Una cosa puede predecirse con
seguridad sobre la reforma educativa que propugna el ministro José
Ignacio Wert: que será un fracaso. El futuro de esa reforma no es, pues,
nada enigmático. Lo verdaderamente enigmático es que Wert, siendo como
es un hombre ilustrado, crea que puede salir adelante una rectificación
del modelo educativo que desprecia equilibrios tan trabajosamente
conseguidos, aunque todavía no consolidados plenamente, como son el
formato de inmersión lingüística en Catalunya, el discreto apartamiento
de la asignatura de Religión de los programas de estudio o la limitación
de la enseñanza concertada, que en muchos casos no es más que enseñanza
privada presupuestariamente camuflada como enseñanza pública aunque en
realidad nunca lo haya sido, dado que innumerables centros concertados
cobran subrepticiamente a los padres cuotas escolares que restringen
objetivamente el acceso de las familias modestas a esos colegios, lo
cual es a su vez un incentivo más para que las familias menos modestas
hagan uso de ellos por un precio muy asequible.
En realidad, el enigma no es solo que Wert crea que una rectificación de ese calado puede salir adelante. El enigma es el propio ministro Wert. Sobre este hombre deberían hacerse tesis doctorales, libros, películas, documentales. Cuando recordamos sus respetuosas palabras y su flexible talante en las tertulias radiofónicas de antaño y vemos en lo que ha parado al llegar a ministro, no damos crédito a nuestros ojos ni a nuestra memoria. Él solo es una nueva versión de la historia del doctor Jekyll y míster Hyde. El extraño caso del tertuliano Nacho y el ministro Wert. Jamás habríamos dicho que aquel ingenioso comentarista acabaría en este burdo ministro. ¿Qué diablos pasa con nuestra derecha? Se habla mucho de la mala calidad de nuestras instituciones políticas, pero puede que el problema sea otro, más fácil de nombrar pero más difícil de arreglar: la mala calidad de la derecha española. He ahí el problema. No todo el problema, pero sí buena parte de él.
Wert planta una reforma educativa que nos obligará de nuevo, ¡Dios mío, qué pereza!, a gastar incalculables cantidades de energía política y de talento civil discutiendo de asuntos tan irrelevantes en términos educativos pero tan incendiarios en términos políticos como la asignatura de Religión. ¿Por qué diablos nos mete Wert en ese lío otra vez? ¿Tan débil es su posición que tiene que protegerla aliándose con las sotanas? ¿Tan frágil era su liberalidad de tertuliano? ¿Tan falsa su moderación? ¿De tan mala calidad sus convicciones liberales? Si Wert nos ha salido como nos ha salido, ¿qué hacemos?, ¿dónde nos escondemos?, ¿con quién nos aliamos para mejorar un sistema educativo que pide a gritos su mejora pero que solo será posible mejorar desde el consenso, jamás sin él? No es que el consenso garantice el éxito de una reforma educativa: es que la falta de él es garantía inequívoca de su fracaso. Cualquier tertuliano es capaz de entender tal cosa. Y no solo los tertulianos: muchos ministros son capaces de entender tal cosa. Vale, de acuerdo, tal vez no a la primera, pero seguro que si se ponen con capaces de entenderla. ¿Por qué diablos no habremos tenido la suerte de que Wert fuera uno de ellos?
En realidad, el enigma no es solo que Wert crea que una rectificación de ese calado puede salir adelante. El enigma es el propio ministro Wert. Sobre este hombre deberían hacerse tesis doctorales, libros, películas, documentales. Cuando recordamos sus respetuosas palabras y su flexible talante en las tertulias radiofónicas de antaño y vemos en lo que ha parado al llegar a ministro, no damos crédito a nuestros ojos ni a nuestra memoria. Él solo es una nueva versión de la historia del doctor Jekyll y míster Hyde. El extraño caso del tertuliano Nacho y el ministro Wert. Jamás habríamos dicho que aquel ingenioso comentarista acabaría en este burdo ministro. ¿Qué diablos pasa con nuestra derecha? Se habla mucho de la mala calidad de nuestras instituciones políticas, pero puede que el problema sea otro, más fácil de nombrar pero más difícil de arreglar: la mala calidad de la derecha española. He ahí el problema. No todo el problema, pero sí buena parte de él.
Wert planta una reforma educativa que nos obligará de nuevo, ¡Dios mío, qué pereza!, a gastar incalculables cantidades de energía política y de talento civil discutiendo de asuntos tan irrelevantes en términos educativos pero tan incendiarios en términos políticos como la asignatura de Religión. ¿Por qué diablos nos mete Wert en ese lío otra vez? ¿Tan débil es su posición que tiene que protegerla aliándose con las sotanas? ¿Tan frágil era su liberalidad de tertuliano? ¿Tan falsa su moderación? ¿De tan mala calidad sus convicciones liberales? Si Wert nos ha salido como nos ha salido, ¿qué hacemos?, ¿dónde nos escondemos?, ¿con quién nos aliamos para mejorar un sistema educativo que pide a gritos su mejora pero que solo será posible mejorar desde el consenso, jamás sin él? No es que el consenso garantice el éxito de una reforma educativa: es que la falta de él es garantía inequívoca de su fracaso. Cualquier tertuliano es capaz de entender tal cosa. Y no solo los tertulianos: muchos ministros son capaces de entender tal cosa. Vale, de acuerdo, tal vez no a la primera, pero seguro que si se ponen con capaces de entenderla. ¿Por qué diablos no habremos tenido la suerte de que Wert fuera uno de ellos?
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