David Torres
Tras Aznar, Zapatero, Belén Esteban y Rosa de España, Solbes se ha unido a la moda de los escritores sin fronteras, ese selecto club donde se pasa de los cuadernos de ortografía a la mesa de novedades en dos golpes de telediario. Solbes además, al igual que dos de los intelectuales arriba citados, no sólo ayudó a arruinar un país sino que ahora además pretende que nos enteremos de cómo lo hizo. Una prerrogativa de los hombres de acción es la de sentarse, años después del desaguisado, y dar otro palo al mundo con la crónica de sus destrozos. Aunque sería bastante temerario por nuestra parte incluir a Solbes en la categoría de hombres de acción, ya que, propiamente, no hizo gran cosa aparte de negar la realidad y guiñar el ojo, dos actos que ya en su día prefiguraban el desastre. Nos falta saber si cuando decía que teníamos el mejor sistema financiero del mundo estaba cruzando los dedos de las manos y de los pies, aunque para saber eso habría que leerse el libro.
Suena algo frívolo reducir la gestión de Solbes al gesto de guiñar un ojo como si estuviera jugando al mus, pero es más piadoso tacharla de frivolidad que ponerse a analizarla a fondo. Entonces podríamos cometer la indiscreción de recordar aquellos consejos a lo Arguiñano que daba Solbes cuando era ministro: compren conejo en lugar de ternera, que es más barato; no dejen propina en el bar, que no hace ninguna falta; hay que apretarse el cinturón, etc. En vez de un libro de memorias desmemoriadas, Solbes podía haber encuadernado todas esas lecciones de sabiduría gastronómica en una colección de refranes y haberle pedido un prólogo a Mariló Montero.
La versión de Solbes difiere de la de Zapatero casi tanto como las dos juntas de lo que en realidad sucedió. Ya advirtió John Lennon en una famosa canción que tú haces planes pero la vida es lo que te pasa. Más aun, aunque no hagas nada de nada, como este par de próceres cuando se nos vino encima el derrumbe, la vida sigue siendo lo que te pasa, aunque a ellos, la verdad, no les pasó nada: nos pasó a nosotros. García Márquez corrigió a Lennon al declarar que la vida no es lo que pasa sino lo que se recuerda: a los españoles estos dos nos pasaron por encima durante tantos años que mejor no recordarlos.
En cualquier caso, parece que Solbes se arrepiente ahora, a toro pasado, de su papel en la segunda legislatura de Zapatero. Una lástima que no se hubiera arrepentido antes aunque, para quienes sabían leer entre líneas, el arrepentimiento ya estaba consignado en el aleteo del párpado de Solbes. En unos pocos meses el guiño alcanzó la intensidad de un intermitente y al final tuvo que recurrir a una medida que no se le había ocurrido para el baile de San Vito financiero en el que ya estábamos metidos de lleno: un parche.
Tras Aznar, Zapatero, Belén Esteban y Rosa de España, Solbes se ha unido a la moda de los escritores sin fronteras, ese selecto club donde se pasa de los cuadernos de ortografía a la mesa de novedades en dos golpes de telediario. Solbes además, al igual que dos de los intelectuales arriba citados, no sólo ayudó a arruinar un país sino que ahora además pretende que nos enteremos de cómo lo hizo. Una prerrogativa de los hombres de acción es la de sentarse, años después del desaguisado, y dar otro palo al mundo con la crónica de sus destrozos. Aunque sería bastante temerario por nuestra parte incluir a Solbes en la categoría de hombres de acción, ya que, propiamente, no hizo gran cosa aparte de negar la realidad y guiñar el ojo, dos actos que ya en su día prefiguraban el desastre. Nos falta saber si cuando decía que teníamos el mejor sistema financiero del mundo estaba cruzando los dedos de las manos y de los pies, aunque para saber eso habría que leerse el libro.
Suena algo frívolo reducir la gestión de Solbes al gesto de guiñar un ojo como si estuviera jugando al mus, pero es más piadoso tacharla de frivolidad que ponerse a analizarla a fondo. Entonces podríamos cometer la indiscreción de recordar aquellos consejos a lo Arguiñano que daba Solbes cuando era ministro: compren conejo en lugar de ternera, que es más barato; no dejen propina en el bar, que no hace ninguna falta; hay que apretarse el cinturón, etc. En vez de un libro de memorias desmemoriadas, Solbes podía haber encuadernado todas esas lecciones de sabiduría gastronómica en una colección de refranes y haberle pedido un prólogo a Mariló Montero.
La versión de Solbes difiere de la de Zapatero casi tanto como las dos juntas de lo que en realidad sucedió. Ya advirtió John Lennon en una famosa canción que tú haces planes pero la vida es lo que te pasa. Más aun, aunque no hagas nada de nada, como este par de próceres cuando se nos vino encima el derrumbe, la vida sigue siendo lo que te pasa, aunque a ellos, la verdad, no les pasó nada: nos pasó a nosotros. García Márquez corrigió a Lennon al declarar que la vida no es lo que pasa sino lo que se recuerda: a los españoles estos dos nos pasaron por encima durante tantos años que mejor no recordarlos.
En cualquier caso, parece que Solbes se arrepiente ahora, a toro pasado, de su papel en la segunda legislatura de Zapatero. Una lástima que no se hubiera arrepentido antes aunque, para quienes sabían leer entre líneas, el arrepentimiento ya estaba consignado en el aleteo del párpado de Solbes. En unos pocos meses el guiño alcanzó la intensidad de un intermitente y al final tuvo que recurrir a una medida que no se le había ocurrido para el baile de San Vito financiero en el que ya estábamos metidos de lleno: un parche.