Cuando el Rey susurró su amañado
amago de disculpa (nunca supimos qué era lo que decía sentir ni qué lo
que no iba a volver a hacer), entendimos que sus asesores leían el pulso
de la opinión pública en lugares diferentes a los medios tradicionales.
Si fuera por estos, no hubiera sido necesario escenificar su
arrepentimiento. Todos se dedicaron a cubrir las espaldas al monarca:
que si había avisado al gobierno como rezaba la norma, que como no le
había costado un euro seguía comprometido con la austeridad en el gasto,
que en su viaje se había sentido profundamente solidario, como siempre,
con el dolor de los jóvenes exiliados económicos (porque desde fuera
los dolores de España no duelen tanto), que si tambien Hemingway le
reventaba la cabeza a Dumbo o a su madre y eso no impedía que nos
gustaran mucho sus novelas…
Todas las televisiones justificaron su real derecho a romperse la
cadera mientras cazaba animales capaces de reconocerse en un espejo o
montaba, como siempre han hecho los borbones, cacerías con o sin
escopeta. Pero el Rey, finalmente, tuvo que salir a decir: “he metido la
cadera hasta el fondo”. La verdad de lo que estaba pasando no tenía
nada que ver con lo que decían los medios. La gente estaba muy enfadada y
ocultarlo en los medios no cambiaba el hecho. Los monarcas suelen ser
sensibles a la posibilidad de perder su puesto de trabajo.
Dicen hoy los medios que Rajoy ha salido reforzado de la pantomima
del debate sobre el Estado de la nación. Gente hay, parece, que igual se
ha creído que hoy el presidente del gobierno tiene más fuelle que hace
48 horas. Lo dicen también los medios.
Rajoy ha ido al Parlamento pensando que los demás iban a hacerle lo
que él les hubiera hecho. Si el boxeador sangra por la ceja, ahí es que
deben ir todos los golpes. Vienen bien entrenados del triste final de
Zapatero. Tanto que Rubalcaba sigue noqueado. Por eso dicen que Rajoy
“se ha ido vivo del debate”. Es lo que te pasa cuando firmas con el
gobierno reformas constitucionales o cuando ha pasado poco tiempo entre
el momento aquel en que no hiciste lo que decían tus apellidos
socialistas que hicieras, y el actual, en el que quieres salir a la
calle a reprochar la ausencia de decisiones sociales de los que hoy
están donde tú estabas. Rajoy, acostumbrado a hablar a los periodistas a
través de una pantalla, gira el rostro hacia la bancada “popular” y
sonríe como cuando se fuma un puro en Nueva York. Campeones, campeones.
Como si no salir despedazado de los golpes con bastones para las orejas
propinados por Rubalcaba ya bastara. Sonreír hoy en el Parlamento de los
seis millones de parados es como no aguantar la risa en un entierro.
Qué divertido. Los muros del Congreso y las vallas de la policía que lo
resguardan no dejan ver el bosque de la calle.
Le ha correspondido salvar la “representación” a los partidos
pequeños -ese estar “presentes” (propio del parlamentarismo liberal) en
nombre de todos esos millones que no lo están pero andan indignados-.
Los que hablan menos tiempo, casi fuera de los focos, los señalados como
“marías” del currículum parlamentario y que no forman parte del régimen
bipartidista que dice lo que tiene derecho a ser reseñado. Que para eso
nuestra ley electoral es igual a la que autorizaron en 1976 las cortes
franquistas. Si el PSOE no tumba al PP sobe la lona, el combate lo gana
el registrador de la propiedad. Por muy meritorias que sean otras
actuaciones. Y aunque el Presidente, también del Partido Popular, no
nombre a Bárcenas, cuente como un “logro” el déficit (en realidad, mucho
más alto que el 6,3% buscado y al que no se le suma el rescate
bancario), diga una cosa y la contraria pensando que todo el mundo va a
seguir creyéndose el sobre roto de la culpa heredada (no hay brotes
verdes pero ya estamos mejorando), diga que siendo los mismos los que
van a fiscalizar ahora lo van a hacer diferente gracias a alguna
transustanciación teológica o mienta sobra el verdadero estado de la
nación (muchas mentiras, claro está, “salvo algunas cosas”).
En ese atormentado viaje, al final el Parlamento, como en otros
momentos de nuestra historia reciente, va por un lado y la ciudadanía
por otra. Siendo así ¿no pierden realmente todos? La mayoría de los
diputados, los que representan la política cartelizada del PP, el PSOE,
CiU o el PNV, tienen secuestrado el Parlamento. Y se creen que, como
ellos tienen llave, abren y cierran la puerta cuando quieren. Aunque
estén ahí a fuerza de decir una cosa y hacer la contraria. Un Parlamento
anestesiado y con el colesterol alto y un pueblo con hambre y
aguantando el dolor sin siquiera anís seco. Un Parlamento que no se
respeta tampoco a sí mismo (como vimos en la puerta cerrada de Dragui).
El Parlamento está rodeado y rendido desde que prefirió salvarse a sí
mismo antes que salvar al pueblo que representa.
En Bulgaria dimite el gobierno que llegó con la bandera de la lucha
contra los corruptos. La presión de la calle les ha señalado el camino
de salida. Un buen ejemplo de que los problemas no tienen que ver sólo
con la corrupción o con la promesa de castigar los delitos de cuello
blanco. La corrupción debilita a los partidos porque deja más claras las
dobles varas de medir. Pero el problema de fondo es que hay gente que
tiene oportunidades y otras que no. Las desigualdades en España están
condenando a gente a morirse antes que otras. Si el franquismo fue una
dictadura de clase, esta democracia también. Sin bases de homogeneidad
el pacto social está roto.
La podredumbre es estructural. Es gobernar con la espada de Damocles
de los mercados dictándote la política. Esa es la dificultad de los
partidos para enfrentarla. Es la incapacidad de Rubalcaba y su falsa
inocencia queriendo hacer de “Teresa de Calcuta” en el debate, es el
farol recalentado de Beatriz Talegón mirando a sitios fáciles o yendo al
sepelio con uno de los verdugos, es la firmeza de Rajoy o de Mas de
aguantar caiga la que caiga porque saben que en la alternativa ellos no
podrán estar. Porque afuera está la Plataforma de Afectados por la
Hipóteca y toda la solidaridad que han levantado; está Aurelia que dice
que va a coser lo que necesiten los que han parado su desahucio y está
el recuerdo de los que se están quitando la vida porque no aguantaron
más; están los médicos y usuarios que reclaman no un puesto de trabajo
sino sanidad pública y están los maestros y estudiantes que reclaman por
la educación pública y no por soluciones personales; están los
bukaneros que no creen a la Delegada del Gobierno de Madrid y están los
seguidores del Celta que han impedido que se contrate como entrenador a
un fascista. También está un bombero que se ha cansado de hacerle el
trabajo sucio a los especuladores y duerme mejor desde que tiene el
respeto de la gente. Y seis millones de parados a los que les tiene que
nacer la conciencia. Porque si Ana Mato no ve en su garaje el Jaguar de
su marido, ellas y ellos sí ven cada día cómo se estrechan sus
oportunidades y las de las familias.
La cosmética de la trasparencia, como un atardecer entre las
montañas, le gusta a todo el mundo. Pero no son tiempos de atender la
espuma, sino a las corrientes profundas. Los jefes de la CEOE han estado
haciendo competencia desleal a sus socios pero nadie les pide la
renuncia. Todos saben en esa cofradía de qué va el juego. El 23-F,
Tejero, que no quiso completar lo que empezó el monarca, se metió a
tiros en el Parlamento y en la sintaxis. Este 23-F, son las mareas las
que van a volver a rodear a un Parlamento que ni habla ni escucha en su
cacofónico eco. Como en el cuento de los tres cerditos, el lobo está
soplando el débil tejado que sostiene el techo de sus señorías. El lobo
ha aprendido además que no debe entrar por la chimenea. Mientras, sus
señorías siguen cantando: ¿quién teme al lobo feroz? Y algunos creen que
han ganado el debate.
Juan Carlos Monedero