Juan Tortosa
Afirma
Montserrat Caballé que se ha encontrado “horrorosa” cantando en color sepia junto a
Raphael en el anuncio de la lotería. Nada que ver, desde luego, con aquel majestuoso
“Barcelona” que interpretó junto a
Freddy Mercury dedicado a los Juegos Olímpicos del
92 y que nos puso a todos en su día los pelos de punta.
Yo creo que lo que en el fondo se pregunta nuestra más insigne
soprano es cómo ha podido degenerar tanto, cómo ha podido caer tan bajo.
Y yo le contestaría que tranquila, que eso pasa mucho, que desde hace
un par de años eso es algo que le ocurre a la mayoría de los españoles:
la sensación de degenerar, de volver no ya al sepia sino directamente al
blanco y negro, la evidencia de ir de mal en peor, de regresar a un
pasado que creíamos olvidado y superado para siempre…
Este viernes ha sido duro. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo?, me he
sorprendido preguntándome a mí mismo en cuanto he visto aparecer a
Rajoy
y colocarse ante el micrófono para soltarnos el infecto, vomitivo e
infumable rollo que nos ha colocado. Mariano es como ese cuñado pesado
que llega a casa por navidad y que, apenas se sienta, ya estamos
contando las horas que faltan para que se largue. Rajoy ha estado más de
tres cuartos de hora “hablando de su libro” y, desde el minuto uno, yo
solo quería que se marchara ya. Sabía de sobra que no iba a satisfacer
ni una sola de mis legítimas curiosidades y no podía soportar la
sensación de pérdida de tiempo a la que me abocaba mi necesidad de
verificar lo que ya sospechaba.
Y verifiqué. No es que yo no me crea a Rajoy. Es que él mismo
transmite ya la sensación de que no se cree nada de lo que va a decir.
Es más, se le nota que sabe de sobra que nosotros tampoco pensamos
creernos ninguna de sus milongas. Lo que queremos es que acabe cuanto
antes, que nos deje en paz y si de lo que se trata es de tomarnos el
pelo, que nos lo tome lo menos posible. Que acabe cuanto antes el
discurso y la legislatura, que se vaya ya, que pase de nosotros este
cáliz, esta pesadilla, esa pesada y repetitiva cantinela con la que
reivindica la mayoría que le dio carta blanca para estar
1.461 días en el poder, de los que no parece dispuesto a perdonar ni uno.
Yo ya no sé si quiero que Rajoy comparezca ante la prensa o prefiero
que no lo haga. Ni por plasma. Para que el nota acabe cachondeándose
siempre de nosotros como lo hace, tampoco hay necesidad. Yo ya me
maliciaba que despacharía de mala manera las preguntas sobre el
anteproyecto de ley del
aborto presentado la semana pasada por
Gallardón, pero no pensé que sumaría un nuevo
tabú a su particular letanía de
vocablos impronunciables,
ni que ningunearía a quienes le preguntaran por el tema. Es que hasta
les ha vacilado: “ya he hablado suficiente de ese asunto”, ha dicho
cuando no llevaba nada dicho ¿se puede tener más cara? En cuanto al
asunto de
Catalunya era evidente que no podría
esquivarlo. Y no lo ha hecho, pero su actitud de chulo de barrio al
abordarlo reconozco que ha superado mi imaginación.
Si es cierto que todo el mundo es previsible, en el caso de Rajoy lo
único que se puede prever es que no vamos a sacar nada en claro de las
respuestas a aquellas preguntas que no le dé la gana contestar. Pero lo
que sorprende es el “arte” con el que lo hace. Hay que ser muy
pasota y andar muy
sobrao para
salir a la palestra este viernes y pintarnos el panorama que nos ha
pintado: vamos, que poco más y estamos todos atando los perros con
longaniza ya. Que no quiero verlo. Ni oirlo. Quiero que desaparezca ya.
¿Cómo hemos podido caer tan bajo? ¿Cómo estamos en estas manos? ¿Cómo
hemos podido degenerar tanto?
Me veo tan horroroso gobernado por Rajoy como la Caballé iluminada
con velas y cantando junto a Raphael. Puesto a vacilarnos, podía Mariano
haberle añadido al menos un poco de sal al asunto. Este viernes, cuando
finalizaba su comparecencia, podía haber levantado la mano y, al modo
del incombustible cantante de Linares, despedirse agitándola mientras
entonaba el pegadizo sonsonete de los niños de la lotería:
Na-na-na-na-ná na-náaa-na.
Eso: Ná de ná. Porque tras escucharlo hemos salido todos con la cabeza
caliente y los pies fríos. Como, por otra parte, era perfectamente
previsible.