JOAN TAPIA
Periodista
¿Por qué estamos así? ¿Cómo hemos pasado de un régimen bipartidista en que quien ganaba era presidente a otro parlamentario de siete partidos (cuatro estatales y tres nacionalistas) en el que formar gobierno parece imposible?
Dos motivos. Uno, los dos grandes partidos fallaron al afrontar la crisis y, aún más, al no explicar las causas y los costes inevitables -devaluación interna- y achacar todas las culpas al otro. En el 2010Mariano Rajoy sentenció: Zapatero, el de las ocurrencias. Luego el PSOE ha simplificado: la reforma laboral es el mal.
El otro. El PP ha cosechado un suspenso político patatero pese a un aprobado discreto en economía. En el 2015 el PIB ha crecido un 3,5%, más del doble que la media europea, y se ha creado empleo. Aunque con ayuda del viento de cola internacional y del BCE. Pero los costes de la inevitable devaluación interna siguen ahí.
La prueba del suspenso político es que los españoles, que en una escala ideológica se sitúan en el 4,6 (centro-izquierda), colocan al PP en el 8,2, cerca de la extrema derecha. El PP no ha sabido afrontar ni la corrupción que toca al propio Rajoy. Recuerden el “Luis, sé fuerte” del sms a Bárcenas que mató no a quién lo envió sino al director de diario que lo publicó. Y ahí está el conflicto permanente con Catalunya, el recurso a la crispación, la continua ausencia de diálogo…
Es este fracaso político lo que le ha hecho bajar de 186 a 123 diputados, lejos de la mayoría y sin aliado a la vista. Y esa falta de cintura reluce tras el 20-D. No es inteligente -aunque parezca hábil- renunciar a ir primero a la investidura, no se puede marear la perdiz con un pacto a tres (con Ciudadanos y con el PSOE) cuando lo único que cabía plantear era una gran coalición entre dos iguales.
Y no se puede seguir trampeando con la corrupción. Afirmar: “Esto se acabó; ya no se pasa ni una” y al día siguiente blindar el aforamiento de Rita Barberá en la permanente del Senado. Es creer que los españoles son tontos. Así, Albert Rivera, único aliado posible pero con el que no suma, ha concluido: “Quién no sabe limpiar su partido no puede limpiar España de corrupción”.
Punto y aparte. Tras un resultado electoral endiablado es la hora de la política. Y un columnista de un diario de derechas de Madrid sentencia: “La percepción es que Sánchez crece como líder día a día mientras que Rajoy es un zombi desde su renuncia ante el Rey”. Y eso pese a que Sánchez sufre las picaduras de una banda de barones 'hooligans'.
¿Cuál es la clave del despegue de quien toda la prensa daba hace pocas semanas por amortizado o como mínimo moribundo? Como bien ha escrito Antón Costas, antes que nada por la determinación y el realismo. Ha asumido que gran parte del electorado ha votado por el cambio, y no tanto por la izquierda (161 escaños frente a 163 de centro y derecha) y que el PSOE, con solo 90 diputados y el 22% de los votos, tenía que consensuar con todos los que quisieran un cambio. Sin exclusiones. Es más, la alternativa requiere asociar también al centro. Y saber que pese al choque frontal de inicio con el PP (quítate tú, que me pongo yo), muchas reformas -la primera, la constitucional- solo podrán salir en cierta cooperación con la derecha. De ahí el método: programa abierto buscando puntos de encuentro, diálogo con varios interlocutores (Podemos, C's, PNV, Compromis, IU…) y un equipo negociador solvente y con experiencia.
A día de hoy el problema es que Podemos quiere excluir al centro y un gobierno a dos que acarrearía un enfrentamiento permanente con toda la derecha. La garantía de fracaso. Sánchez intuye bien que sin un entendimiento con Rivera -que tampoco será fácil- no funciona ni la aritmética ni la política. Pero -la cuadratura del círculo- si Iglesias se alinea en el 'no' -junto al PP- la aritmética se cargará la investidura.
Es la hora de la política y Sánchez tendrá que abrazar objetivos algo heterogéneos. Y puede fracasar. Pero hay riesgos inasumibles. No se trata de insistir en la unidad nacional, que es una realidad y que indica una concepción estrecha de España. Lo fundamental es que hoy somos Europa.
Desde el euro -otra cosa sería asumir los grandes costes de salirse- en economía solo hay margen limitado. El mérito de Zapatero en el 2010 -y el de Rajoy luego- es haberlo asumido. El error, no haberlo sabido explicar. Y con una España que para financiar su déficit anual -pagar pensiones, gasto social y funcionarios- debe pedir cada año 400.000 millones (el 40% del PIB) a los mercados, un experimento tipo Tsipras sería no ya peligroso sino suicida.
La alternativa exige un mix socialdemócrata-liberal entre Jordi Sevilla y Luis Garicano, dos buenos jefes de los equipos económicos del PSOE y C's. Más cuando en el mundo sopla un viento de miedo a otra recesión que cogería a los bancos centrales con la munición de la relajación monetaria agotada. Mejor perder la investidura con 144 votos laboriosamente trabajados (PSOE, C's, PNV, IU y canarios) que ganarla cediendo a exigencias que llevaron a Grecia primero a la machada y luego a implorar lo que una semana antes se rechazaba.