Este 18 de marzo se cumplen 702 años de la muerte del último maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay. Hasta su final histórico, ronda también la leyenda: cuando prendían la hoguera, lanzó una profecía o maldición que se cumplió, proclamando que el Rey y el Papa morirían antes de un año, mientras la Orden viviría para siempre.
A pesar del misterio que les rodea, desde su misma fundación a su extinción, existen numerosos vestigios de esta orden de monjes guerreros en nuestra península, aquí y en la vecina Portugal. Sin embargo, su visible rastro poco desvela de una orden religiosa y guerrera que sigue constituyendo uno de los grandes enigmas de la Edad Media. Adelantados de su tiempo, precursores de la banca mundial, pueden ser considerados como los inventores del llamado hoy “dinero de plástico”. Con sus vales podía uno viajar por todo el mundo entonces conocido sin llevar encima dinero contante y sonante, como se hace hoy. Aparte de grandes banqueros, se convirtieron también en una fuerza muy poderosa, económica, política y religiosamente. Desde el Papa, al que solamente debían obediencia, a los reyes y la alta nobleza, todos los mayores estamentos, se inclinaban ante esta orden mitad guerrera mitad religiosa, soldados y monjes. Papas y reyes dependían de su poder y fortuna. Quizá por eso despertaron envidias y difamaciones para acabar con ellos, acusados de herejía, sedición y apostasía, entre otras causas para decretar, en connivencia del rey de Francia con el Papa, su inmediata y sorprendente disolución no sólo en Francia, sino en otros reinos como Inglaterra, Irlanda, Escocia, España (Aragón, donde fueron bien acogidos, Navarra y Castilla), y Portugal (importante refugio).
En la Edad Media había dos concepciones del mundo y de la religión muy dispares, el islam fundado por Mahoma en el siglo VII, y el cristianismo fundado por Jesucristo. Ambos eran considerados profetas, unido en el cristianismo a la divinidad de Jesús. Ambas concepciones son monoteístas, como lo es el judaísmo del que emergen con sus reformas e interpretación de los nuevos textos sagrados, el Corán entre los árabes, la Tora en el judaismo, y el Nuevo Testamento, entre los cristianos. Tanto una religión como otra marcaban y dirigían la política y la sociedad en uno y otro ámbito. Entre ambas existía una lucha constante por eso de la “guerra santa” que ambas religiones pretendían llevar a acabo para su proselitismo, con el objetivo de convertir al mundo entero a su, considerada respectivamente, verdadera religión. En esa guerra por Dios y por Alá, uno de los principales y conflictivos focos era la Tierra Santa, los lugares donde había vivido Jesús, el Mesías; lugares considerados sagrados, en los que habían puesto sus ojos, judíos, moros y cristianos, por su significación y para dar empaque y fundamento a sus creencias. La religión marcaba entonces la actividad política y la social, y en cierta manera actualmente así sigue, con matices. Hoy día en esa zona no han cesado todavía los conflictos, que se agravaron con el establecimiento del Estado de Israel en 1948, y la lucha de los palestinos reclamando su perdida Palestina, la patria de Jesucristo.
En la Edad Media la lucha se centraba entre el islam y el cristianismo y en el asentamiento en esas tierras de la ribera oriental del mediterráneo de los árabes, contra la convicción cristiana de ser esta religión la que tenía más derecho por ser cuna de su fundador. Su posesión era el objetivo de las conocidas como “Las Cruzadas”, término que ha llegado hasta nuestros días con semejante significado. En ellas se mezclaba la religión con la superstición, imperante en esa época, que llevó a ponerse de moda las peregrinaciones para adquirir la salvación, y que acabó derivando en negocio, los primeros viajes turísticos con sus guías y hospedajes, y “souvenir” o recuerdos, de cuya caza y rapiña no se libraban ni soldados, ni guerreros, ni peregrinos de buena fe; esos recuerdos eran denominados “reliquias”, cualquier resto que hubiera tenido relación con personajes sagrados, desde una astilla de la cruz donde crucificaron a Jesucristo, hasta una gota de sangre o un hueso de algún mártir. La importancia del personaje al que hubiera pertenecido o del lugar donde se hubiera hallado, imprimía mayor o menor carácter al objeto sagrado, daba mayor fuerza misteriosa a la reliquia. Su mercado era tan cotizado como hoy puede ser el de las piedras preciosas. Poseer una reliquia era adquirir un capital y un poder, a sabiendas de que ésta puede a su vez convertirse en el atractivo para que conventos, monasterios, iglesias, ermitas y catedrales resaltaran su poderío, religioso y económico.
Como ha sucedido a lo largo de la historia, todo viaje tiene su dosis de aventura y riesgo, sobre todo, asaltos y robos, mayormente en aquellos tiempos. Ayer bandoleros, hoy descuideros, siempre hay amantes de lo ajeno que no se arredran ante nada ni nadie con tal de conseguir buen botín. En esas marchas a Tierra Santa era común, en tan largo recorrido desde Europa, que los peregrinos sufrieran continuos ataques que sumados a las luchas de religión por conquistar Jerusalén convertían esas tierras en “zonas de riesgo”. Para evitarlo, se crearon órdenes religiosas, entre ellas los Hospitalarios, para dar cobijo y salud a los piadosos viajeros. Pero no era suficiente, porque el peligro no sólo era individual sino social, de auténtica guerra, y para conquistar y defender esa zona surgió una orden que compaginara ambos cometidos, el religioso y el combativo, e impidiera que los musulmanes se hicieran con ese territorio. Esa fue la Orden de los Templarios. Entraron en la historia entre mito y leyenda, y su enigma sigue interesando a estudiosos e intelectuales, a profanos y religiosos. Sobre ninguna otra orden religiosa, pese a haber perdurado mayor tiempo, se ha especulado y se ha escrito tanto. Sobre ella laten muchos misterios, su acumulación de riquezas y poder, su creación, auge y disolución. Enigmas sin resolver pese a multitud de restos que nos dejaron, aunque escasa documentación.
Su misma fundación por nueve caballeros en Jerusalén entra dentro del mito y la leyenda. Emulando la frase de sir Winston Churchill, después de la batalla de Inglaterra, para detener el avance de las tropas de Hitler, nunca tan pocos, llegaron a tanto.
AUGE Y CAÍDA
La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, o también Caballeros del Templo, llamados así porque se fundaron en el año 1119 en el antiguo templo (temple, en francés) de Salomón, en Jerusalén, y divulgada como los Templarios, constituye uno de los grandes misterios de la época medieval. Nacieron para proteger los Santos Lugares auspiciados por la regla de San Bernardo, enmarcados dentro del reglamento del Císter, pero se convirtieron en mucho más. Permanece entre el misterio y la leyenda cómo un reducido grupo de nobles caballeros devino en una potencia supranacional extendiéndose por toda Europa, incluso hay quienes mantienen que llegaron al Nuevo Mundo todavía por descubrir “oficialmente”, gracias a convertirse también en una potencia naval. Concibieron la banca moderna con un sistema de préstamos que les hizo acumular ingentes riquezas, terrenales -los primeros latifundistas- y “bancarias” con cheques expedidos por sus centros que tenían el mismo valor en Irlanda que en Chipre; dejaron su huella marcada en las piedras y en los ajimeces de sus residencias, cobraron gran protagonismo en la construcción de iglesias, catedrales y reformas de castillos, y estuvieron presentes en los grandes acontecimientos históricos de la época, especialmente en Las Cruzadas de Tierra Santa, y en las de la península ibérica, donde destacaron en la batalla de las Navas de Tolosa, en julio de 1212, una de las grandes batallas y derrotas de los sarracenos bajo la espada de los reinos cristianos en plena Reconquista.
Aunque su objetivo primigenio era proteger y defender a los peregrinos que acudían a Tierra Santa, acabaron formando todo un ejército a pie y a caballo, montado por dos jinetes -por lo que fueron también criticados- para luchar contra los mahometanos. Su sede administrativa estaba en París, pero fijaron su residencia en la ciudad santa, Jerusalén, hospedándose en las antiguas ruinas del Templo de Salomón. Según la leyenda, encontraron un tesoro (no material) que les otorgó el poder frente al papado, relacionado directamente con la persona de Jesucristo y por el que comenzaron a acumular riquezas que sumaban a otras donaciones de la nobleza y de los señores feudales. Se les vincula con la herejía cátara y con el secreto Priorato de Sión, criticándoles que buscaban la unión entre las tres religiones monoteístas en una sola que sería la auténtica, heredera a su vez de cultos precristianos. Las vírgenes negras encontradas serían reminiscencia de sus cultos, y se sabe que veneraban a María Magdalena como “compañera predilecta” de Jesucristo. Uno de los principales misterios con que se les ha rodeado es la copa que usó Cristo en la Última Cena, que ha sido objeto de estudio y búsqueda desde entonces por diversas instituciones y regímenes políticos, como los nazis. Se supone que ellos la encontraron y la custodiaban: el famoso y misterioso “Grial”, origen de toda riqueza y poder infinito. Y otras muchas historias que en torno a su vida y actividad se propagaron hasta acabar siendo denunciados por herejes, disuelta la orden y quemados muchos en la hoguera. Se ha demostrado que no había tales delitos, sino que era una venganza urdida desde la corona francesa, que debía una gran fortuna a los Templarios, en connivencia con el Papa, que también veía peligrar su poder religioso.
LOS TEMPLARIOS Y LA RECONQUISTA
En España adquirieron también mucha importancia no tanto como vigilantes de caminos y protectores de peregrinos -ya comenzaba a ponerse de moda la peregrinación a Santiago de Compostela, sustituta de la de Tierra Santa-, cuanto como vigilantes de la fe ante la otra religión imperante en gran parte de la península, el islamismo. Los reyes de Aragón y condes de Barcelona les donaron castillos y encomiendas para seguir ampliando hacia el sur las fronteras cristianas. Los principales asentamientos templarios en la península fueron, por tanto, en la Corona de Aragón, que entonces ocupaba lo que hoy son los territorios de Cataluña, Aragón y Comunidad de Valencia. Sin embargo, las órdenes internacionales de los Templarios, junto a los Hospitalarios, tardaron en participar en la reconquista, y hasta 1143, cuando se vieron ya consolidados y con poder y huestes suficientes, no se implicaron de lleno en la lucha, manteniendo sus miras en Tierra Santa de donde sacaban más beneficios.
Conforme iban avanzando las tropas cristianas, se iban poblando esas tierras de nadie por la retirada hacia el sur de los árabes. Las órdenes ocupaban las fortalezas de frontera, en la mayoría de los casos, edificios preexistentes a los que proveyeron de guarnición, a la par que servían de reclamo para que campesinos y artesanos se instalaran en derredor y colaborasen en el cultivo de la tierra y en la lucha contra lasrazias, incursiones esporádicas que solían darse en tiempos de paz.
En Castilla y León tuvieron menos influencia debido a que los reyes pretendían controlarlas, e imponer su mando sobre el de sus “maestres”; además surgieron otras órdenes con un marchamo más “peninsular”.
Hubo un problema latente durante toda la Edad Media en relación con los límites de los territorios de la zona y la repartición de las zonas conquistadas. No solamente estaban, como hemos apuntado, los Templarios, también había otras, como la orden de Alcántara que recibió gran parte de Extremadura; la orden de Calatrava que acabó siendo dueña de casi toda La Mancha, y extinguida la del Temple, se convirtió en la más poderosa; la Orden de los Hospitalarios, la orden de Montesa... Tras los concilios de Salamanca y Alcalá los bienes de los Templarios pasaron a la Corona de Castilla y a las demás órdenes militares, sumiendo a esta Orden tan poderosa en el más oscuro pasado del que apenas si existe documentación alguna.
EL 13, NÚMERO MALDITO
Sea como fuere, lo cierto es que su aumento de poder y riqueza desencadenó una de las más grandes conspiraciones de la historia: En 1307 (13-07) el rey Felipe IV de Francia, apoyado por Guillermo de Nogaret, mandó a los gobernantes de todos los rincones del reino una misiva con una enigmática orden: ”No abrir hasta la llegada del día 13 de octubre”. Además, era viernes. Desde entonces, y por esa tragedia, se considera el número 13 como número maldito, añadido al viernes 13 en algunos sitios, y en otros, al martes 13.
Al alba de ese día se desveló la misión: Debían apresar a los caballeros templarios y requisar todos sus bienes. Se inició un largo proceso en el que la sentencia estaba dictada de antemano. La defensa de los Templarios no encontró apoyos ni en el papa Clemente V, condicionado por el temor a un enfrentamiento directo con el rey francés, ni por supuesto, en el rey, que tanto les debía. La Orden fue suprimida; sus miembros torturados, y obligados a retractarse, cuando no asesinados; sus riquezas, confiscadas, yendo la mayor parte a la corona francesa… Las hogueras se propagaron por toda Francia y llegaron a otros países como España y Portugal, aunque en la península la persecución no fue tan atroz y se les permitió fundirse con otras órdenes semejantes, como la orden imperante en aquella época, la Orden de Calatrava. Habían colaborado muy efectivamente en la Reconquista, y eso los reyes y nobles cristianos, españoles y portugueses, no lo olvidaban.
En la pira más importante de la plaza de París, frente a la catedral de Notre Dame, en el año 1314, Jacobo de Molay, último gran maestre de la Orden del Temple, estaba a punto de ser consumido por el fuego de la hoguera. La historia/leyenda dice que antes de morir emplazó al rey Felipe IV y al Papa Clemente V al juicio divino en el que se verían las caras antes de finalizar el año.
Este 18 de marzo se cumplen 702 años de esta condena del último maestre Jacques de Molay que antes de morir proclamó: “Hoy acabáis con mi vida, pero la Orden vivirá para siempre... ¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año! Y así ocurrió.
En abril, un mes después, falleció el Papa; en noviembre, el rey. Sus tres hijos murieron sin descendencia masculina, acabando así con la dinastía capeta que había reinado en Francia durante más de 300 años… ¿Profecía? ¿Maldición?
Luego vino la revolución francesa, y hay quien asegura que el final de la monarquía en Francia fue la última consecuencia de esas atroces ejecuciones y castigos que sufrieron tantos inocentes religiosos, guerreros y caballeros. Y es que, indudablemente, la sombra de los Templarios es tan larga que aún perdura. Y su misterio.