Juan Carlos Escudier
Tan imparable es el progreso de este país que hace unos años había gente que proclamaba que se moriría sin ver ganar a España un Mundial de fútbol y los pobres infelices ya descansan en paz. A este paso vamos tener que cambiar nuestros deseos insatisfechos al mismo ritmo que el PP sustituye discos duros de ordenador. Es verdad que puede que palmemos sin ver instaurada la Tercera República, que eso ya es pedir el cielo siendo ateo, pero lo que ya no nos quitará nadie es el haber visto sentado en el banquillo a Carlos Fabra. El acontecimiento es de tal calibre que nadie debería de extrañarse si alguna vez se lo cuenta a sus nietos y no le creen.
Que Fabra acabara siendo juzgado constituyó durante muchos años un imposible metafísico, algo parecido a la música militar o que Mayor Oreja reniegue del franquismo. Diez años han tardado un proceso por el que han transitado hasta nueve jueces instructores, que debieron sentir lo mismo que un jugador del GTA 4 incapaz de pasar de pantalla. El juicio promete ser tan justo que el tribunal que debe estimar si este visionario de la aviación civil a ras de suelo cometió cohecho, tráfico de influencias y fraude fiscal está compuesto por las mismas personas que hace un año intentaron sacar el cohecho de la causa.
Lo más interesante del juicio no es comprobar si Fabra mediaba a cambio de comisiones para colocarle a las administraciones públicas los herbicidas y matamoscas del empresario que le denunció, sino oír sus explicaciones de cómo un tipo como él puede fulminar el cálculo de probabilidades y hasta el infinitesimal y ganar aparentemente siete veces premios gordos de la lotería. De haber conocido a este levantino con aspecto de extra de El Padrino II, los poetas clásicos que pintaban a la diosa Fortuna calva y ciega la habrían descrito con un ojo de cristal y gafas negras.
En 2008, año el que, según parece, fue agraciado con dos millones de euros, se le calentó la boca y declaró haber comprado el 27.931. “Si me toca, me sacaré la pirula y mearé en la sede de Izquierda Unida”, dijo entonces. Si llega a ser Andreíta, su hija, habría añadido su ya clásico “que se jodan”. Sin embargo, el gordo de Navidad fue para el 32.365, así que hay que suponer que llevaba más de un número. Con las mismas, su legión de fans se quedó sin verle la pirula y los de IU agradecieron no tener que desinfectar la fachada.
Hay que descartar a priori que este cacique, hijo de cacique, sobrino nieto de cacique, bisnieto de cacique y tataranieto de cacique –que los Fabra ya eran conocidos de O’Donnell- haya podido blanquear dinero comprando décimos premiados. Estamos, tal y como proclamó Rajoy, ante “un ciudadano y un político ejemplar” y no ante un ejemplar de político capaz de erigirse a mayor gloria un megamonigote de 20 toneladas con un avión en la cabeza. Y de Rajoy hay que fiarse a pies juntillas porque no miente ni por sms.
Harían mal en lanzar las campanas al vuelo quienes creen que por fin se juzga a un símbolo de la corrupción y del clientelismo. Está por ver que a Fabra se le haya acabado la suerte. Así que no se precipiten en lapidarle. Si no pueden contenerse, láncenle una buena pedrea.
Tan imparable es el progreso de este país que hace unos años había gente que proclamaba que se moriría sin ver ganar a España un Mundial de fútbol y los pobres infelices ya descansan en paz. A este paso vamos tener que cambiar nuestros deseos insatisfechos al mismo ritmo que el PP sustituye discos duros de ordenador. Es verdad que puede que palmemos sin ver instaurada la Tercera República, que eso ya es pedir el cielo siendo ateo, pero lo que ya no nos quitará nadie es el haber visto sentado en el banquillo a Carlos Fabra. El acontecimiento es de tal calibre que nadie debería de extrañarse si alguna vez se lo cuenta a sus nietos y no le creen.
Que Fabra acabara siendo juzgado constituyó durante muchos años un imposible metafísico, algo parecido a la música militar o que Mayor Oreja reniegue del franquismo. Diez años han tardado un proceso por el que han transitado hasta nueve jueces instructores, que debieron sentir lo mismo que un jugador del GTA 4 incapaz de pasar de pantalla. El juicio promete ser tan justo que el tribunal que debe estimar si este visionario de la aviación civil a ras de suelo cometió cohecho, tráfico de influencias y fraude fiscal está compuesto por las mismas personas que hace un año intentaron sacar el cohecho de la causa.
Lo más interesante del juicio no es comprobar si Fabra mediaba a cambio de comisiones para colocarle a las administraciones públicas los herbicidas y matamoscas del empresario que le denunció, sino oír sus explicaciones de cómo un tipo como él puede fulminar el cálculo de probabilidades y hasta el infinitesimal y ganar aparentemente siete veces premios gordos de la lotería. De haber conocido a este levantino con aspecto de extra de El Padrino II, los poetas clásicos que pintaban a la diosa Fortuna calva y ciega la habrían descrito con un ojo de cristal y gafas negras.
En 2008, año el que, según parece, fue agraciado con dos millones de euros, se le calentó la boca y declaró haber comprado el 27.931. “Si me toca, me sacaré la pirula y mearé en la sede de Izquierda Unida”, dijo entonces. Si llega a ser Andreíta, su hija, habría añadido su ya clásico “que se jodan”. Sin embargo, el gordo de Navidad fue para el 32.365, así que hay que suponer que llevaba más de un número. Con las mismas, su legión de fans se quedó sin verle la pirula y los de IU agradecieron no tener que desinfectar la fachada.
Hay que descartar a priori que este cacique, hijo de cacique, sobrino nieto de cacique, bisnieto de cacique y tataranieto de cacique –que los Fabra ya eran conocidos de O’Donnell- haya podido blanquear dinero comprando décimos premiados. Estamos, tal y como proclamó Rajoy, ante “un ciudadano y un político ejemplar” y no ante un ejemplar de político capaz de erigirse a mayor gloria un megamonigote de 20 toneladas con un avión en la cabeza. Y de Rajoy hay que fiarse a pies juntillas porque no miente ni por sms.
Harían mal en lanzar las campanas al vuelo quienes creen que por fin se juzga a un símbolo de la corrupción y del clientelismo. Está por ver que a Fabra se le haya acabado la suerte. Así que no se precipiten en lapidarle. Si no pueden contenerse, láncenle una buena pedrea.