Vicenç Navarro
El Ministro de Finanzas del gobierno alemán, el Sr. Wolfgang Schäuble, escribió un artículo en
El País
(20.07.13, p.31), significativamente titulado “No queremos una Europa
alemana”, en el que subrayaba que lo último que Alemania desea es que
Europa sea una réplica de su país, negando cualquier intento de
alemanizar Europa. En realidad, el ministro señalaba que no es la
intención del gobierno alemán la de liderar el desarrollo de la Unión
Europea, proceso que, según él subraya, debe construirse por todos y con
todos los países, en una decisión colectiva. Esta postura del Sr.
Schäuble es, según él, la de los sucesivos gobiernos alemanes desde
Schröder a Merkel.
Esta postura, sin embargo, entra en claro conflicto con la propia
narrativa y argumentación utilizada por el ministro alemán para explicar
el porqué la Unión Europea no acaba de arrancar y salir de la crisis.
Para la mayoría de países de la UE (no solo de la periferia de la
Eurozona, sino incluso del centro, como Francia e Italia), esta
situación actual es intolerable. Y ninguno de ellos ve salida a este
crecimiento económico tan lento, cuando no negativo.
Pues bien, según Wolfgang Schäuble, lo que estos países necesitan
hacer son “reformas en su mercado laboral y en su sistema de protección
social” (frase que aparece varias ocasiones en su artículo) “tal como
hizo Alemania” (frase que aparece dos veces en el artículo). Y para
protegerse de la crítica de que él está recomendando seguir el modelo
alemán, se refiere que “así lo están proponiendo el BCE, la Comisión
Europea, la OCDE y el FMI, presididos por un italiano, un portugués, un
mejicano y una francesa, ningún alemán” (no hay nada mejor que sean
otros los que propongan y/o apoyen tus propuestas). Detrás de la
retórica del ministro lo que estamos viendo es que el gobierno alemán
está imponiendo el modelo alemán a través de los organismos sobre los
cuales tiene una enorme influencia. Y así lo admite él mismo, utilizando
otros términos. Considera ejemplares las reformas laborales y sociales
de la Agenda 2010, iniciadas por el canciller Schröder, que admite que
fueron “dolorosas”, pero que salvaron al “hombre enfermo” que era la
economía alemana. Según el ministro, estas reformas dieron confianza a
los inversores, permitiendo así la recuperación económica, y tendrían
que hacerse también a lo largo del territorio europeo.
Este es el diagnóstico del ministro y sus recomendaciones que, según
él, la población europea está exigiendo y apoyando. Escribe que “según
las encuestas una clara mayoría de ciudadanos, no solo del Norte, sino
también del Sur de Europa, abogan por reformas y por la reducción de la
deuda y del gasto público para superar la crisis”. Tengo que reconocer
que tuve que leer esta cita dos veces, pues creía que me había saltado
algo. No, dice lo que cito. Bien, hasta aquí el dogma que reproduce el
establishment conservador-liberal que domina la gobernanza de la Unión
Europea, bajo el liderazgo del gobierno alemán.
Por qué el modelo alemán no es modélico
El mismo día que leía este artículo, leí el interesante informe del European Council on Foreign Relations, titulado
A German model for Europe?,
escrito por Sebastian Dullien (Profesor de Economía Internacional en la
Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín), que cuestiona de arriba
abajo las tesis expuestas por el Ministro de Finanzas alemán, indicando
que, ni el crecimiento de la economía alemana y su bajo desempleo se
deben a las reformas de la Agenda 2010, ni el modelo alemán es un buen
modelo para el resto de la Unión Europea. Y muestra abundante evidencia
para sostener sus críticas. Veamos los datos.
El informe de Dullien describe con detalle las reformas de la Agenda
2010, inicio de las supuestamente exitosas reformas. Tales reformas se
centraron en realizar cambios en el mercado de trabajo, que dieron como
resultado un mercado laboral dual, con división clara entre trabajadores
fijos y trabajadores temporales. Este último sector creció
dramáticamente, siendo responsable de un gran crecimiento de trabajos
precarios y de bajo coste. Dichas reformas se iniciaron en el año 2003 y
continuaron durante el gobierno Merkel. También, y como componente de
las reformas, se redujo el gasto público, incluyendo el social, pasando
algunos derechos y provisiones de ser universales (es decir, derechos de
ciudadanía) a sectoriales y/o asistenciales. Esas reformas fueron
altamente impopulares, causa de su posterior derrota electoral. Y así ha
sido en todos los países donde tales medidas se están aplicando. En
realidad, la mayoría de las encuestas muestran que la gran mayoría de
personas que viven en la Unión Europea están, no a favor como el
ministro escribe, sino en contra de tales reformas.
Un tanto semejante ocurre con los recortes de los gastos públicos que
caracterizaron la Agenda 2010, incluyendo el gasto público social, muy
sustanciales en educación y en Investigación y Desarrollo (I+D). Todas
estas reformas tuvieron muy poco impacto en el crecimiento de la
productividad. En realidad, y tal como muestra Sebastian Dullien, el
crecimiento de la productividad laboral en Alemania ha sido más baja en
los años 2000 que en la década anterior (sorprende en este sentido el
artículo de Schröder en el
Financial Times, 05.06.13, en el que
este autor aconseja que Francia copie a Alemania en estas
intervenciones, cuando en realidad el crecimiento de la productividad
alemana es menor que el francés).
Lo que ha sido muy acentuado ha sido la disminución de los salarios,
muy por debajo de la que le correspondería por el nivel de productividad
laboral, situación que es incluso más acentuada cuando se considera el
descenso de la inversión. En otras palabras, el crecimiento de la
productividad depende del trabajador (y de su salario) y de la inversión
en la infraestructura. Pues bien, ha habido un descenso muy marcado de
la inversión pública y privada, con lo cual, el crecimiento de la
productividad se ha basado primordialmente en el descenso salarial. En
el año 2008, el 20% de la población trabajadora recibía salarios bajos y
el 40% vio un descenso de sus salarios durante el periodo 2000-2006.
Este descenso salarial, más las políticas de recortes de gasto
publico, ha creado un problema grave de demanda doméstica durante todos
estos años, problema que ha sido diseñado por las políticas públicas del
Estado que han favorecido las exportaciones a los otros países de la
Eurozona, así como a los países emergentes. Este elevado grado de
dependencia de la economía de las exportaciones y la escasa atención a
la demanda doméstica y a la inversión y gasto público hacen
extremadamente vulnerable a la economía alemana a los vaivenes y
recesiones de la economía mundial, y sobre todo de la Eurozona.
Pero la exportación del modelo alemán es inviable en la Eurozona,
pues las políticas de austeridad y bajos salarios (que es la receta
alemana) están creando una escasez de demanda, origen de la crisis
actual. El modelo alemán no es bueno, ni para Alemania ni para el resto
de la Eurozona. El único al que se favorece es al sector exportador que,
provisionalmente, se beneficia de esta situación, hasta que deje de
haber demanda de sus productos, resultado de la recesión mundial.