JOAN COSCUBIELA
Lo que mejor define el proceso de globalización económica sin gobierno político en el que estamos inmersos es el gran desequilibrio de fuerzas entre una economía y mercados globales y unas sociedades y políticas nacionales.
Este fuerte desequilibrio de poder político conlleva que los Estados tengangrandes dificultades para desarrollar su función. Y provoca la incapacidad y la impotencia de la política, en el sentido más amplio, para regular y poner orden en la economía y en la sociedad.
Una incapacidad de la política que produce dos efectos gravísimos en términos democráticos. De un lado un aumento brutal de las desigualdades sociales. De otro la percepción ciudadana de impotencia, de inutilidad de la política. Unas limitaciones de la política que los ciudadanos perciben claramente, pero no asumen.
La desigualdad social corroe la democracia y el desengaño con la política realmente existente genera reacciones sociales de todo tipo, que van de la indiferencia pasiva a la indignación militante, pasando por la búsqueda de “soluciones” fáciles, cuando no simplistas.
Este desequilibrio entre economía y sociedad, entre mercado y política no es nuevo y se ha repetido a lo largo de la historia en los momentos de grandes cambios tecnológicos y económicos que provocan la obsolescencia de las estructuras sociales y políticas existentes y devienen grandes crisis políticas y cambios de época.
Este incremento de las desigualdades, se esta produciendo en cualquier parte del mundo que analicemos. Aunque en algunos países y regiones económicas sea un proceso que convive con una reducción de la pobreza extrema. Son dos caras de la misma realidad. Reducción de la pobreza extrema y crecimiento de las llamadas clases medias que convive con un incremento de las desigualdades en el interior de esos mismos países.
En este sentido puede decirse que se está produciendo un nuevo reparto de la riqueza, aunque el capitalismo financiero global ha logrado mantenerse al margen de esta nueva redistribución. Y está consiguiendo que este nuevo reparto y reequilibrio se produzca solo entre los trabajadores, en el sentido amplio.Con viejos y nuevos perdedores.
Bien puede afirmarse que hoy la divisa del capitalismo financiero es la de“Repartíos el empleo y el salario entre vosotros, que los beneficios del capital no se tocan y de impuestos al capital ya podéis olvidaros”.
Cuando este conflicto de redistribución de la riqueza se produce entre trabajadores de diferentes países se hace más evidente, lo que no significa que tenga mejor abordaje. Los procesos de competencia por la localización industrial de las inversiones a costa de la degradación de las condiciones de trabajo de los trabajadores periféricos de los países centrales es el ejemplo más nítido. Pero estos conflictos no se dan solo entre Europa y EUA y los países en desarrollo. Se están produciendo ya entre China y Vietnam o entre Vietnam y Bangladesh, con múltiples formas de externalización local del riesgo y apropiación global del beneficio. Especialmente en la industria manufacturera.
En los países desarrollados este conflicto se expresa en estrategias y políticas de reparto insolidario del empleo que conllevan nuevas fracturas sociales entre los trabajadores.
Una de las expresiones más claras de esta fractura se produce en términos generacionales. Entre trabajadores adultos y jóvenes. No es la única, también se expresa entre personas formadas y las que carecen de formación para competir en condiciones de igualdad en el acceso al empleo. Y no es menor la fractura en clave de género a partir de la especialización de las mujeres en empleo de baja intensidad y calidad que les obliga a continuar asumiendo en exclusiva las funciones “reproductivas”. Por eso los casos extremos de desigualdad se producen cuando se acumulan los factores de genero y escasa formación.
Lo más grave de esta situación es la “normalidad” con la que amplios sectores de la sociedad han asumido que esta nueva redistribución de la riqueza debe hacerse entre los trabajadores, excluyendo al capital. Sin olvidar la tendencia, también asumida acríticamente por la sociedad, de externalizar hacia el futurolas consecuencias de las políticas intensivas en el uso de recursos naturales y su impacto en la sostenibilidad ecológica y social.
Esta fractura social en clave generacional, aunque no es la única, es una de las claves que explica gran parte de los procesos de descomposición política y aparición de nuevos actores y escenarios.