Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Una de las cosas que me sorprendió y que me entristeció más a la vuelta del exilio fue la enorme tolerancia que percibí en España hacia el fascismo, no solo entre las derechas, sino incluso entre amplios sectores intelectuales de las izquierdas, que frecuentemente utilizaban el término ‘franquista’ para definir aquel régimen, sin que ni siquiera utilizaran el término ‘fascista’, ignorando que, como he señalado en varias ocasiones, aquel régimen tenía todas las características que definen el fascismo: un nacionalismo exacerbado, de dimensión imperialista, con tonos racistas (el día nacional se llamaba de la Raza), con una adulación a la figura del líder del partido fascista, supuestamente provisto de dotes sobrehumanas (Caudillo por la Gracia de Dios), y con instituciones miméticas a las de los Estados fascistas (como los sindicatos verticales), imbuido de una ideología totalizante que afectaba a todas las dimensiones del ser humano (desde la lengua hasta el sexo), claramente influenciada por una doctrina sumamente reaccionaria (promovida por el Estado, en alianza con la Iglesia Católica, que formaba parte del Estado) bajo la justificación de querer construir una sociedad nueva, en contra de los ‘rojos’ (definiendo como tales a todas las voces opuestas a aquel régimen) y ‘separatistas’ (incluyendo en esta categoría a todas las otras visiones de España distintas a la España radial y uninacional).
Ni que decir tiene que estas características se diluyeron con el tiempo, y al final de aquella dictadura fascista pocos dentro de ese Estado se creían la ideología, sobre todo los dirigentes de aquel Estado, meros oportunistas carreristas, corruptos hasta la médula, característica que ha continuado entre sus sucesores en la derecha española. Aun así, las características de aquel régimen y de la ideología totalizante sí que pervivieron, de manera que muchos de sus elementos todavía están presentes en la cultura hegemónica del país y en el aparato del Estado (para la evolución de este apartado, ver mi libro Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país, Anagrama, 2002).
El Estado dictatorial era totalitario, y no solo autoritario
Al reintegrarme de nuevo en la vida académica española, vi que la mayor parte de su comunidad politológica había aceptado las teorías del profesor Juan José Linz, que negaba el carácter fascista de aquel régimen, limitándose a reconocer que había sido un régimen meramente autoritario, pero en absoluto totalitario, definiendo como tal un régimen que promoviera una ideología totalizante que intentara cambiar profundamente la sociedad creando un nuevo hombre (la mujer no pintaba nada en esta ideología) que, como indiqué en párrafos anteriores, sustituyera al hombre republicano del régimen anterior, presentándolo como “anti España”, “rojo” y “separatista”.
He escrito crítica y extensamente sobre las teorías de Juan José Linz, lo cual me ha originado un cierto distanciamiento de una gran parte de politólogos españoles que todavía hoy continúan definiendo aquel sistema político como meramente autoritario y caudillista. Es más, muchos de los personajes más conocidos en las ciencias políticas españolas fueron discípulos del profesor Linz, lo cual complicó incluso más mis relaciones personales con tales discípulos. Tomaron mis críticas a su profesor casi como una afrenta personal.
Pero los que se lo tomaron peor fueron mis amigos de izquierdas, compañeros de la lucha contra aquel régimen durante la clandestinidad, y que más tarde fueron protagonistas de la transición que tuvo lugar en España de la dictadura a la democracia. En mis escritos —y muy en especial en el libro mío que cito en un párrafo anterior— indiqué que el enorme dominio que las fuerzas conservadoras habían tenido durante el periodo de la Transición (un proceso que, por cierto, distaba mucho de ser modélico, tal como los protagonistas lo definieron) era la mayor causa de que la democracia que dicha Transición produjo fuera de muy escasa calidad (en absoluto homologable a la existente en el resto de la Europa occidental), con un Estado del Bienestar muy poco desarrollado y con una hegemonía clara en el pensamiento dominante que conducía a definir a los antecesores de las actuales fuerzas conservadoras como autoritarios, pero en absoluto totalitarios, y todavía menos como fascistas. Y el gran error de las izquierdas es que en su proceso de acomodación reprodujeron tal visión de lo que había sido aquel régimen, definiéndolo como franquista y no como fascista. Mi crítica hacia esta acomodación resultó en que varios de aquellos compañeros, protagonistas de la Transición, me retiraran la palabra.
El desconocido y ocultado pasado de Dalí
Como indicadores de este dominio tenemos la continuidad en la promoción de personajes que jugaron un papel clave en el mantenimiento y reproducción de aquel régimen. Seguimos viendo cómo estos personajes gozan de una gran prominencia en la vida política, intelectual y cultural, no solo en las instituciones públicas financiadas con fondos públicos, sino también en las privadas.
Recuerdo la sorpresa y desagrado que me produjo encontrar un gran monumento en Catalunya al despreciable colaborador del fascismo en España, y máximo portavoz en los foros culturales en el extranjero de este fascismo español y de sus dirigentes, que fue el Sr. Salvador Dalí, uno de los principales defensores de tal fascismo a nivel internacional. Salvador Dalí fue parte del establishment fascista, simpatizando claramente con la Falange. Su servilismo y adulación al dictador alcanzó niveles nauseabundos, promocionándolo en el extranjero, presentándolo como “el político clarividente que impuso la verdad, la claridad y el orden en el país en un momento de gran confusión y anarquía” (ver The Shameful Life of Salvador Dalí, de Ian Gibson).
Su apoyo al fascismo continuó hasta el último día de la dictadura, defendiendo al dictador hasta el final. Y también apoyó la brutal represión del régimen (por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió 10.000, según el mayor estudioso del fascismo europeo, el profesor Malefakis, de la Universidad de Columbia en Nueva York).
Dalí fue uno de los máximos defensores no solo del fascismo, sino también de la represión por la que tal régimen se caracterizó. Ejemplos de ello hay muchos. El caso más conocido fuera de España (pero no en su interior) es el que ocurrió a raíz de la ejecución, el 27 de septiembre de 1975, de cinco prisioneros políticos, acto que generó una enorme repulsa internacional. Frente a dicha barbaridad, Dalí salió en defensa de tales ejecuciones, indicando en declaraciones a la Agencia France Press que “dos millones de españoles salieron a la calle aplaudiendo al mayor héroe existente en España, el general Franco, mostrando que todo el pueblo español está con él (….). Es una persona maravillosa. Y su acto garantiza que la monarquía que le suceda sea un éxito. En realidad, se necesitan tres veces más ejecuciones de las que han ocurrido”.
La represión fascista fue dura en la parte alta del Empordà (el Alt Empordà), incluyendo Cadaqués, donde tal personaje vivía. Entre las víctimas de aquella represión estuvo un maestro que fue fusilado por enseñar el catalán. Una nota interesante. Dalí se fue rápidamente a París al finalizar la dictadura, temeroso de que la población pudiera lincharle. El dominio (también en Catalunya) de las derechas en la Transición explica que no solo no le ocurriera nada, sino que se le promocionara. Se le presentó como un gran recurso del país que podía atraer turistas al Alt Empordà.
Hoy en Cadaqués (que es donde la burguesía catalana veraneaba) no hay un monumento a ese maestro fusilado. En cambio, Dalí tiene todo un monumento en la Plaza Mayor de esa localidad, sin que la juventud conozca nada de lo que pasó en su pueblo. Ello es un indicador más de que la burguesía catalana ha continuado dominando la vida política, intelectual, cultural y mediática de Catalunya durante la época postdictatorial. Tal promoción se argumenta (como acentuó el columnista deLa Vanguardia, el Sr. Antoni Puigverd, portavoz informal de la respetabilidad burguesa) con que una cosa es su comportamiento como ciudadano y otra es su pintura, y el homenaje se supone que es al pintor, y no al fascista.
La conveniente dicotomía persona versus pintor o versus escritor (en el caso de Josep Pla)
Una situación algo comparable ha sido el gran respeto y homenaje que se ha rendido al escritor Josep Pla, el gran autor de las letras catalanas, gran defensor de la versión burguesa de la cultura catalana, que apoyó activamente el golpe fascista militar, siendo una de sus funciones —como espía del Ejército fascista— el señalar los lugares donde debía bombardearse Barcelona, comunicando la información a las fuerzas militares para que estas bombardearan. De nuevo, una persona que jugó un papel importante en la estrategia militar del golpe fascista es homenajeada por sus escritos en catalán, ignorando su articulación con el golpe militar que, por cierto, oprimió brutalmente a la cultura catalana.
Recuerdo la impresión nauseabunda que me dio descubrir el busto de Josep Pla en el Ateneo Barcelonés, durante muchos años el centro intelectual burgués de Barcelona. Tal institución es privada, pero la existencia de este busto muestra la falta de sensibilidad democrática de dicha institución. De nuevo, el domino de la burguesía catalana en la vida cultural e intelectual explica que se le homenajee, con la presencia de un busto de su figura.
En este caso se ha dicho también que una cosa es la persona y otra es el escritor. Tal argumento ignora muchos hechos. Uno es que aquellas sociedades en donde se derrotó al fascismo y al nazismo, y en las cuales se desfascistó y desnacificó (como en Alemania) el país, las personas que habían sido parte del aparato cultural nazi y fascista fueron deshomenajeadas, perdiendo los honores que la dictadura les había otorgado, eliminando sus monumentos en los espacios públicos y prohibiendo que se les homenajeara en los espacios privados.
En España, sin embargo, el fascismo no fue derrotado, y las fuerzas que dominaron la Transición fueron las herederas de aquellos que hicieron el golpe militar y establecieron el régimen dictatorial. Y esto ocurrió en toda España, incluyendo Catalunya. El temor (cuando no la cobardía) de los gobiernos de izquierdas en España (primordialmente del PSOE) ha tenido un coste elevadísimo, pues ha permitido el mantenimiento de una visión hegemónica de lo que ocurrió en España, donde la recuperación de la Memoria Histórica está muy retrasada. Hay una relación clara entre la permanencia de un monumento al fundador de aquel régimen (el general que ha asesinado a más españoles en este país) en el Valle de los Caídos, y el rechazo institucional que ha ocurrido en Madrid a la propuesta de que se interrumpiera el homenaje a las figuras de Dalí y de Josep Pla, activos miembros de la represión fascista, eliminando la dedicación de calles públicas a tales personajes en esa ciudad. ¿Hasta cuándo continuará este temor a las derechas, herederas de aquel régimen, en España?
Una última observación. Tengo una magnífica opinión de la alcaldesa de Madrid y del nuevo ayuntamiento de aquella ciudad, que reflejan el Madrid popular (tan distinto al Madrid oficial, capital del Reino de España). Y así consta en mis escritos, donde he defendido a la alcaldesa Carmena frente a los ataques de las derechas españolas (ver mi artículo El Ayuntamiento de Madrid lleva razón, Público, 30.07.2015). Ello me da, por lo tanto, peso moral para criticar ahora un hecho que considero sorprendente y denunciable. Según parece, se ha dicho que el ayuntamiento, a raíz del ruido mediático de protesta generado por la derecha madrileña por el retiro del monumento fascista al Alférez Provisional, ha enviado una carta a la Fundación Nacional Francisco Franco (que protestó por tal hecho) indicando que reposicionará el monumento (ver el artículo Un error no justifica otro, Joan B. Culla, El País, 26.02.2016).
Me gustaría que esta información no fuera cierta, pues, en caso contrario, me parecería un insulto no solo a las víctimas del fascismo, sino también a todas las personas demócratas en este país. Espero que esto no haya sido así. Pero el ayuntamiento debe aclararlo. Y si esta carta existe, la alcaldesa debería reconocer su error y no poner de nuevo tal monumento. Repito lo que dije antes. El temor debe terminarse en España. No hacerlo es continuar empoderando a las derechas españolas, herederas del fascismo.