Luis García Montero
La épocas de crisis son momentos propicios para el nacimiento de
alternativas. Se sabe. Junto a las soluciones previstas por el sistema
para encauzar el sufrimiento, pueden surgir ideas nuevas que cuestionen
la rutina y busquen otro horizonte. Se sabe. El descrédito generalizado
de la política propia de una época permite la consolidación de nuevas
formas de hacer política, ilusiones que articulen la realidad de los
ciudadanos y los procedimientos institucionales. Se sabe. Si no llegan a
surgir alternativas, horizontes y nuevas formas de hacer política, no
es sólo por el poder controlador del sistema, sino por la
irresponsabilidad de la izquierda. Los errores de la izquierda son con
frecuencia parte decisiva del sistema. Se sabe. Todo se sabe.
Vivimos una crisis profunda de la política. Su descrédito
generalizado, más allá de la corrupción, se debe a que ha sido incapaz
de ofrecer soluciones a los problemas de los ciudadanos. Tenemos tan
claro que las decisiones económicas de los gobiernos se toman en los
despachos de los banqueros y los especuladores, que tendemos a olvidar
el poder que conservan todavía los gobiernos para enfrentarse a la
realidad. Cambiar la política significa recordar ese poder.
¿Cómo puede recordarse? Valorar las condiciones concretas de cada
situación histórica resulta imprescindible para buscar respuestas
efectivas. Aquí, en España (no en EE.UU, Rusia o China), la historia
política reciente viene marcada por un poderoso sistema bipartidista
fundado en la Transición. Con la ayuda del nacionalismo catalán y vasco
cuando ha hecho falta, este sistema impone una rotunda inercia
neoliberal de privatizaciones, desmantelamiento del Estado y deterioro
de los derechos laborales. El control bipartidista afecta al
funcionamiento de sectores tan importantes como la justicia, la
comunicación y la rabia cívica. El sistema necesita que el descrédito
del PP se convierta en un granero de votos para el PSOE y los
desencantos del PSOE en un caldo de cultivo para el PP. Sus peleas y sus
errores son en el fondo un servicio de ayudas mutuas.
En esta situación, el PSOE es un partido experto en resucitar. Se
sabe. Llega al poder, ofrece un respiro en derechos cívicos degradados
por la derecha y luego vuelve a rodar en favor de los bancos, las leyes
hipotecarias y las reformas laborales exigidas por los grandes
empresarios. Se sabe. Claro que se sabe.
Pues si se sabe, ¿por qué no plantearse en serio una alternativa
política que abra horizontes nuevos? Porque la irresponsabilidad de la
izquierda forma parte del sistema. Tan del sistema son los que quieren
pactar con el PSOE una lista electoral como los que taponan una
alternavita real y se sienten cómodos en un testimonio minoritario.
La crisis política y económica ha sido tan grave en estos años que la
indignación cívica y la rebeldía son ahora un factor poderoso. Con una
ley electoral y una situación mediática y económica tan hostil a la
verdadera representación popular, la única manera de hacer efectiva esta
rebeldía contra el bipartidismo es la constitución de un frente amplio
que permita un vuelco significativo del paisaje parlamentario. Las
fuerzas a la izquierda del PSOE coinciden en un 90 % en su lectura de la
realidad. Fragmentar, disgregar, romper, hacer inviable ese frente
amplio es un acto de irresponsabilidad.
Las situaciones de crisis graves alientan el populismo. Héroes
mediáticos, salvadores de la patria y personajes de carisma individual
surgen para pedir el voto de los ciudadanos. A veces esas apariciones no
son nada populistas y tienen incluso un significado sólido y mucho
valor político. Pero tienen también una limitación y una
irresponsabilidad: fragmentar, romper la unidad necesaria. Esta
irresponsabilidad está causada casi siempre por otra irresponsabilidad
más grave: el estancamiento de la fuerza mayoritaria de la izquierda,
que prefiere convertirse en un tapón antes que poner en duda sus redes
de control interno. ¡Mejor 5 diputados que 50 no controlados por mí!
¡Mejor ningún alcalde a 2 alcaldes no controlado por la dirección! Y
así…
Izquierda Unida es hoy la fuerza mayoritaria en la representación de
una posible alternativa política. De ahí su mayor responsabilidad. O de
ahí su mayor irresponsabilidad a la hora de no buscar soluciones que
eviten la parálisis y la fragmentación. Negarse a construir un marco
cívico común para elegir a sus candidatos en unas primarias supone un
error muy, muy grave.
En España (no en EE.UU, China o Rusia), el descrédito de la política
se debe al deterioro de los mecanismos participativos de la democracia.
Resulta poco alentador votar cada cuatro años para que después los
partidos jueguen con nuestro voto en sus corrupciones, sus tratos con
los poderes financieros y sus componendas. No puede haber transformación
al marge de los cauces participativos. El grito de “no nos representan”
define de forma muy precisa la situación. Por eso las primarias son
algo más que un procedimiento democrático. Son una metáfora, el recurso
para que los ciudadanos vuelvan a sentirse convocados, protagonistas de
una política que solucione sus problemas y configure la rebeldía
institucional contra la avaricia, la usura y la crueldad de las
desigualdades. Significa también entender que los procedimientos son
inseparables de los contenidos.
En esta situación concreta, en España, en enero del 2014, afirmar que
un programa es más importante que el rostro de la persona que lo
defiende supone estar fuera del mundo y no haber comprendido nada.
Supone convertirse en mediocridad de aparato o en vividor de la
política. Supone admitir que preferimos taponar el avance de la
izquierda antes que perder el control interno y los sillones de un
podercillo miserable.
Por favor, vamos a sumar, intentemos la unidad de un frente amplio.
La irresponsabilidad política es inseparable de los egoísmos
particulares. Se sabe. Joder, claro que se sabe.