dimecres, 15 de gener del 2014
Otra marca España
David Torres
De acuerdo, está feo generalizar pero últimamente hemos visto a demasiados mostrencos con uniforme agrediendo a ciudadanos indefensos como para dejar la cosa en una anécdota. Es una manía, un vicio, una enfermedad que ya viene de antiguo. Lo hemos visto en manifestaciones violentas y en otras nadas violentas, en marchas pacíficas y en otras menos pacíficas. Los hemos visto bajarse la visera y empezar a repartir leña, los hemos visto colocarse un pasamontañas y juntarse con otros compañeros infiltrados entre la gente para armar bronca. Es una de las características del uniforme, que una vez que te lo pones no deja mucho margen de maniobra. El brazo se prolonga hasta el palo y el cerebro se retrotrae al Paleolítico.
El hábito, en efecto, hace al monje. Es como en aquel viejo chiste de los dos marcianos que van por el campo y se tropiezan con un tricornio abandonado. Ambos se lo quedan mirando, lo recogen del suelo, lo examinan por todos lados, ensayan diversas hipótesis de uso hasta que al final uno se lo encaja en la cabeza. Entonces el otro le pregunta: “¿Qué? ¿Es un casco de piloto? ¿Para qué sirve?” “Pues no sé para qué servirá pero ahora mismo me están entrando unas ganas de meterte una hostia”.
Una familia francesa entró en un centro comercial de Torrevieja y se encontró con la España mariana en plena cara. Al ir a salir a la calle, la chicharra electrónica se puso a pitar y dos tarugos enfundados en sendos uniformes de vigilantes de seguridad se los llevaron a un cuartucho y allí iniciaron un registro digno de los mejores tiempos del franquismo, zarandeando, golpeando, asfixiando y humillando a la pareja como intentando resarcir la deuda napoleónica por la carga de los mamelucos. No sé si, en la ferocidad con que estos dos botarates desempeñaron su venganza histórica, tuvo algo que ver el color de la piel de la mujer, el pelo largo del marido o si simplemente les enojó el acento francés. Ni siquiera tuvieron en cuenta que los dos hijos pequeños estaban asistiendo a la paliza y que uno de ellos, además, la estaba grabando con la cámara del móvil.
El incidente es una gota más en la impresionante catarata de cagadas con que la marca España sigue asombrando al ancho mundo, desde el pufo monumental de Sacyr en el Canal de Panamá hasta el calvario judicial de la infanta Cristina, desde las cuentas poco corrientes de Bárcenas en Suiza hasta la impunidad de los correos de Blesa sobre los chanchullos de Caja Madrid, pasando por la ley medieval del aborto propugnada por el ministro Gallardón y el relajante café con leche de la alcaldesa Botella, Oscar a la mejor comedia improvisada del pasado año. Pero España es un país donde ninguna buena obra se queda sin castigo y raro será que los dos seguratas furibundos no acaben de gerentes de planta o que el ministerio del Interior los fiche directamente para apaciguar las próximas manifestaciones callejeras.
De acuerdo, está feo generalizar pero últimamente hemos visto a demasiados mostrencos con uniforme agrediendo a ciudadanos indefensos como para dejar la cosa en una anécdota. Es una manía, un vicio, una enfermedad que ya viene de antiguo. Lo hemos visto en manifestaciones violentas y en otras nadas violentas, en marchas pacíficas y en otras menos pacíficas. Los hemos visto bajarse la visera y empezar a repartir leña, los hemos visto colocarse un pasamontañas y juntarse con otros compañeros infiltrados entre la gente para armar bronca. Es una de las características del uniforme, que una vez que te lo pones no deja mucho margen de maniobra. El brazo se prolonga hasta el palo y el cerebro se retrotrae al Paleolítico.
El hábito, en efecto, hace al monje. Es como en aquel viejo chiste de los dos marcianos que van por el campo y se tropiezan con un tricornio abandonado. Ambos se lo quedan mirando, lo recogen del suelo, lo examinan por todos lados, ensayan diversas hipótesis de uso hasta que al final uno se lo encaja en la cabeza. Entonces el otro le pregunta: “¿Qué? ¿Es un casco de piloto? ¿Para qué sirve?” “Pues no sé para qué servirá pero ahora mismo me están entrando unas ganas de meterte una hostia”.
Una familia francesa entró en un centro comercial de Torrevieja y se encontró con la España mariana en plena cara. Al ir a salir a la calle, la chicharra electrónica se puso a pitar y dos tarugos enfundados en sendos uniformes de vigilantes de seguridad se los llevaron a un cuartucho y allí iniciaron un registro digno de los mejores tiempos del franquismo, zarandeando, golpeando, asfixiando y humillando a la pareja como intentando resarcir la deuda napoleónica por la carga de los mamelucos. No sé si, en la ferocidad con que estos dos botarates desempeñaron su venganza histórica, tuvo algo que ver el color de la piel de la mujer, el pelo largo del marido o si simplemente les enojó el acento francés. Ni siquiera tuvieron en cuenta que los dos hijos pequeños estaban asistiendo a la paliza y que uno de ellos, además, la estaba grabando con la cámara del móvil.
El incidente es una gota más en la impresionante catarata de cagadas con que la marca España sigue asombrando al ancho mundo, desde el pufo monumental de Sacyr en el Canal de Panamá hasta el calvario judicial de la infanta Cristina, desde las cuentas poco corrientes de Bárcenas en Suiza hasta la impunidad de los correos de Blesa sobre los chanchullos de Caja Madrid, pasando por la ley medieval del aborto propugnada por el ministro Gallardón y el relajante café con leche de la alcaldesa Botella, Oscar a la mejor comedia improvisada del pasado año. Pero España es un país donde ninguna buena obra se queda sin castigo y raro será que los dos seguratas furibundos no acaben de gerentes de planta o que el ministerio del Interior los fiche directamente para apaciguar las próximas manifestaciones callejeras.
dimarts, 14 de gener del 2014
RAJOY DÓNA MÉS MOSTRES DE SECTARISME INFORMATIU
Mariano Rajoy ha visitat a Obama a la
Casa Blanca. Va anar a veure als americans amb la intenció d’emportar-se
a la cartera cap a Espanya alguna inversió d’empresaris americans ara
que ha fracassat l’Eurovegas a Madrid.
Com es natural, una vegada acabada la
reunió, els mandataris van donar una roda de premsa conjunta, però ah!
Com Rajoy no podia amagar-se darrere d’una pantalla de plasma per a evitar
les preguntes incòmodes dels periodistes de les cadenes que no li són afins,
la millor fórmula per a no haver-les de contestar va ser no deixar-los
entrar a la sala on havia de comparèixer.
Sembla ser que, per raons d’espai només
hi podien entrar 14 mitjans, l’entrada dels quals depenia del visitant
o sigui de Mariano. Entre els que sí que van poder entrar es trobaven Radio
Nacional de España, la COPE i Onda Cero i entre els que es van quedar al
carrer, la Cadena SER, Catalunya Ràdio i RAC 1. Curiosament aquelles emissores
que més podien comprometre al President amb les seves preguntes.
Així ho ha denunciat Pepa Bueno aquest
matí. Ha començat dient que els mitjans de comunicació no havien de ser
protagonistes de l’actualitat informativa, però que es veia en la necessitat
de denunciar els fets. Només faltaria què a sobre haguéssim de callar!
Des del meu punt de vista és una mostra
evident del sectarisme polític que practica el PP, un atac a la llibertat
d’expressió i, també, una forma de censura informativa cap a tots
aquells ciutadans que volem conèixer la situació real del país, mol diferent
sense dubte d’aquella que ens filtra el govern del PP.
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