes ahora quedan tres salidas: la dimisión para ser sustituida por otro candidato del PP al estilo de Murcia; la moción de censura, o que se mantenga en el cargo.
La dimisión al estilo murciano es negada de momento, pero también en Murcia pasaron semanas de negación hasta admitir lo inevitable y dar paso a otro presidente con los votos de Ciudadanos. Debe ser alguien del grupo parlamentario de la Asamblea y requiere pensar en un candidato potente para 2019 que no se adivina en este momento. Esta opción dejaría una notable imagen de debilidad del PP, en manos de Ciudadanos y al son de la música de Albert Rivera, que se cobraría una pieza de caza mayor.
Esta opción requiere paciencia y maduración, porque es sabido que Rajoy no mata, sino que espera al suicidio de los que le estorban, para que parezca un accidente.
La de la moción de censura del PSOE, con apoyo de Podemos y Ciudadanos, tiene la ventaja para el PP de que identifica al partido de Albert Rivera con opciones de izquierda y, de alguna manera, lo sacaría del espectro de centroderecha de cara a 2019. "Votad con PSOE y Podemos si queréis acabar con ella, que al menos no os salga gratis esta muerte y que este cadáver nos sea útil", dirían los del PP a los de Ciudadanos, haciendo de la necesidad virtud.
Esa estrategia tiene el inconveniente de que hay que hacer mucho esfuerzo de distorsión y de imaginación para identificar a Ángel Gabilondo con la etiqueta de rojo radical, perroflauta y podemita.
La tercera vía es la llamada vía muerta, es decir, la de la resistencia marianista de permanencia en el cargo, contra viento y marea. Puede seguir en el cargo, pero la Comunidad de Madrid tendrá un cadáver político al frente, con una agonía de un año hasta desembocar en las elecciones autonómicas de 2019. Ciudadanos no se habría sumado a la moción de censura, habría enterrado su petición de dimisión y tendría que justificar haber permitido que Cifuentes siga. Y Rajoy tendrá en todo caso el problema de buscar candidato para esos comicios y asumir el desgaste de Cifuentes en la presidencia. Mientras, avanzarán la investigación judicial y el calvario.
Si el líder del PP y presidente del Gobierno opta por esta vía, será solo por interés estratégico, porque significará que le importa poco Cifuentes y su combustión lenta.
Y, además, al PP se le van acabando las balas: disparó al aire la de la renovación parcial de su dirección con la entrada de Maillo, Maroto, Levy y Casado; ha malgastado la de la convención de impulso político, y tiene en vilo la de la estabilidad por Cataluña y los Presupuestos. Le queda la de la sorpresa con candidatos potentes para 2019, agitado por las prisas de dirigentes del PP.