Tania Sánchez Melero
Max Weber escribió que cuando una
decisión está políticamente condicionada, se quiere significar que la
respuesta dada depende, esencialmente, de los intereses relacionados con
la distribución, la conservación o el desplazamiento del poder. El que
hace política aspira al poder; ya sea al poder como medio al servicio de
otros objetivos o bien el poder por el poder mismo. Fin de la cita
Si
analizáramos el caso Bárcenas desde esta concepción de la política,
sería impensable que el debate sobre la comparecencia de Rajoy se
dirimiera en términos de ganadores y perdedores de una batalla
dialéctica que pugna por ganarse la confianza de una ciudadanía
“expectante”. Desde esta concepción, diríamos que el presidente no
facilitó dato alguno ni de las motivaciones que le llevaron al apoyo
incondicional al ex tesorero, ni en lo referido a la información que
permita valorar si la contabilidad B del PP es real.
Si creyéramos que el presidente es
sincero cuando dice que se equivocó al creer a Bárcenas y que “se le
cayó la veda de los ojos” cuando conoció las cuentas en Suiza,
concluiríamos que el presidente se ha dejado llevar por un acto de fe.
Desde luego es inquietante que el presidente del gobierno tome sus
decisiones por actos de fe.
El segundo de los aspectos, es aún más
preocupante. Lejos de dar explicaciones y datos que sustenten la
veracidad o falsedad de los papeles del tesorero, se limita a reiterar
que todo es falso salvo alguna cosa; que en el PP se cobran
complementos salariales. “Como en todas partes”, concluyó ufano el
presidente ante el estupor de los millones de parados, de quienes aún
con nómica no ingresan ni mil euros al mes, o de los autónomos que pasan
meses hasta cobrar sus trabajos facturados.
En resumen, el presidente pide disculpas
porque erró en su acto de fe, pero exige al parlamento, a la prensa y a
la ciudadanía, que en un nuevo acto de fe crean que el PP no es un
partido corrupto.
Seguimos esperando que se nos explique
por qué buena parte de las empresas supuestamente donantes son a menudo
adjudicatarias de contratos públicos de grandes infraestructuras cuya
realización hoy es claramente cuestionable. Me refiero a los aeropuertos
en los que no despegan ni aterrizan aviones, a las paradas del AVE en
las que no suben ni bajan viajeros, o a esas ruinosas carreteras de
peaje que parece, según declaraciones del presidente de OHL (empresa
donante), van a ser rescatadas con dinero público. Esas infraestructuras
sin sentido tienen relación directa con la crisis que hoy se trata de
resolver apretando los tornillos a la gente común que no participó de la
fiesta de las adjudicaciones entre amigos.
Me pregunto, siguiendo a Weber, si es que
acaso los sucesivos Consejos de ministros tomaban sus decisiones
guiados por la intuición de que mantener contento al poder económico era
el camino para mantener su poder político. Si así fuera, se confirmaría
la afirmación de Cayo Lara de que la corrupción no es más que el
mecanismo para que manden los que no se presentan a las elecciones.
Si esto ya es grave para una democracia,
lo es aún más que el cuarto poder, los grandes medios, hayan
participado del debate obviando el análisis político y la labor
periodística de explicar los hechos en el contexto en que se producen.
Por el contrario, los medios y buena parte de sus tertulianos han
preferido participar en los ejercicios de fe; creer o no creer a Rajoy.
Por eso algunos llamamos a esta prensa periodistas de la corte; no se
muestran interesados en descubrir y mostrar la verdad frente a la
ciudadanía, sino que son parte interesada del juego del poder y sus
ejercicios de fe. Así las cosas se dividen en dos familias: los que
quieren echar a Rajoy acusándole de mentir y los que sirven a Rajoy y
dicen creerle. Pero no se engañen; son lo mismo, periodistas de la corte
al servicio del mismo poder.