Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
Existe hoy en 
amplios sectores de las fuerzas progresistas del país una postura 
ampliamente compartida entre sus movimientos políticos y sociales que 
asume que el capitalismo ha variado de tal manera que ha hecho 
irrelevantes los esquemas utilizados en el discurso político tradicional
 de las izquierdas (tales como la existencia de izquierdas versus 
derechas) o en el análisis social (tales como la existencia de clases y 
de la lucha de clases). Términos como burguesía, pequeña burguesía y 
clases trabajadoras han desaparecido en la narrativa de esta nueva 
postura. En su lugar, la lucha es entre la gran mayoría (el 99%) de la 
población y el 1%, que es, supuestamente, el que controla los hilos de 
la estructura financiera, económica y mediática del país. Esta nueva 
teoría se ha importado de EEUU, donde el movimiento Occupy Wall Street 
se hizo famoso por utilizar esta figura, el 1%, como el responsable de 
la crisis y continuo deterioro de la calidad de vida y bienestar de la 
gran mayoría de la ciudadanía.
Este 1% es lo que solía 
llamarse la clase capitalista e incluye el sector sumamente minoritario 
de la población que consigue sus ingresos de las rentas del capital y 
tiene un enorme poder financiero, empresarial, mediático y político, 
resultado de su control de los medios financieros, de producción, de 
información, difusión y persuasión, conseguido con la complicidad del 
Estado, cuyas políticas han facilitado la enorme concentración de las 
rentas. En EEUU este 1% poseía en 2008 el 28% de la renta nacional. Es 
probable que este porcentaje en España, incluyendo Catalunya, sea 
incluso mayor.
Ahora bien, esta teoría que 
asume que la lucha de clases se ha sustituido por la lucha del 99% 
frente al 1% es insuficiente y puede llegar, como ya está ocurriendo, a 
la inoperancia, tal como le ha ocurrido al movimiento Occupy Wall 
Street. En realidad, si el adversario fuera solo un 1%, la tarea 
transformadora de nuestras sociedades sería mucho más fácil. Como decía 
un compañero sindicalista estadounidense “firmaría enseguida si la 
realidad fuera tan sencilla”. Pero no lo es. Y el proyecto transformador
 es mucho más difícil que la existencia del 1%.
Y la mayor causa de ello es 
que este 1% tiene como aliados, al menos, otro 9%, un porcentaje clave 
para la reproducción del dominio y explotación de la mayoría a costa de 
este 1%, y cuyos intereses están intrínsecamente ligados a los del 1%. 
En terminología clásica, no son capitalistas, pero reproducen el sistema
 capitalista con el cual están intrínsecamente ligados. En realidad, en 
otro sistema más sensible a las necesidades de la mayoría de la 
población, no existiría este 9%.
Me estoy refiriendo a todos 
aquellos que gestionan las instituciones reproductoras del sistema 
financiero, económico, mediático y político, incluyendo el poder de 
reproducir los valores, la ideología dominante y la promoción de 
imágenes, todo ello esencial y básico para la reproducción del sistema, 
tan o más importante que las instituciones de control y represión. 
Creerse que este sector es parte del 99% es erróneo y puede crear una 
enorme confusión. Asumir, por ejemplo, que grandes gurús mediáticos (y 
yo podría poner una larga lista de nombres, tanto aquí en Catalunya, 
como en el resto de España) son parte del 99% es estar equivocado. Su 
función es la de sostener el poder de este 1%. Y lo hacen exitosamente.
Es este 10% (1% + 9%) el que 
se ha beneficiado enormemente del incremento de las rentas del capital a
 costa de las rentas del trabajo. En EEUU este 10% alcanzó a tener el 
52% de todas las rentas en 2008, mientras el 90% restante tenía el 48%. 
Lo cual me lleva a subrayar la enorme importancia de continuar 
utilizando las categorías de poder como clase social, categoría que ha 
sido deliberadamente ocultada en el lenguaje oficial y apenas utilizada 
incluso por las izquierdas. Y este ocultamiento, signo en sí del enorme 
poder del 1% (de la clase capitalista), tiene como objetivo silenciar la
 lucha de clases. A fin de evitarlo, se presenta una sociedad, que 
objetivamente está estructurada en clases sociales, como una sociedad de
 clases medias (que incluye desde el que es casi rico al que es casi 
pobre, es decir, la gran mayoría de la ciudadanía).
Pero los datos y la realidad 
están ahí para todo el que quiera verlos. Venga a Barcelona y paséese 
por la ciudad. Y verá que hay barrios burgueses, barrios pequeño 
burgueses, barrios de clase media y barrios de clase trabajadora. Poner 
toda esta variedad bajo la categoría del 99% imposibilita entender las 
necesidades que tiene cada clase social y sus distintos niveles de 
compromiso en un proyecto transformador. De la misma manera que la 
explotación de género configura un grado diferencial de exigencia de 
cambio, la explotación del mundo trabajador es distinta a la del pequeño
 burgués (que puede estar explotado, por cierto, por el burgués), lo 
cual niega estrategias distintas de transformación.
La evolución del capitalismo 
ha ido favoreciendo las alianzas de estos proyectos de transformación. 
Así, la pérdida reciente de autonomía de las clases profesionales y el 
deterioro de sus condiciones de trabajo (lo que solía llamarse “la 
proletarización de los profesionales”) han hecho que amplios grupos de 
estos profesionales sean más afines y apoyen proyectos más 
transformadores, incluso radicales. En EEUU, la Asociación de Cirujanos,
 uno de los grupos más conservadores de la profesión médica, está 
apoyando la propuesta de reforma sanitaria de las izquierdas (el Single 
Payer), que eliminaría las compañías de seguros privados en la gestión y
 financiación del sistema sanitario.
Esta evolución facilita el 
establecimiento de amplias alianzas en las que el conflicto de intereses
 no es solo entre la clase trabajadora y la burguesía (que continúa 
existiendo), sino entre una mayoría de la población (alianza de las 
clases medias y de la clase trabajadora) y una minoría (el 10%) que 
domina y gobierna el mundo financiero, económico, mediático y político 
del país. Ignorar la existencia de clases (poniéndolas a todas –excepto 
los ricos y pobres- bajo la categoría de clases medias) y sus distintos 
intereses, ha llevado al movimiento Occupy Wall Street a limitar su 
influencia política, pues ha dejado de lado al grupo social, la clase 
trabajadora, que padece más la explotación y represión y que tiene mayor
 motivación para el cambio. El hecho de que las izquierdas no hablen de 
ello y hayan abandonado el análisis y narrativa de clases sociales, 
contribuye más y más al distanciamiento y alienación de las clases 
populares, incluyendo la clase trabajadora, hacia los partidos de 
izquierda, sustituyendo su apoyo a estos partidos con apoyos a partidos y
 voces radicales, incluso de carácter fascista y chauvinista, que llenan
 el vacío que tales partidos de izquierda crearon.