Me piden que introduzca el debate sobre sindicalismo y de entrada constato la 
dificultad de poder hacer una reflexión serena entre tanto ruido de fondo. Pero me decido a intentarlo, porque el tema se lo merece. 
Para comenzar conviene recordar que, como en muchos otros temas, esta 
reflexión sale marcada por un estado de opinión publicada muy consolidado, y eso es una dificultad añadida. 
Conviene también constatar que en el debate sobre “sindicalismo hoy” se 
entrecruzan al menos tres planos, que debemos tener presente y diferenciar al mismo tiempo.
El primero y más estructural se refiere a 
la “crisis” de transformación del sindicalismo
 y las dificultades de adaptación a un entorno que la globalización ha 
puesto “patas para arriba”. Un proceso que se inició hace cuatro décadas
 y que a otros sindicalismos les pilló crecidos y consolidados, pero al 
español le pilló naciendo y cogiendo posiciones.
El segundo, algo más coyuntural
, se refiere a las dificultades 
sobrevenidas, que en algunos casos adoptan forma de impotencia, para 
responder a los efectos de esta crisis, a las necesidades, a las expectativas depositadas y a las exigencias de los trabajadores. 
Y el tercero y no menor, hace referencia a la incidencia que en el 
debate social tiene la ofensiva que los poderes económicos y sus 
representantes políticos han lanzado para 
derribar o debilitar cualquier contrapoder social, aprovechando la oportunidad que les brinda la crisis.
 Y entre los medios utilizados, además del debilitamiento institucional y
 legal, nos encontramos con la destrucción interesada de la legitimidad 
social del sindicalismo, de su reputación pública. Destruir las formas 
colectivas de organización y su capacidad de actuar como contrapesos 
sociales deviene clave para imponer la hegemonía económica, política y 
sobre todo ideológica del capitalismo financiero. 
Analizar la incidencia de estos tres planos, sin negarlos ni magnificarlos
 me parece la clave para una reflexión útil, que huya de las certezas de
 lo conocido o de las respuestas fáciles. Por eso me ha parecido que la 
mejor fórmula para introducir el debate es la de la duda. No dar por 
seguro ni compartido nada y por el contrario plantearse muchas 
preguntas, incluso la más básica. 
¿De qué hablamos, cuando hablamos de sindicalismo, hoy?
La pregunta puede parecer naíf, pero estoy en condiciones de afirmar 
que ni en el seno del sindicalismo organizado la respuesta es pacífica y
 no solo porque a lo largo de la historia del sindicalismo se han 
producido cambios muy notables.
Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI la palabra sindicalismo 
describe realidades tan distintas, como la de la organización sindical 
de los sherpas nepalíes, la organización de las trabajadoras del textil 
en Bangladesh, los sindicatos de algunos países europeos implicados en 
diferentes formas e intensidades en la gestión del Estado Social. A todo
 le llamamos sindicalismo, sin olvidar las formas patológicas que 
adquiere en determinados países y sectores, en los que se llama 
sindicalismo a organizaciones que no trabajan por la emancipación de los
 trabajadores, sino por su control social. 
Por eso en este 
intento de reflexión utilizaré Europa como punto de referencia, con algunas incursiones globales sin las cuales hoy no es posible entender nada.
Si hoy en España hacemos la pregunta
 ¿Qué son los sindicatos? nos podemos encontrar con las siguientes respuestas espontaneas – aunque no tanto-. 
Organizaciones a las que el Estado les encomienda la función de 
defender a los trabajadores. Instituciones públicas financiadas por el 
Estado para que realicen determinadas funciones, como negociación 
colectiva, asesoramiento. Organizaciones que defienden los intereses de 
los trabajadores. 
En mis experimentos de estar por casa con esta pregunta, incluso 
entre personas con responsabilidad sindical, la respuesta espontanea que
 menos sale es la que a mi entender mejor define a las organizaciones 
sindicales. 
El sindicalismo nació, se convirtió en protagonista social del 
siglo XX y debe continuar siendo así en el siglo XXI, un “espacio de 
auto organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses “
¿Estamos de acuerdo? ¿Continúa siendo así? ¿Y esto como se concreta, 
aquí y hoy?, teniendo en cuenta la profunda transformación de todos los 
elementos que alumbraron el sindicalismo como forma de organización 
social. Entre ellos, el sujeto histórico – la clase obrera- el hábitat 
económico y social en que se desarrolló. O sea la economía industrial,la
 sociedad industrialista, la empresa integrada, el Estado Nación.
La respuesta a esta pregunta es clave, porque de ella se desprenden otras preguntas determinantes. 
¿Cuál es la misión del sindicalismo hoy?
¿Es el sindicalismo una organización para los trabajadores o de trabajadores? 
¿Cómo organizar a colectivos, cada vez más amplios que no tienen 
vínculo permanente con una empresa, que es el hábitat natural del 
sindicalismo?
¿Cómo generar conciencia y prácticas de cooperación entre colectivos 
de trabajadores en un modelo productivo que tiende a la 
descentralización y a la competencia entre trabajadores?
¿Cómo dar respuesta a la estrategia del capitalismo financiero 
global? resumida en la frase “repartiros el salario y los derechos entre
 vosotros, que los beneficios del capital no se tocan y de 
redistribuirlos fiscalmente, ni hablar 
¿De dónde nace la legitimidad del sindicalismo” ¿Y cómo se mide esta legitimidad?
¿Debe el sindicalismo asumir funciones que vayan más allá de los 
intereses de sus afiliados? ¿Y si es así, cuales, en qué condiciones?
¿Las funciones del sindicalismo se limitan a la mejora de las condiciones de trabajo o abarcan otros aspectos sociales?
¿Qué relación debe tener el sindicalismo con otras formas de 
organización social de los trabajadores fuera del lugar de trabajo? 
¿Qué puede aprender o desaprender el sindicalismo de esas formas de organización social?
¿Debe el sindicalismo asumir las funciones de representación política del conflicto social? ¿Y si es así con que limites? 
¿Es viable un sindicalismo propio del Estado Nación en el marco de una economía globalizada? 
¿Cuál es el papel de la comunicación en el funcionamiento del sindicalismo, en su legitimidad social?
¿Es hoy el sindicalismo un instrumento útil para la lucha social y para el objetivo de la igualdad? ¿Y cómo se mesura?
Las preguntas son inacabables y este espacio se queda pequeño, pero aunque pueda parecerlo no son preguntas teóricas. 
Se las plantean cada día, consciente o inconscientemente, decenas de miles de hombres y mujeres sindicalistas.
 Y responden como siempre con la práctica, no exenta de muchas 
contradicciones y callejones sin salida, también de notables éxitos, no 
siempre reconocidos, ni tan siquiera por sus protagonistas. 
Ninguna de estas preguntas tiene respuesta fácil ni única. Lo que 
si sería deseable es que no respondiéramos a ellas con una cosa y su 
contrario a la vez.
Para explicarme, nada mejor que algunos ejemplos de afirmaciones muy 
repetidas por parte de trabajadores, sindicalistas, empresarios, 
sociedad y opinión publicada. 
Por parte de trabajadores cosas como “Los sindicatos solo se 
preocupan de sus afiliados, por eso yo no me afilio” Para a continuación
 decir “Los sindicatos no me resuelven el problema”
Por parte de sindicalistas cosas como: “No queda más remedio 
que aceptar la doble escala salarial para trabajadores de nuevo ingreso,
 si no queremos que los trabajadores actuales nos tumben el convenio o 
el Comité. Para a continuación constatar el riesgo que esos jóvenes vean
 al sindicato como algo ajeno.
Por parte de las empresas afirmaciones como: “Los trabajadores
 y los sindicatos deberían implicarse más en el futuro de la empresa”, 
para a continuación decir que la participación de trabajadores y 
sindicatos en la organización de la empresa es un estorbo. Que eso es 
facultad exclusiva del empresario
Por parte de la sociedad: “Yo, como trabajadora de sanidad o 
de educación tengo derecho a hacer huelga”, para días después olvidarse 
que una huelga en los transportes públicos ocasiona perjuicio a los 
usuarios. Por supuesto el ejemplo puede ser perfectamente en dirección 
inversa. 
Por parte de la opinión publicada: Los sindicatos deben 
modernizarse y no atender solo al salario directo, sino ofrecer 
servicios, para a continuación decir que los sindicatos no deben hacer 
estas funciones. O en sentido contrario, que si deben 
realizarlas,exigiendoles además que la atención a los inmigrantes, el 
asesoramiento jurídico o la formación que deben hacer los sindicatos 
debe ser universal a todos los trabajadores/as y financiado solo con los
 recursos de los afiliados.
Si he destacado estas contradicciones frecuentes, de las que nadie 
estamos exentos, es para poner de manifiesto la complejidad del debate. Y
 para intentar huir de respuestas fáciles a algunas preguntas clave. 
Apunto algunas de mis reflexiones a lo largo de estos años. Sin 
ninguna pretensión ni sistémica ni omnicomprensiva. Simplemente para 
intentar que el debate pueda estructurarse
¿ESTA EN CRISIS EL SINDICALISMO?
Creo que las organizaciones sindicales son conscientes que el 
sindicalismo sufre una profunda crisis de transformación, fruto de los 
cambios que en la economía, en la sociedad, en las estructuras sociales 
ha provocado la globalización. Al sindicalismo le sucede lo que a otras 
formas de organización social y política del siglo XX; Le está 
desapareciendo el hábitat que lo hizo nacer: sociedad industrialista – 
no me refiero solo a empresa y economía- estado nación, empresa 
integrada, condiciones de trabajo homogéneas fruto de las formas 
fordistas y tayloristas de organización del trabajo. 
En todo caso, la pregunta importante es si las respuestas que está 
dando el sindicalismo llevan a una transformación útil y regeneradora o 
son simplemente conservacionistas.
¿CUÁL ES LA MISIÓN DEL SINDICALISMO HOY?
¿Continúa siendo la de ser un 
espacio de auto organización de los trabajadores para
 la defensa de sus intereses? O bien en el sindicalismo también han 
impactado los cambios en las categorías sociales que llevan a considerar
 al ciudadano como usuario, como consumidor
Es importante destacar el concepto de “auto organización” o 
sea la voluntad de los trabajadores de ser parte activa del sindicato y 
no esperar a que sean otros los que les resuelvan su papeleta y ellos 
solo dedicarse a esperar resultados y exigir. 
Este concepto de sujeto activo, choca con una cultura dominante hoy y
 que avanza en el conjunto de la sociedad. El paso de la condición de 
ciudadanos a la de usuarios o clientes. Un tránsito cultural que 
impregna el Estado social – convirtiendo derechos en bienes- que afecta a
 la política – de la economía de mercado a la sociedad de mercado y la 
política de mercado, donde los ciudadanos son clientes de la política. Y
 por supuesto al sindicalismo, al que muchos trabajadores no ven como un
 espacio de auto organización, sino como un proveedor de servicios y 
protección. 
Sin duda, las formas de organización del sindicalismo no son ajenas a estas concepciones. 
El
 debate y el conflicto entre “sindicalismo de trabajadores o 
sindicalismo para trabajadores” lleva varias décadas entre nosotros. 
Que pueden hacer los sindicatos para ser “
de trabajadores y no para trabajadores”.
 Supongo que disponer de una cultura y formas organizativas que lo 
faciliten. Aunque lo que antaño fue la asamblea de grandes centros de 
trabajo, ahora en un contexto de fuerte dispersión productiva resulta 
mucho más complejo. 
SINDICALISMO Y MOVIMIENTOS SOCIALES.
¿Hay alguna experiencia positiva de los movimientos sociales que pueda ser útil para el sindicalismo? 
 Creo que sí. La capacidad de la PAH para ser al mismo tiempo espacio de
 ayuda mutua y soporte emocional, mecanismo de solución de problemas 
individuales e impugnación del sistema, es un buen referente. Entre 
otras cosas porque esta es exactamente la manera en que nació el 
sindicalismo. ¿Qué son sino las primeras luchas mineras y los fondos de 
ayuda mutua? ¿Han desaparecido estas prácticas del sindicalismo actual? 
Mi percepción es contradictoria. Se mantienen en muchos ámbitos, donde 
el sindicalismo continua jugando este papel de protagonismo de los 
trabajadores y es más difuso en otros. 
¿Y de que depende? De muchas cosas. Si el objeto de la lucha es muy 
cercano, los objetivos muy homogéneos y las formas de comunicación con 
los trabajadores son directas, es mucho más fácil el sindicalismo de 
trabajadores. Aunque no se conozca, porque es una realidad 
invisibilizada por los medios, estas prácticas son frecuentes y 
cotidianas hoy. Pero conviven con otras expresiones del sindicalismo, 
donde la amplitud de los afectados, la dispersión y heterogeneidad de 
intereses, dificultan estas formas de protagonismo de los trabajadores y
 además propician que la realidad llegue a los trabajadores y a la 
sociedad de manera muy “intermediada” por los medios de comunicación. El
 caso más evidente el de los procesos de concertación social de un lado o
 el de las huelgas generales de otro. 
Una última pregunta. 
¿Se evalúa al sindicalismo con el mismo rasante que a otras formas de organización social?
¿Alguien hace responsable a sus protagonistas de que determinados 
movimientos sociales hayan sido muy activos en la reivindicación y la 
resistencia, pero ello no se haya trasladado a triunfos tangibles? Creo 
que no y así debe ser.
¿Se utiliza este mismo criterio para las movilizaciones sindicales? No lo parece, creo que el grado de exigencia de utilidad concreta es diferente. ¿Por qué razones?
Me atrevo a sugerir algunas. Las formas de trabajo y su traslación a 
la sociedad aparecen en ocasiones muy institucionalizadas y esa imagen 
lleva a los trabajadores a criterios de exigencia propios de las 
instituciones y no de organizaciones sociales. Además los poderes, 
incluidos los mediáticos, no suelen preocuparse de movimientos que 
nacen, actúan y desaparecen. Lo que de verdad les preocupa es que estos 
movimientos adquieran formas estables de organización, sean sindicatos o
 sean la PAH. Y un tercer factor más doméstico y muy antiguo en la 
cultura de la izquierda es la hipercriticidad con todo aquello que no se
 controla. En todo caso insisto que cada una de estos interrogantes 
tiene respuestas – si es que las tiene- muy complejas.
¿QUE PAPEL DEBE DESARROLLAR EL SINDICALISMO?
SINDICATO CONFLICTO, SINDICATO NEGOCIACIÓN
Planteo esta pregunta, porque está presente en el debate, pero es 
posiblemente la que me resulta más vacía. Es casi como preguntar a un 
niño a quien quiere más, a su padre o a su madre. O como preguntar, cuál
 de los dos pulmones es más importante para la persona.
La propia esencia del sindicalismo conlleva la convivencia de este 
binomio de dos caras que cuando una de las dos falta el resultado pierde
 su esencia. De hecho más que dos, son cuatro las patas. Capacidad de 
identificar los problemas y la reivindicación que aúne fuerzas, 
capacidad de ejercer el conflicto, capacidad de convertir la fuerza del 
conflicto en propuestas y por ultimo capacidad de convertir todo ello en
 acuerdo útil. 
Y si lo he traído a colación es porque desde fuera del sindicalismo 
se suele negar esta dualidad. Los que niegan el conflicto social como 
parte de su estrategia de deslegitimación social. Y los que niegan la 
negociación y los acuerdos como forma también de deslegitimación. Aunque
 en ocasiones partan de posiciones ideológicamente muy confrontadas, 
ambas formas de deslegitimar el sindicalismo tienen en común la no 
comprensión de cuál es su función. 
¿TIENE LEGITIMIDAD SOCIAL EL SINDICALISMO? ¿CÓMO SE MIDE?
Esta pregunta tiene tantas respuestas como universos a los que se 
formule. No es lo mismo formularla, como hace el CIS, al conjunto de la 
sociedad, incluidos empresarios, que hacerlo solo a los asalariados. La 
propia configuración del universo ya contribuye a una imagen del 
sindicalismo como institución pública y no como organización de 
trabajadores. Y por supuesto condiciona el resultado de la respuesta
En todo caso es evidente que en los últimos años la legitimación 
social del sindicalismo está sufriendo una importante erosión débil. Y 
ello a pesar que sus niveles de afiliación y representatividad son 
iguales o mejores que otras formas de organización social. 
Desde su nacimiento el sindicalismo se legitima a partir de los 
trabajadores y a través de dos mecanismos, el de la afiliación y el de 
la representatividad. 
En cada país hay un modelo distinto, en el nuestro prima legalmente 
el de la representatividad, pero también cuenta el de la afiliación. 
Si analizamos la UE, el proceso es de pérdida de afiliación en las 
últimas décadas. No así en España que ha vivido, hasta la llegada de la 
crisis y la reducción de 3,5 millones de ocupados, uno de los procesos 
de crecimiento de la afiliación más intensos de toda la Confederación 
Europea de Sindicatos. Los tópicos e imágenes estereotipadas sobre 
afiliación son muchos e imposibles de debatir aquí.
Sugiero la lectura de los Informes de la Fundación 1 de mayo coordinados
 por Pere J Beneyto o los trabajos del Observatorio de la Afiliación del
 Centro de Estudios (CERES) de CCOO de Catalunya, coordinados por Ramón 
Alós y Pere Jodar.
En todo caso constatar que niveles de afiliación que oscilan entre el
 15% y el 18 % no son despreciables en un entorno de fuerte precariedad y
 rotación y una cultura,la española, refractaria al asociacionismo. Y 
que aguanta muy bien la comparación con otras formas de organización 
social y política. 
En el terreno de la representatividad, la celebración de elecciones 
sindicales cada 4 años comporta niveles de legitimación directa por 
parte de los trabajadores muy importantes. Ello sin olvidar algunos 
problemas importantes. Las elecciones están previstas para empresas a 
partir de 10 trabajadores o de seis o más, en un país en que el 78% de 
las empresas tienen solo hasta cinco trabajadores. 
Otro factor de distorsión es que las elecciones sindicales otorgan 
una gran legitimidad democrática y social a los sindicatos, pero generan
 algunos efectos colaterales no deseados. En la medida que nuestra 
legislación hace depender la capacidad de actuar como sindicato, y sobre
 todo la de negociar convenios, de la representatividad electoral, ello 
comporta un desincentivo a la afiliación como elemento de vínculo 
estable entre trabajadores y sus sustitución por un vínculo delegativo 
como el voto. Osea, propicia el sindicato para trabajadores y no de 
trabajadores que comporta la afiliación. Y además es el responsable de 
importantes confusiones y contradicciones. Especialmente la de cuáles 
son los destinatarios de la acción del sindicato, solo los afiliados o 
también todos los trabajadores. Y si son todos los trabajadores, ¿con 
que recursos se sufragan los costes de funcionamiento, organización y 
acción? ¿Solo con los que aportan los afiliados para que se beneficien 
todos los trabajadores? ¿O con recursos públicos? atendiendo a la 
naturaleza de las funciones públicas que desarrollan, como la 
negociación de convenios de eficacia general a los que la Ley otorga la 
naturaleza de norma jurídica con capacidad para obligar. 
Es este el debate que debe hacerse a mí entender sobre modelo 
sindical o formas de financiación. Lo que se hace hoy en algunos medios 
está entre la trampa, la manipulación o el acoso.
¿ES VIABLE EL SINDICALISMO NACIONAL EN UN CONTEXTO DE GLOBALIZACIÓN? 
El sindicalismo ejercido solo entre las paredes del estado nación, en
 un contexto de economía globalizada, tiene las mismas limitaciones, 
expresa las mismas contradicciones que las de todas las formas sociales o
 institucionales fruto de una economía y una política nacional. 
Que no son otras que el profundo desequilibrio de fuerzas que genera 
el conflicto entre una economía globalizada, con una hegemonía del 
capitalismo financiero y unas organizaciones sindicales limitadas al 
ámbito del estado nación. 
Pero pasar de la teoría a la práctica parece ser algo más complejo.
 Sobre todo porque la estrategia de fuerte competitividad entre empresas
 y países, que comporta este modelo económico, dificulta la puesta en 
marcha de estrategias de cooperación entre trabajadores, entre 
sindicatos. También porque en muchos países, los sindicatos, como otras 
organizaciones e instituciones viven el espejismo de que es posible la 
defensa del Estado Social en un solo país. Es un espejismo interesado a 
partir de concepciones legítimas de conservación de los derechos 
existentes.
 Pero que sea humanamente comprensible no significa que sea operativo o útil.
En todo caso conviene tomar nota de lo que significa que tanto a 
nivel de Europa, como Mundial y a pesar de estas dificultades, las 
organizaciones que agrupan a los sindicatos (la CES y la CSI) sean los 
espacios de organización europea y social que más esfuerzos están 
haciendo para la construcción del sindicalismo global.
Estoy seguro que en el debate aparecerán formas concretas de 
cooperación sindical y también de espacios o instrumentos de trabajo 
conjunto entre sindicalismo y otros sujetos sociales, como las ONG.
¿ES UTIL EL SINDICALISMO HOY?
Para intentar responder a esta pregunta conviene hacerse otras con carácter previo. 
¿Existe hoy la necesidad de continuar luchando contra las desigualdades sociales o a favor de la transformación social? 
Desgraciadamente de un lado y afortunadamente de otro, la crisis ha 
hecho desaparecer el falso imaginario de la desaparición de las clases 
sociales. El aumento brutal de la desigualdad y de la pobreza ha tumbado
 todos los espejismos de una sociedad sin conflicto social, sobre la que
 se ha construido la hegemonía conservadora. Una hegemonía ideológica 
que adquirió su momento culmen en la construcción tatcheriana del 
“capitalismo popular”, tan real como prepotente e imprudentemente 
menospreciada por la izquierda europea.
Posiblemente la mejor respuesta a esta pregunta esté en otra pregunta. 
¿Qué debe hacer el sindicalismo para continuar siendo útil a los 
trabajadores del siglo XXI? Y útil a los objetivos que dan razón a su 
existencia. 
INTERROGANTES DE COMPLEJA RESPUESTA.
Este son los grandes interrogantes a los que los sindicalistas 
intentan dar respuesta cada día, no siempre con éxito. Y todos tienen en
 común el reto de como transformar las formas de ser, organizar, actuar 
en una realidad profundamente transformada en relación a la que alumbró 
el sindicalismo. 
Me refiero a cómo organizar sindicalmente a los precarios, 
como conseguir trabajar en un entorno de empresas pequeñas o micro, muy 
periféricas en la organización del trabajo en un proceso productivo 
profundamente descentralizado, marcado por la externalización de riesgos
 y costes hacia los de debajo de la pirámide.
Cómo construir cohesión en un entorno económico y social que camina hacia la desvertebración.
 Cómo cohesionar a los trabajadores, evitando la tendencia natural al 
corporativismo y al mismo tiempo a la externalización de los ajustes 
desde los más protegidos – que son al mismo tiempo los más organizados- 
hacia los más desprotegidos – que son también los menos organizados-.
En este contexto de desagregación, ¿se puede construir sindicalismo 
solo desde el centro de trabajo? ¿Existen alternativas a la organización
 en el centro de trabajo que no comporten la perdida de la propia 
naturaleza del sindicato? ¿Les corresponde esta función a las organizaciones sindicales?
Como construir sindicalismo global en el marco de una estrategia 
competitiva salvaje que apuesta por el conflicto entre países, empresas y
 trabajadores. 
Aunque no siempre salga a la luz y no siempre se destaque por parte 
de los medios, estas son preguntas que el sindicalismo organizado se 
plantea a nivel teórico y a las que está intentando – me consta – dar 
respuesta cotidiana. Pero mucho me temo que la respuesta solo se verá 
con el tiempo y posiblemente de ello dependa la capacidad del 
sindicalismo para continuar teniendo como lo tiene un papel clave en la 
organización social del siglo XXI. 
EL PAPEL DE LA COMUNICACIÓN. 
He dejado para el final el papel de la comunicación que, como en otros temas, deviene clave.
La comunicación resulta determinante para dotar al 
sindicalismo de formas organizativas nuevas en un tejido productivo 
desvertebrado y un sujeto social no cohesionado. También para llegar a 
los trabajadores en todas aquellas funciones que se refieren a 
realidades amplias y que van más allá de los centros de trabajo. También
 para reforzar la legitimidad social del sindicalismo
Hoy uno de los grandes problemas del sindicalismo estriba en las 
dificultades para la comunicación directa con los afiliados y 
trabajadores en general, en espacios territoriales y temporales que nada
 tienen que ver con la economía y la sociedad industrialista.
Y los actuales medios de comunicación no solo no son útiles a estas 
necesidades sino que son un factor distorsionador. No sucede solo con el
 sindicalismo, la capacidad de los medios de comunicación de intermediar
 en exclusiva entre las organizaciones y las personas a las que se 
dirigen conceden a estos medios un gran poder que ejercen en función de 
los intereses económicos de sus propietarios si son medios privados y de
 sus controladores – desgraciadamente – si son públicos. 
Construir nuevas formas de autocomunicación de masas que permitan 
formas organizativas y de comunicación que garanticen la independencia 
de las personas y las organizaciones, deviene el gran reto del siglo
 XXI. No solo para el sindicalismo, en general para cualquier forma de 
organización social que pretenda jugar una función de contrapeso o 
contrapoder social.