José Antonio Nieto
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM
Mi abuela decía que yo nunca sería un economista convencional (afortunadamente), porque ni me gusta remover el pasado (la historia económica) ni me creo las previsiones (económicas). Sobre lo segundo no vale la pena discutir: los organismos nacionales e internacionales revisan con tanta frecuencia sus previsiones, que es preferible esperar unos meses antes de dar crédito a lo que dicen. Además, algunos políticos tienen la desfachatez de interpretar los datos a su antojo, diciendo, por ejemplo, que los salarios en España están subiendo moderadamente, aunque luego a micrófono cerrado presuman de la continuada reducción de los costes salariales. Tal vez presumen también de otras atrocidades que aún no se han atrevido a convertir en previsiones estadísticas, como el pretendido y disparatado –pero celestial– propósito de mejorar el crecimiento demográfico privando a las mujeres de su derecho a decidir sobre si quieren o no quieren tener hijos y en qué circunstancias pueden hacerlo o no.
Sobre mi supuesta aversión a la historia (tal y como nos la cuentan), o al estudio de la historia económica, he de reconocer dos cosas. Primera, es obvio que hay que conocer la historia para intentar no repetir los mismos errores. Segunda, sumergirse en el estudio de la historia proporciona a menudo enseñanzas sublimes. Por ejemplo, no hace falta recurrir a los tópicos hispanos de “que inventen otros”, ni parafrasear una vez más a Ortega (España es el problema, Europa la solución), para darse cuenta de que en España los cambios trascendentales, al menos en lo económico, han venido a impulsos forzados desde el exterior. ¿Cómo empezó a desmantelarse la autarquía franquista? Con el Plan de Estabilización de 1959, obligado por la bancarrota económica y auspiciado por el FMI y la OCDE (o sea, el equivalente a lo que hoy son los “hombres de negro” de la Troika). ¿Cuándo se instaló España –como país desarrollado– en el panorama internacional? Cuando culminamos la incorporación a la OTAN y a las Comunidades Europeas en los años 80 (es decir, cuando los “hombres de azul” norteamericanos y nuestros azules vecinos europeos nos dieron la bendición). Hay ejemplos recientes más conocidos, pero la conclusión parece clara: mejor hacer caso a lo que nos dicen desde fuera. Porque dentro, las opiniones cambian tanto como las leyes educativas, y a quien mantiene una línea de sensatez, rigor y coherencia se le suele ignorar o sólo se le permite predicar en desiertos, a ser posible sin cantimplora.
Lo más curioso es que ahora, desde el exterior, el único que parece decir algo interesantes es el FMI. La UE se ha acomodado a su ritmo timorato, ilusorio, fuera de órbita, y su discurso oficial es cada vez más ultra conservador. Sin embargo, el aparentemente renovado FMI dice, por ejemplo, que las políticas de austeridad mal entendidas llevarán a la perdición a Europa, y que la situación del desempleo en España no se remediará tan fácilmente como piensan nuestros gobernantes. ¿A quién creer? ¿Qué previsiones manejar? ¿Y si una noche de plenilunio viene el FMI a decirnos que los salarios ya han bajado demasiado en España, o que esta gran recesión no es ajena al funcionamiento de los bancos y el sistema financiero? O, como diría mi abuela, no es ajena al creciente afán de unos pocos por apropiarse de los recursos de los demás. No estaría nada mal un sueño como ese, un FMI salvavidas en lugar de verdugo: sobre todo si al venir sus “recomendaciones” desde fuera se tomasen en serio.
Mientras tanto, le he prometido a mi abuela que escribiré muy pronto algo sobre el FMI. Pero creo que no va a ser necesario que le aclare que en España también están bajando las pensiones, y seguirán bajando hasta difuminarse, aunque algunos y algunas lo nieguen. Ni tampoco tendré que decirle que la pobreza en nuestro país ha aumentado. Ya lo sabe. Igual que sabe que la sanidad pública está siendo secuestrada. Igual que intuye que sólo nos daremos cuenta del daño que se hace cercenando las políticas públicas cuando vengan desde el extranjero a recordárnoslo: tal vez desde la OCDE, si sus estadísticas siguen colocando nuestros niveles educativos a la cola de los países desarrollados.
Lo que creo que sí debería explicarle a mi abuela son las diferencias que hay entre salarios nominales y reales, masa salarial bruta y salario líquido, costes salariales unitarios y remuneraciones de algunos privilegiados, retribución de los asalariados en la Contabilidad Nacional y otras partidas macroeconómicas y menos macroeconómicas, como el pequeño detalle de pagar impuestos directos e indirectos. Son aspectos que nuestros ministros ocultan o tergiversan cuando hablan de esos temas. Pero está claro lo que me responderá si, a sus años, intento explicarle todo eso. Me dirá: si ya lo sé… gane lo que gane, cada vez me luce menos.
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM
Mi abuela decía que yo nunca sería un economista convencional (afortunadamente), porque ni me gusta remover el pasado (la historia económica) ni me creo las previsiones (económicas). Sobre lo segundo no vale la pena discutir: los organismos nacionales e internacionales revisan con tanta frecuencia sus previsiones, que es preferible esperar unos meses antes de dar crédito a lo que dicen. Además, algunos políticos tienen la desfachatez de interpretar los datos a su antojo, diciendo, por ejemplo, que los salarios en España están subiendo moderadamente, aunque luego a micrófono cerrado presuman de la continuada reducción de los costes salariales. Tal vez presumen también de otras atrocidades que aún no se han atrevido a convertir en previsiones estadísticas, como el pretendido y disparatado –pero celestial– propósito de mejorar el crecimiento demográfico privando a las mujeres de su derecho a decidir sobre si quieren o no quieren tener hijos y en qué circunstancias pueden hacerlo o no.
Sobre mi supuesta aversión a la historia (tal y como nos la cuentan), o al estudio de la historia económica, he de reconocer dos cosas. Primera, es obvio que hay que conocer la historia para intentar no repetir los mismos errores. Segunda, sumergirse en el estudio de la historia proporciona a menudo enseñanzas sublimes. Por ejemplo, no hace falta recurrir a los tópicos hispanos de “que inventen otros”, ni parafrasear una vez más a Ortega (España es el problema, Europa la solución), para darse cuenta de que en España los cambios trascendentales, al menos en lo económico, han venido a impulsos forzados desde el exterior. ¿Cómo empezó a desmantelarse la autarquía franquista? Con el Plan de Estabilización de 1959, obligado por la bancarrota económica y auspiciado por el FMI y la OCDE (o sea, el equivalente a lo que hoy son los “hombres de negro” de la Troika). ¿Cuándo se instaló España –como país desarrollado– en el panorama internacional? Cuando culminamos la incorporación a la OTAN y a las Comunidades Europeas en los años 80 (es decir, cuando los “hombres de azul” norteamericanos y nuestros azules vecinos europeos nos dieron la bendición). Hay ejemplos recientes más conocidos, pero la conclusión parece clara: mejor hacer caso a lo que nos dicen desde fuera. Porque dentro, las opiniones cambian tanto como las leyes educativas, y a quien mantiene una línea de sensatez, rigor y coherencia se le suele ignorar o sólo se le permite predicar en desiertos, a ser posible sin cantimplora.
Lo más curioso es que ahora, desde el exterior, el único que parece decir algo interesantes es el FMI. La UE se ha acomodado a su ritmo timorato, ilusorio, fuera de órbita, y su discurso oficial es cada vez más ultra conservador. Sin embargo, el aparentemente renovado FMI dice, por ejemplo, que las políticas de austeridad mal entendidas llevarán a la perdición a Europa, y que la situación del desempleo en España no se remediará tan fácilmente como piensan nuestros gobernantes. ¿A quién creer? ¿Qué previsiones manejar? ¿Y si una noche de plenilunio viene el FMI a decirnos que los salarios ya han bajado demasiado en España, o que esta gran recesión no es ajena al funcionamiento de los bancos y el sistema financiero? O, como diría mi abuela, no es ajena al creciente afán de unos pocos por apropiarse de los recursos de los demás. No estaría nada mal un sueño como ese, un FMI salvavidas en lugar de verdugo: sobre todo si al venir sus “recomendaciones” desde fuera se tomasen en serio.
Mientras tanto, le he prometido a mi abuela que escribiré muy pronto algo sobre el FMI. Pero creo que no va a ser necesario que le aclare que en España también están bajando las pensiones, y seguirán bajando hasta difuminarse, aunque algunos y algunas lo nieguen. Ni tampoco tendré que decirle que la pobreza en nuestro país ha aumentado. Ya lo sabe. Igual que sabe que la sanidad pública está siendo secuestrada. Igual que intuye que sólo nos daremos cuenta del daño que se hace cercenando las políticas públicas cuando vengan desde el extranjero a recordárnoslo: tal vez desde la OCDE, si sus estadísticas siguen colocando nuestros niveles educativos a la cola de los países desarrollados.
Lo que creo que sí debería explicarle a mi abuela son las diferencias que hay entre salarios nominales y reales, masa salarial bruta y salario líquido, costes salariales unitarios y remuneraciones de algunos privilegiados, retribución de los asalariados en la Contabilidad Nacional y otras partidas macroeconómicas y menos macroeconómicas, como el pequeño detalle de pagar impuestos directos e indirectos. Son aspectos que nuestros ministros ocultan o tergiversan cuando hablan de esos temas. Pero está claro lo que me responderá si, a sus años, intento explicarle todo eso. Me dirá: si ya lo sé… gane lo que gane, cada vez me luce menos.