Esther Vivas
Periodista y activista
“No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” fue la
consigna que abrió las manifestaciones del 15 de mayo del 2011 en muchas
ciudades del Estado español y que dieron lugar al movimiento del 15M.
Un grito de indignación contra aquellos que venden nuestros derechos al
mejor postor. Hoy, dos años después, un nuevo eslogan, de la mano de la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), se impone: “Si se puede”.
Hemos pasado de la indignación a la toma de conciencia del poder del
nosotros.
El mayor logro de este movimiento de la indignación colectiva ha sido
el de cambiar la percepción del mundo que nos imponen. En el teatro de
la vida, se han encendido de golpe las luces que anuncian el fin de la
función. La fiesta se ha terminado. Y entre atónitos y ofuscados
observamos que somos víctimas de un saqueo a gran escala. Ya no son los
mismos de siempre quienes gritan contra el capital. Ahora, son muchos
los que se sienten robados por el expolio colectivo que significa la
crisis.
Tomar conciencia de que “no es una crisis es una estafa” es el primer
paso para cambiar las cosas. Como decía el filósofo francés Daniel
Bensaïd: “La indignación es un comienzo. Una manera de levantarse y
ponerse en marcha. Uno se indigna, se subleva, y después ya ve”. Y, dos
años después, vemos más robo, más saqueo y más pillaje. Vemos cómo se
sigue rescatando a la banca, mientras se nos hunde en la miseria. Vemos a
ricos más ricos y a pobres más pobres. Y nos damos cuenta de que la
respuesta pasa por solucionarlo nosotros.
La PAH ha sido el máximo exponente de este cambio de percepción de
los de abajo. Frente al desamparo gubernamental y la impunidad de la
banca, auto-organización y desobediencia. Huérfanos de victorias, la PAH
ha significado esperanza para quienes sufren el drama de los desahucios
e inspiración para los que luchan. Desalojos parados, ILP en el
Congreso, escraches, “obra social”… son pequeñas grandes victorias que
demuestran que pelear sirve. Imprescindibles cuando estamos hambrientos
de triunfos, ante un malestar creciente, pero, incapaz de frenar unos
ajustes sinfín.
El 15M ha mutado en innumerables frentes contra la crisis. Se ha
transformado en un mar de mareas de infinitos colores. Quienes ocuparon
plazas, actualmente, ocupan viviendas vacías, bancos, universidades,
hospitales. Desobedecen, no queda otra. Y la PAH ha crecido gracias a
muchos activistas que salieron por vez primera a la calle un 15 de mayo,
o volvieron a ella tras largos años de letargo. Y una vez las asambleas
de barrio fueron menguando, la PAH se convirtió en un referente de
lucha, como también las mareas en sanidad, educación, cultura y cada vez
en más ámbitos. Ante la tragedia de los desahucios, soluciones reales.
Ante la realidad de los recortes, resistencias concretas.
Pero el 15M, también, ha dado lugar a multitud de iniciativas a
pequeña escala: huertos urbanos, redes de intercambio, grupos y
cooperativas de consumo ecológico, ateneos populares, que señalan que
otro mundo no sólo es imprescindible sino posible. El movimiento de los
indignados ha creado espacios de encuentro, de ayuda mutua, redes de
resistencia… Y nos ha enseñado a empezar a cambiar el mundo aquí y
ahora, no sólo en los discursos, sino, sobre todo, en las prácticas.
Sin embargo, la crisis social y económica se ha profundizado. La
ofensiva del capital por acabar con nuestros derechos ha ido a más. La
pobreza, el hambre, el paro, los desahucios… son una realidad que afecta
cada vez a un mayor número de personas. La crisis se extiende como una
mancha de aceite, mientras los mismos de siempre continúan haciendo
negocio con el dolor de los otros. Los grandes empresarios y la banca se
frotan las manos ávidos de más tijeras y recortes, entretanto los
políticos de turno les allanan el camino, y se colman, de paso, los
bolsillos. La indignación y la desobediencia no ceden, pero son
insuficientes para detener la tromba de ajustes, y sufrimiento. La
resistencia a la crisis remontó hace dos años desde muy abajo y tras
décadas de derrotas.
Al mismo tiempo, asistimos a una crisis política y de régimen,
impensable poco tiempo atrás. El bipartidismo que gobernaba el país se
hace, afortunadamente, añicos. Y mientras el PSOE se hunde incapaz de
levantar cabeza, el PP sufre la erosión del gobierno y de la crisis. A
la monarquía, intocable entre los intocables, se le pierde todo el
respeto y el rey se convierte en el hazmerreír de la calle. Y a pesar de
la injusticia de la justicia, que en palabras del fiscal general del
Estado Eduardo Torres-Dulce, se “congratula” de la suspensión de la
imputación de la infanta Cristina por el caso Nóos, el pueblo ya los ha
juzgado.
En Catalunya, a golpe de sentencia del Tribunal Constitucional
aumentan las aspiraciones soberanistas, y el corsé de la Constitución se
vuelve insoportable. El españolismo más rancio insta a la “unidad del
reino”, y la caverna a la “una, grande y libre”. Vuelven los ruidos de
sables. Y un general en la reserva, Juan Antonio Chicharro, justificaba,
a principios de año, una intervención militar en Catalunya ante una
posible ruptura con el Estado. En sus palabras, “la patria es más
importante que la democracia”. Asimismo, la Asociación de Militares
Españoles, a finales del 2012, instaba a declarar “el estado de guerra,
el estado de excepción o el estado de sitio” en Catalunya, “en caso de
fractura o separatismo”. Visto lo visto, Franco no ha muerto.
Y, mientras, quienes mandan corren a criminalizar y a reprimir a los
que luchan, muestra de la desesperación y el miedo de un poder al que se
le mueven los cimientos. Frente a la imposibilidad de aplicar los
recortes por las buenas, se opta por imponerlos a las malas. Detenciones
preventivas, balas de goma, páginas web para delatar a manifestantes,
endurecimiento del Código Penal, sanciones administrativas y mucho más.
La represión y la violencia de Estado es un síntoma claro del temor de
los de arriba. Su mundo se tambalea, pero sus cimientos, muy a nuestro
pesar, continúan fuertes.
La necesidad de la política se hace evidente. Y los tiempos de Toni
Negri y John Holloway, de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, caen
lejos. Hoy se constata, amargamente, cómo el poder nos afecta, la Ley
Hipotecaria nos echa de casa y la reforma laboral nos deja sin empleo.
Hay que aprender del que “se vayan todos” en Argentina, el 2002, y cómo
luego volvieron los mismos de siempre, con la familia Kirchner al
completo. O ahora en Islandia, cómo después de una revuelta social y de
una nueva constitución ciudadana, la socialdemocracia y los verdes
traicionaron las aspiraciones emancipatorias de la gente y volvió la
derecha. Si no somos capaces de construir, entre todos, un nuevo
instrumento político y social por y para los de abajo, respetando la
autonomía del movimiento y sin olvidar la centralidad de la calle,
continuaremos siendo “mercancía en manos de políticos y banqueros”. El
debate sobre la perspectiva política de cambio está siendo, actualmente,
más discutida que nunca en organizaciones, movimientos y activistas
sociales. Buena noticia.
Hace dos años decíamos que el 15M era sólo el principio. Y así es. La lucha continúa.