Shangay Lily
Hace unos días fui invitado como conferenciante al Curso de Periodismo Solidario que la Escuela de Periodismo de El País y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) organizan cada año. En esta décima edición, el curso trató sobre la Crisis y movilización social: el papel de los medios de comunicación,
así que nos convocaron a representantes de los principales movimientos
sociales y a algunos de los periodistas y medios que hemos roto el
bloqueo mediático (por vía de la criminalización) y damos cobertura a
esas imprescindibles manifestaciones de contrapoder (concepto del
marxismo autonomista que hay que ir desempolvando para recuperar
sus tres componentes teóricos específicos, tan presentes en estos
movimientos sociales: resistencia, insurrección y poder constituyente).
Fue así como en la mesa redonda en la que participábamos bajo el tema Información y movimientos sociales en la calle nos encontramos José Ángel Jiménez, ex-trabajador de Telemadrid, Carmen Suárez Fernández, Jefe de Servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario de La Princesa y representante del Movimiento Marea Blanca, Claudia Sandra Villa, profesora y representante del Movimiento Marea Verde, Carlos Huerga,
representante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH),
servidor de usted que se mete en todo lo que huela a “pelea, pelea” y el
veterano periodista social Pepe Mejía, moderador del asunto.También destacaría la presencia del periodista especializado en África Miguel Bayón, un profundo conocedor de las represalias franquistas que vivó en carne propia pasando por la cárcel por atreverse a reivindicar la República, y que aportó interesantes matices a nuestro debate.
Lo que allí se dijo queda bien resumido en el magnifico artículo que Diana Cordero, la editora de ese imprescindible medio contracriminalizador que es Kaosenlared, publicó a las pocas horas (eso sí que es trinchera mediática, hermana feminista), y que tuvo la provocadora idea de titular Shangay Lily a los movimientos sociales en lucha: “Habéis triunfado. Habéis encontrado la grieta del sistema”.
Podría resultar chocante esa triunfal afirmación tras escuchar lo que en la (bellísima, he de decir) Escuela Julián Besteiro de UGT se planteó esa mañana. Intervención tras intervención fue quedando patente una misma rutina: la invisibilización, criminalización y acoso que han ido sufriendo los distintos movimientos sociales que han ido surgiendo como respuesta al corrupto, asfixiante e injusto cambio de modelo que las oligarquías están ejecutando.
Resultaba llamativo que desde la intervención del extrabajador de Telemadrid José Ángel (la lucha más veterana, nos recordó), pasando por la Marea Verde (especie de “siguiente oleada de indignación”), la Marea Blanca (la penúltima oleada de activismo), hasta llegar a la “última moda en movilizaciones” que vendría a ser la PAH, todos fueran contando el mismo proceso punitivo: la invisibilización de su existencia, posible gracias al monopolio mediático que sustenta la derecha, seguida de un brutal proceso de criminalización, desprestigio y difamación de la imagen, para acabar en un brutal acoso policial, económico y psicológico.
Así pudimos escuchar las durísimas represalias que los de arriba se dedicaron a aplicar impunemente a las y los valientes que se atrevieron a denunciar los recortes. No se mencionó específicamente, pero la Jefe de Servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario de La Princesa recordó casos como el de Henar Valdivieso, la supervisora que, tras llevar más de 40 años trabajando como enfermera en el hospital de La Princesa, fue destituida por participar activamente en las ‘mareas blancas’.
La representante de la icónica Marea Verde fue mucho más contundente: “Hay una denuncia muy grave que quiero hacer y es que en un encierro de delegados electos nos prohibieron comer: esto no lo publicaron los medios. La represión fue muy fuerte porque revisaron el edificio en busca de comida, destruyeron la que encontraron, amenazaron a quien hiciera llegar comida a las personas que estaban en el encierro. No solo se acalló mediáticamente el encierro sino el hecho de que no nos dejaran comer. Y en este caso no solo se pone en juego la enseñanza pública sino las libertades”. A este escalofriante dato ya había sumado el conocido de que “las autoridades comienzan a criminalizar a las personas que se quejan”. Así aparecen las personas represaliadas, expedientadas. “De hecho aprovecho este espacio para denunciar que tres compañeras fueron acusadas y sancionadas con días sin empleo y sueldo.”, añadió tajante la representante de Enseñanza-CCOO.
El caso de Telemadrid es más dramático aún si cabe: 829 trabajadores fueron despedidos en un ERE brutal que dejaba en la calle a personas que llevaban toda una vida en la cadena pública, muchos, como el mismo ponente José Ángel Jiménez, funcionarios que habían ganado su plaza por oposición. José lo tenía claro: “El ERE de Telemadrid es la consecuencia pública de nuestra lucha, de no aceptar que un medio público sea propiedad del poder”. la perversidad de sus represalias es sobrecogedora, como explicaba José: ”¿Por qué nos despiden a todos? Porque si dejan dos operadores o dos cámaras cuando se hace un ERE, debe quedar entonces algún representante sindical y ellos no quieren cerca a ningún representante sindical.”
El representante de la PAH recordaba las ya tristemente célebres multas de hasta 1.500 euros que en Madrid y Barcelona se está aplicando a quien tome parte de un escrache o cualquier otra acción para denunciar la escandalosa estafa de los bancos, sin olvidar los apelativos de “nazis” o “etarras” que el PP ha aplicado alegremente a cualquier víctima de su estafa hipotecaria que se atreva a pedir justicia.
Es duro ver el castigo ejemplar que los activistas de los movimientos sociales están sufriendo día tras día. Desde la difamación personal, pasando por las multas o incluso la cárcel en régimen FIES durante dos meses que sufrió Alfon (por cuya cobertura y denuncia principalmente fui llamado a estas jornadas), sin olvidar la muerte de personas inocentes como Iñigo Cabacas (muerto por un disparo de la Ertzaintza) o la mutilación que la policía aplica alegremente escondiéndose tras el poder que les ampara (caso de Esther Quintana que sigue luchando porque los mossos reconozcan que dispararon y le saltaron un ojo), la injusta criminalización y desmanes del poder recuperan la peor tradición franquista.
Por eso, por el terrible y altísimo precio que esas y esos luchadores por nuestra libertad están pagando, creí importante decirles que están triunfando, que están ganando la guerra aunque pierdan muchas batallas. Y, sobre todo, recordar algo que la maquinaria propagandística capitalista hace enormes esfuerzos por ocultar: el sistema capitalista está agonizando, se muere, se derrumba. Y ya se empiezan a ver las primeras grietas.
Gustó mucho mi alusión a “las grietas del sistema”, pero es algo que llevo pensando hace años, algo que he vivido en carne propia: a las disidencias del sistema capitalista, a las rarezas, a los “estorbos” de su plan neoliberal, la única salida que nos queda para superar la invisibilidad, para poder escapar a su cárcel, para burlar sus mecanismos de control, es encontrar las grietas del sistema.
Porque este sistema está en decadencia. Es como una vieja presa que lleva años conteniendo las aguas de la sociedad libre (algo que no interesa a los oligarcas, los especuladores que necesitan sociedades inestables para especular con algo que hoy vale 200 y mañana 5 y pasado 20.000) y las grietas empiezan a dejar escapar a sus aguas prisioneras, gestionadas para producir beneficios a unos pocos dueños de los embalses.
Y esas grietas que evidencian que la presa no es tan maravillosa como nos quieren vender son los movimientos sociales. Ellos señalan, descubren, se convierten en las grietas del sistema capitalista neoliberal.
Algún día por esas grietas se liberarán hectolitros de humanidad sin cadenas. Aguas felices que fluirán como antes de que la especulación capitalista las encerrase en presas, les dictase la corriente, las obligase a pudrirse sin oxígeno, sin llegar a ese feliz mar al que las aguas van a morir.