dissabte, 5 de gener del 2013
divendres, 4 de gener del 2013
LA PEÑÍSCOLA DEL CID
Con la
llegada del PP al gobierno de España empezaron a cambiar muchas cosas; entre
ellas, los contenidos de la programación de las cadenas estatales de
televisión, sobre todo de la Primera de TVE. La desinformación y el
adoctrinamiento de la derecha española pretendían así abrirse camino en
nuestros hogares.
La
pasada noche del 27 de diciembre, la Primera emitió la película El Cid (1961),
sobre las aventuras de D. Rodrigo Díaz de Vivar. Vi sólo el final, pero tuve
tiempo más que suficiente para poder leer
entre fotogramas.
A principios de los años 60, Hollywood
se fijó en la literatura española y más concretamente en el cantar de gesta
de Mío Cid para rodar la superporducción cinematográfica, con algunos de los actores y actrices de moda de aquella
época
La película fue dirigida por Anthony Mann y tenía como protagonistas principales a Charlton Heston, Sofía Loren y Raf Vallone. Una parte del rodaje de los exteriores (la toma de Valencia a los moros) tuvo como escenario Peñíscola, en la comarca del Baix Maestrat, en el N de la provincia de Castellón. Recuerdo que los hechos tuvieron lugar en el siglo XI.
Quien conozca como yo el pueblo, al ver la película, se dará cuenta perfectamente que en los planos generales de su casco antiguo (situados en la pequeña península de donde deriva su nombre) se puede distinguir el santuario de la Virgen de la Hermitana, patrona del lugar i que fue construida el siglo XVIII, con posterioridad a la iglesia parroquial (siglo XV) situada un poco más abajo. El campanario de la ermita está a la misma altura que las murallas del castillo templario que se alzó sobre una alcazaba musulmana; eso se debe a que Dios no puede situarse por debajo de los hombres. Las murallas actuales las mandó construir Felipe II, tal como refleja su escudo de armas esculpido en relieve y colocado en lugares estratégicos de las mismas.
Pero El Cid no era la primera película que se rodaba en el pequeño pueblo pescador del N de Valencia; en 1956 ya se había rodado la película Calabuch de Luis García Berlanga, cuya trama era la de un sabio atómico europeo (recuerda mucho a Einstein) que se escondía en aquella pequeña población ribereña del mar Mediterráneo.
Durante los primeros años de la transición y con la llegada del llamado destape, se rodaron otras películas: El hijo del cura y El cura ya tiene hijo con Andrés Pajares, Fernando Esteso, Juanito Navarro, etc.
El rodaje del Cid, en el que por cierto, según se dice, los dos protagonistas principales (Charlton Heston en el papel de Rodrigo y la Sofía Loren en el Dña. Jimena) no estuvieron nunca en Peñíscola, significó un antes y un después para la localidad. El film actúo como un imán atrayendo turistas de todas las nacionalidades y el lugar se urbanizó a un ritmo tan vertiginoso, como desmesurado y caótico. Con el afán de construir lo máximo posible cerca del mar, se olvidaron de proyectar calles perpendiculares, lo que dificultó que se pudiera construir en la parte trasera de las edificaciones situadas en la primera línea de mar. También se construyó las lomas adyacentes, desde donde se goza de excelentes vistas sobre el Mediterráneo.
Disparates urbanísticos a parte, hoy en día Peñíscola sigue siendo un referente turístico con innumerables hoteles, cámpings y apartamentos para todos los gustos y precios. Durante el año se celebran varios festivales, como los de Música Antigua y Barroca o el Internacional de Cine de Comedia.
EL EMBLEMA. Sin lugar a dudas el vecino más célebre que ha tenido Peñíscola fue Benedicto XIII más conocido por el Papa Luna (quizás mejor llamarle antipapa, ya que lo fue durante el Cisma de Occidente) Es el emblema de la población.
EL MONUMENTO. El casco antiguo de Peñíscola es un monumental recinto amurallado con sus puertas, baluartes, garitas, etc., destacando su magnífico castillo morada del Papa Luna durante los últimos años de su vida (principios del siglo XV) y declarado Monumento Histórico Artístico Nacional en 1931.
EL PERSONAJE. A parte del Papa Luna, un asiduo visitante fue el doctor Julio Iglesias Puga, padre del cantante Julio Iglesias. El doctor contaba con muchas amistades entre sus habitantes.
LA ANÉCDOTA. Se cuenta que en los últimos años de vida, el Papa Luna tenía una salud muy delicada y le costaba mucho ingerir alimentos. Se pidió a los pasteleros de la zona que elaboraran un sustento que fuera fácil de tragar y rico en proteínas, vitaminas, etc. Un pastelero de Tortosa ideó un dulce muy ligero a base de yema de huevo, azúcar y harina en forma de gajo (media luna) que se conoce con el nombre de Garrofetes (algarrobitas) del Papa Luna.
EL PARAJE NATURAL. Aunque se trate de una villa marinera, tiene en sus inmediaciones el paraje natural de la Sierra de Irta rica en flora y fauna y muy apropiada para excursiones a pie.
COMO LLEGAR. Normalmente, los turistas llegan en coche particular o autocar, ya sea de línea regular o servicio discrecional. La estación de tren más cercana es la de Benicarló, situada a unos 10 Km. La salida de la autopista AP-7 (Benicarló-Peñiscola) está a unos 3 Km. del casco urbano, junto a la N-340.
Feliz año viejo (un article de David Torres al diari Público)
Empecé
el año nuevo como mandan los cánones, con doce uvas atoradas en la
tráquea, una tortilla de langostinos con paracetamol en la andorga, un
trancazo de gripe a los mandos y una copa de champán a la espera de
sumarse a la fiesta. Por detrás de mí y de mi gente, troceando el
tiempo, reinaba el televisor, esa ventana abierta sobre toda mi vida,
ese opio del pueblo destilado en dos dimensiones. El televisor es la
enésima versión de la caverna platónica, el agujero donde Orwell adivinó
que nos vigilaría el Gran Hermano, donde las luces y las sombras nos
revelan nuestra triste condición de esclavos. Sobre la pantalla los
muertos vuelven a la vida y los vivos parecen ya espectros, muertos de
segunda mano; por eso hay que maquillarlos tanto antes de salir en
antena, para que no asome la trastienda de la funeraria.
En un momento dado, en no se qué cadena y merced a no sé qué marroquinería tecnológica, Juan Imedio se integró en un brindis fantasmal junto a Esteso, Pajares y Pepe Da Rosa. Esteso y Pajares estaban jóvenes, radiantes, y Pepe recién salido de la tumba, en plena gloria de carcajadas, una reunión del más allá que quería ser simpática, pero que para mí tañía una nota lúgubre, me sonaba más bien a carpe diem y a cónclave de cadáveres.
A lo mejor fue cosa del alcohol o de la fiebre, pero el olor a muerto ya no me abandonó en toda la noche, aunque en los programas de nochevieja esto suele ser habitual: una sucesión de cantantes penosos, un bochorno de canciones rancias, una apoteosis de la caspa, viejos caricatos reciclando chistes pasados de moda, y hasta Bertín Osborne alto y póstumo como un lujoso monstruo de Frankenstein hecho de pedazos de sí mismo. Lo único que pudo salvar la madrugada fue la aparición tardía de Joaquín Reyes, un cómico posmoderno que inició su actuación con un resbalón intencionado que fue como una de esas rendijas de los relatos de Philip K. Dick que desgarran el velo del mundo y muestran el horror que late al otro lado: “Feliz mil novecientos ochenta. Ay perdón, que me he equivocado”.
Pero no, no se había equivocado. Por unos instantes me pareció que el televisor iba a preñarse y la pantalla a teñirse de blanco y negro antes de que Arias Navarro gimiera de oreja a oreja con una sonrisa de moviola: “Españoles, Franco ha vuelto”.
En un momento dado, en no se qué cadena y merced a no sé qué marroquinería tecnológica, Juan Imedio se integró en un brindis fantasmal junto a Esteso, Pajares y Pepe Da Rosa. Esteso y Pajares estaban jóvenes, radiantes, y Pepe recién salido de la tumba, en plena gloria de carcajadas, una reunión del más allá que quería ser simpática, pero que para mí tañía una nota lúgubre, me sonaba más bien a carpe diem y a cónclave de cadáveres.
A lo mejor fue cosa del alcohol o de la fiebre, pero el olor a muerto ya no me abandonó en toda la noche, aunque en los programas de nochevieja esto suele ser habitual: una sucesión de cantantes penosos, un bochorno de canciones rancias, una apoteosis de la caspa, viejos caricatos reciclando chistes pasados de moda, y hasta Bertín Osborne alto y póstumo como un lujoso monstruo de Frankenstein hecho de pedazos de sí mismo. Lo único que pudo salvar la madrugada fue la aparición tardía de Joaquín Reyes, un cómico posmoderno que inició su actuación con un resbalón intencionado que fue como una de esas rendijas de los relatos de Philip K. Dick que desgarran el velo del mundo y muestran el horror que late al otro lado: “Feliz mil novecientos ochenta. Ay perdón, que me he equivocado”.
Pero no, no se había equivocado. Por unos instantes me pareció que el televisor iba a preñarse y la pantalla a teñirse de blanco y negro antes de que Arias Navarro gimiera de oreja a oreja con una sonrisa de moviola: “Españoles, Franco ha vuelto”.
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