En el último año hemos visto todo tipo de mareas y otras
protestas sociales alzar su voz en nuestras calles, llenando éstas de
gritos contra los recortes y contra el desmantelamiento progresivo de
los servicios públicos. Abogados, médicos, profesores, bomberos,
estudiantes, funcionarios… prácticamente todos los sectores de la
población están en pie de guerra. ¿No es todo esto acaso el mejor
símbolo de la ruptura social que estamos presenciando?
El desempleo asuela nuestra economía hasta el punto de que ya hemos superado las estimaciones más dramáticas que se hacían al respecto hace apenas unos años. Más del 25% de la población que quiere trabajar no puede hacerlo en el marco del sistema económico actual. El motivo es fácil de dilucidar: nuestra economía no encuentra espacios de rentabilidad que incentiven la inversión de capital, lo que lleva a que nuestra precaria situación se estanque en el tiempo. Sin inversión no hay creación de empleo, y sin creación de empleo se suceden de forma natural los estallidos sociales.
Hasta ahora el capitalismo español había vivido de un modelo de crecimiento muy frágil basado en la burbuja inmobiliaria y en el endeudamiento, todo lo cual había permitido el llamado milagro español que tanta rentabilidad electoral dio a los dos grandes partidos que se alternaron en el poder político. Pero ya desaparecido este modelo no nos queda hoy sino una estructura productiva desindustrializada y la herencia de un reguero de deudas privadas que los gobiernos tratan de socializar, injustamente, como pueden.
Así las cosas, y dado que el capitalismo necesita encontrar espacios de rentabilidad para sobrevivir, las instituciones supranacionales nos invitan a empobrecernos para poder ser competitivos por la vía de los bajos salarios. Nos exigen deshacernos progresivamente de la sanidad, de la educación y de tantos otros servicios públicos. Pero sobre todo nos imponen reformas del mercado de trabajo que atacan al corazón de la negociación salarial, buscando de esa forma deprimir los salarios. Es la estrategia de la devaluación interna, que pretende corregir los desequilibrios comerciales del interior de la Unión Europa por la vía del empobrecimiento de los países del Sur. Es decir, lo que se pretende es hacer suficientemente baratas las exportaciones de países como Portugal, Grecia y España. El economista Stockhammer ha estimado que ese objetivo requiere una devaluación de hasta el 45% del PIB para esos países, lo que sería un retroceso económico superior al de la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX.
Claro que esa estrategia de reformulación del modelo de crecimiento requiere la reformulación misma del modelo de sociedad. Requiere, en última instancia, cambiar la naturaleza de la economía misma tal y como se ha entendido en las últimas décadas. Al fin y al cabo hablamos de arrasar las conquistas sociales alcanzadas tras décadas de lucha social en todas partes de Europa. Y dado que no es un propósito fácil de alcanzar en términos sociales, pues la ciudadanía responde a través de cada vez mayor acción política, los gobiernos blindan el cambio social a través de dos tácticas específicas.
La primera, la represión policial que acompaña a cualquier proceso de cambio autoritario. La violencia policial vista en las manifestaciones más recientes no es sino el reflejo de la impotencia del Gobierno para convencer, pero a la vez su represión administrativa también trata de funcionar como desincentivo de la protesta social. Buscan convertir la frustración en resignación, esperando de esa forma que los ciudadanos se adapten a su nuevo rol en la economía.
En segundo lugar, están adaptando las instituciones al nuevo orden social que se está construyendo. Para ese nuevo modelo de sociedad ya no es suficiente una Constitución, que por otra parte ya se ignoraba ampliamente, sino que se hace necesario subordinarla a otras instituciones que no están al alcance de la ciudadanía. Así, la Unión Europea, y particularmente la Troika, se ha convertido en un marco institucional perfectamente adecuado para imponer y enmarcar los cambios radicales en el modelo de sociedad.
En definitiva, no nos engañemos, están cambiando el modelo de sociedad para poder instaurar un nuevo modelo de crecimiento que permita al capitalismo sobrevivir. De hecho nos dicen que toda esta transformación social es inevitable. Y en realidad no les falta razón, siempre y cuando hayamos aceptado que el objetivo no sea otro que mantener con vida este sistema criminal e irracional. La cuestión clave es si de verdad nos interesa convertirnos en esclavos de ese capitalismo en coma o si ya es hora de romper la baraja y reformular la economía a partir de otros principios y objetivos bien diferentes.
El desempleo asuela nuestra economía hasta el punto de que ya hemos superado las estimaciones más dramáticas que se hacían al respecto hace apenas unos años. Más del 25% de la población que quiere trabajar no puede hacerlo en el marco del sistema económico actual. El motivo es fácil de dilucidar: nuestra economía no encuentra espacios de rentabilidad que incentiven la inversión de capital, lo que lleva a que nuestra precaria situación se estanque en el tiempo. Sin inversión no hay creación de empleo, y sin creación de empleo se suceden de forma natural los estallidos sociales.
Hasta ahora el capitalismo español había vivido de un modelo de crecimiento muy frágil basado en la burbuja inmobiliaria y en el endeudamiento, todo lo cual había permitido el llamado milagro español que tanta rentabilidad electoral dio a los dos grandes partidos que se alternaron en el poder político. Pero ya desaparecido este modelo no nos queda hoy sino una estructura productiva desindustrializada y la herencia de un reguero de deudas privadas que los gobiernos tratan de socializar, injustamente, como pueden.
Así las cosas, y dado que el capitalismo necesita encontrar espacios de rentabilidad para sobrevivir, las instituciones supranacionales nos invitan a empobrecernos para poder ser competitivos por la vía de los bajos salarios. Nos exigen deshacernos progresivamente de la sanidad, de la educación y de tantos otros servicios públicos. Pero sobre todo nos imponen reformas del mercado de trabajo que atacan al corazón de la negociación salarial, buscando de esa forma deprimir los salarios. Es la estrategia de la devaluación interna, que pretende corregir los desequilibrios comerciales del interior de la Unión Europa por la vía del empobrecimiento de los países del Sur. Es decir, lo que se pretende es hacer suficientemente baratas las exportaciones de países como Portugal, Grecia y España. El economista Stockhammer ha estimado que ese objetivo requiere una devaluación de hasta el 45% del PIB para esos países, lo que sería un retroceso económico superior al de la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX.
Claro que esa estrategia de reformulación del modelo de crecimiento requiere la reformulación misma del modelo de sociedad. Requiere, en última instancia, cambiar la naturaleza de la economía misma tal y como se ha entendido en las últimas décadas. Al fin y al cabo hablamos de arrasar las conquistas sociales alcanzadas tras décadas de lucha social en todas partes de Europa. Y dado que no es un propósito fácil de alcanzar en términos sociales, pues la ciudadanía responde a través de cada vez mayor acción política, los gobiernos blindan el cambio social a través de dos tácticas específicas.
La primera, la represión policial que acompaña a cualquier proceso de cambio autoritario. La violencia policial vista en las manifestaciones más recientes no es sino el reflejo de la impotencia del Gobierno para convencer, pero a la vez su represión administrativa también trata de funcionar como desincentivo de la protesta social. Buscan convertir la frustración en resignación, esperando de esa forma que los ciudadanos se adapten a su nuevo rol en la economía.
En segundo lugar, están adaptando las instituciones al nuevo orden social que se está construyendo. Para ese nuevo modelo de sociedad ya no es suficiente una Constitución, que por otra parte ya se ignoraba ampliamente, sino que se hace necesario subordinarla a otras instituciones que no están al alcance de la ciudadanía. Así, la Unión Europea, y particularmente la Troika, se ha convertido en un marco institucional perfectamente adecuado para imponer y enmarcar los cambios radicales en el modelo de sociedad.
En definitiva, no nos engañemos, están cambiando el modelo de sociedad para poder instaurar un nuevo modelo de crecimiento que permita al capitalismo sobrevivir. De hecho nos dicen que toda esta transformación social es inevitable. Y en realidad no les falta razón, siempre y cuando hayamos aceptado que el objetivo no sea otro que mantener con vida este sistema criminal e irracional. La cuestión clave es si de verdad nos interesa convertirnos en esclavos de ese capitalismo en coma o si ya es hora de romper la baraja y reformular la economía a partir de otros principios y objetivos bien diferentes.