JAUME REIXACH
Desde el 30 de mayo del 1984 al 6 de febrero del 2017 han pasado más de 32 años. Pero en Cataluña, desgraciadamente, todavía seguimos atados al yugo del pujolismo.
No se tiene que confundir el pujolismo con el catalanismo. Son dos cosas muy diferentes: mientras el pujolismo promueve el culto a la personalidad del líder (se llame Jordi Pujol, Artur Mas, Carme Forcadell o Carles Puigdemont) y justifica la corrupción en nombre de la patria, el catalanismo ha sido, históricamente, un movimiento y un sentimiento muy capilar y arraigado en la sociedad, pero sin tentaciones mesiánicas ni autoritarias ni mafiosas.
Aquel 30 de mayo, Jordi Pujol había sido investido presidente de la Generalitat por segunda vez, con los votos de AP (el actual PP) y ERC. En la actualidad, el presidente Carles Puigdemont, elnieto de Jordi Pujol, gobierna en coalición con ERC pero, en vez de AP (PP), tiene el apoyo parlamentario de la CUP.
A la salida del Parlamento, una manifestación de 300.000 personas (la Guardia Urbana cifró la asistencia en 75.000 personas) aclamó a Jordi Pujol y lo acompañó en el trayecto del parque de la Ciutadella hasta el Palau de la Generalitat. Pocos días antes, la Fiscalía General del Estado había interpuesto una querella criminal contra Jordi Pujol y 24 ex-directivos y ex-consejeros del grupo Banca Catalana por la quiebra de esteholding financiero. Desde el sector nacionalista se vendió esta acción judicial como una vendetta de los socialistas de Felipe González, que entonces gobernaba en la Moncloa, por la derrota que les acababa de infligir CDC en las elecciones autonómicas y de aquí que se convocara esta manifestación de protesta y, a la vez, de exaltación de Jordi Pujol.
Este 6 de febrero, unas 30.000 personas –si tenemos que hacer caso a las inscripciones previas que ha recibido la Asamblea Nacional Catalana (ANC)- harán el mismo trayecto pero a la inversa y acompañarán al ex-presidente Artur Mas, a la ex-vicepresidenta Joana Ortega y a la ex-consejera Irene Rigau en el tramo que va entre el Palau de la Generalitat y la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), junto al parque de la Ciutadella. Como es sabido, serán juzgados por desobedecer las resoluciones del Tribunal Constitucional (TC) en relación con la consulta no referendaria del 9 de noviembre de 2014 sobre la independencia.
En aquella manifestación de hace más de 32 años, según la crónica que escribió en las páginas del diario El País el periodista José Antich (posteriormente, director de La Vanguardia y actual editor del digital El Nacional), se escucharon gritos de “Pujol, presidente; Cataluña, independiente!” y “Somos una nación, somos una nación!”. Desde el balcón del Palau de la Generalitat, Jordi Pujol afirmó: “Sí, somos una nación, somos un pueblo y con un pueblo no se juega. Un pueblo son millones de personas, son generaciones, es gente que ha venido aquí para establecerse ¡y con esto no se juega!”.
El ex-líder del PSC, el catalanista Raimon Obiols, recuerda bien aquel 30 de mayo de 1984. Además de soportar insultos de“¡botifler!” (traidor) , tuvo que ser protegido por los Mossos d'Esquadra a la salida del Parlamento de un grupo de exaltados que intentaron agredirlo y que gritaban: “¡Matadlo, matadlo!”. Hoy, los soberanistas más inflamados han descubierto Twitter y aprovechan el anonimato de las redes sociales para disparar con el veneno del odio contra todos aquellos que no comulgan con el mantra de la independencia.
Llevado por la euforia de las masas que lo aclamaban, Jordi Pujol pronunció aquel día una frase que, pasados los años, ha sido su tumba política: “En adelante, de ética y de moral hablaremos nosotros. ¡No ellos!”. En nombre de esta “ética” y de esta “moral” particulares, Cataluña se ha acabado convirtiendo en una hedionda cloaca de corrupción donde, durante años, los intereses públicos y los privados se han mezclado de manera asquerosa, empezando por los escandalosos negocios de los hijos Pujol a la sombra de la Generalitat.
El 21 de noviembre de 1986, el plenario de la Audiencia de Barcelona decidió, por 33 votos a favor y 8 en contra, exculpar a Jordi Pujol de las acusaciones de los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo por la quiebra de Banca Catalana. Losbuenos oficios del abogado Joan Piqué Vidal –años después, condenado y encarcelado por sus martingalas con la ex-juez Lluís Pascual Estevill- y el pacto de caballeros suscrito, con la mediación del rey Juan Carlos I, entre Felipe González y Jordi Pujol facilitaron este happy end judicial.
Ahora, Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau no tendrán el mismo trato benevolente de la justicia. Pero hay que precisar que no se juegan penas de prisión y fuertes multas, como los ex-directivos y ex-consejeros de Banca Catalana, sólo una condena de inhabilitación para ejercer cargos públicos. Los magistrados del TSJC están enormemente molestos con la manifestación organizada por la ANC, que interpretan, correctamente, como un inadmisible acto de interferencia externa a su trabajo. Hace 32 años, sus colegas de la Audiencia Provincial sí se dejaron impresionar…¡y presionar!
Cuando en 2012, Oriol Pujol –designado príncipe heredero de la dinastía de los Pujol- fue imputado por el caso de las ITV, el pacto de caballeros del año 1986 saltó por los aires. El viejopadre padrone intentó repetir la jugada de Banca Catalana –asustar a Madrid para conseguir la impunidad judicial- con impactantes movilizaciones en la calle, ahora, además, con la amenaza última de la independencia unilateral.
Pero las masivas manifestaciones de la Diada de los años 2012, 2013, 2014, 2015 y 2016, organizadas e impulsadas desde el universo pujolista, no han servido de nada. El actual huésped de la Moncloa, Mariano Rajoy, no es Felipe González, ni José María Aznar –el autor de los pactos del Majestic-, ni José Luis Rodríguez Zapatero. En la Zarzuela tampoco hay un rey voluble y comprable: Felipe VI está, en este sentido, en las antípodas de su padre.
La estrategia pujolista del 1986 ya no funciona en la España del 2017. Y esto lo tienen que comprender tanto Artur Mas como Carles Puigdemont. La prueba: personas del círculo más íntimo de Artur Mas -como Daniel Osàcar, Andreu Viloca, Carles Vilarrubí, Sixte Cambra…- están hoy imputadas en sonados casos de corrupción. Al igual que el ex-jefe de campaña de Carles Puigdemont en las elecciones que lo hicieron alcalde de Girona,Josep Manel Bassols.
Esto se acaba y la gente lo intuye y lo asume: de los 300.000 de Jordi Pujol en 1984 a los 30.000 de Artur Mas en 2017. En este período hemos tenido demasiados escándalos, demasiada corrupción, demasiada mierda, demasiada impunidad, demasiada manipulación. Cataluña reclama higiene y pasar página.
Desde el 30 de mayo del 1984 al 6 de febrero del 2017 han pasado más de 32 años. Pero en Cataluña, desgraciadamente, todavía seguimos atados al yugo del pujolismo.
No se tiene que confundir el pujolismo con el catalanismo. Son dos cosas muy diferentes: mientras el pujolismo promueve el culto a la personalidad del líder (se llame Jordi Pujol, Artur Mas, Carme Forcadell o Carles Puigdemont) y justifica la corrupción en nombre de la patria, el catalanismo ha sido, históricamente, un movimiento y un sentimiento muy capilar y arraigado en la sociedad, pero sin tentaciones mesiánicas ni autoritarias ni mafiosas.
Aquel 30 de mayo, Jordi Pujol había sido investido presidente de la Generalitat por segunda vez, con los votos de AP (el actual PP) y ERC. En la actualidad, el presidente Carles Puigdemont, elnieto de Jordi Pujol, gobierna en coalición con ERC pero, en vez de AP (PP), tiene el apoyo parlamentario de la CUP.
A la salida del Parlamento, una manifestación de 300.000 personas (la Guardia Urbana cifró la asistencia en 75.000 personas) aclamó a Jordi Pujol y lo acompañó en el trayecto del parque de la Ciutadella hasta el Palau de la Generalitat. Pocos días antes, la Fiscalía General del Estado había interpuesto una querella criminal contra Jordi Pujol y 24 ex-directivos y ex-consejeros del grupo Banca Catalana por la quiebra de esteholding financiero. Desde el sector nacionalista se vendió esta acción judicial como una vendetta de los socialistas de Felipe González, que entonces gobernaba en la Moncloa, por la derrota que les acababa de infligir CDC en las elecciones autonómicas y de aquí que se convocara esta manifestación de protesta y, a la vez, de exaltación de Jordi Pujol.
Este 6 de febrero, unas 30.000 personas –si tenemos que hacer caso a las inscripciones previas que ha recibido la Asamblea Nacional Catalana (ANC)- harán el mismo trayecto pero a la inversa y acompañarán al ex-presidente Artur Mas, a la ex-vicepresidenta Joana Ortega y a la ex-consejera Irene Rigau en el tramo que va entre el Palau de la Generalitat y la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), junto al parque de la Ciutadella. Como es sabido, serán juzgados por desobedecer las resoluciones del Tribunal Constitucional (TC) en relación con la consulta no referendaria del 9 de noviembre de 2014 sobre la independencia.
En aquella manifestación de hace más de 32 años, según la crónica que escribió en las páginas del diario El País el periodista José Antich (posteriormente, director de La Vanguardia y actual editor del digital El Nacional), se escucharon gritos de “Pujol, presidente; Cataluña, independiente!” y “Somos una nación, somos una nación!”. Desde el balcón del Palau de la Generalitat, Jordi Pujol afirmó: “Sí, somos una nación, somos un pueblo y con un pueblo no se juega. Un pueblo son millones de personas, son generaciones, es gente que ha venido aquí para establecerse ¡y con esto no se juega!”.
El ex-líder del PSC, el catalanista Raimon Obiols, recuerda bien aquel 30 de mayo de 1984. Además de soportar insultos de“¡botifler!” (traidor) , tuvo que ser protegido por los Mossos d'Esquadra a la salida del Parlamento de un grupo de exaltados que intentaron agredirlo y que gritaban: “¡Matadlo, matadlo!”. Hoy, los soberanistas más inflamados han descubierto Twitter y aprovechan el anonimato de las redes sociales para disparar con el veneno del odio contra todos aquellos que no comulgan con el mantra de la independencia.
Llevado por la euforia de las masas que lo aclamaban, Jordi Pujol pronunció aquel día una frase que, pasados los años, ha sido su tumba política: “En adelante, de ética y de moral hablaremos nosotros. ¡No ellos!”. En nombre de esta “ética” y de esta “moral” particulares, Cataluña se ha acabado convirtiendo en una hedionda cloaca de corrupción donde, durante años, los intereses públicos y los privados se han mezclado de manera asquerosa, empezando por los escandalosos negocios de los hijos Pujol a la sombra de la Generalitat.
El 21 de noviembre de 1986, el plenario de la Audiencia de Barcelona decidió, por 33 votos a favor y 8 en contra, exculpar a Jordi Pujol de las acusaciones de los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo por la quiebra de Banca Catalana. Losbuenos oficios del abogado Joan Piqué Vidal –años después, condenado y encarcelado por sus martingalas con la ex-juez Lluís Pascual Estevill- y el pacto de caballeros suscrito, con la mediación del rey Juan Carlos I, entre Felipe González y Jordi Pujol facilitaron este happy end judicial.
Ahora, Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau no tendrán el mismo trato benevolente de la justicia. Pero hay que precisar que no se juegan penas de prisión y fuertes multas, como los ex-directivos y ex-consejeros de Banca Catalana, sólo una condena de inhabilitación para ejercer cargos públicos. Los magistrados del TSJC están enormemente molestos con la manifestación organizada por la ANC, que interpretan, correctamente, como un inadmisible acto de interferencia externa a su trabajo. Hace 32 años, sus colegas de la Audiencia Provincial sí se dejaron impresionar…¡y presionar!
Cuando en 2012, Oriol Pujol –designado príncipe heredero de la dinastía de los Pujol- fue imputado por el caso de las ITV, el pacto de caballeros del año 1986 saltó por los aires. El viejopadre padrone intentó repetir la jugada de Banca Catalana –asustar a Madrid para conseguir la impunidad judicial- con impactantes movilizaciones en la calle, ahora, además, con la amenaza última de la independencia unilateral.
Pero las masivas manifestaciones de la Diada de los años 2012, 2013, 2014, 2015 y 2016, organizadas e impulsadas desde el universo pujolista, no han servido de nada. El actual huésped de la Moncloa, Mariano Rajoy, no es Felipe González, ni José María Aznar –el autor de los pactos del Majestic-, ni José Luis Rodríguez Zapatero. En la Zarzuela tampoco hay un rey voluble y comprable: Felipe VI está, en este sentido, en las antípodas de su padre.
La estrategia pujolista del 1986 ya no funciona en la España del 2017. Y esto lo tienen que comprender tanto Artur Mas como Carles Puigdemont. La prueba: personas del círculo más íntimo de Artur Mas -como Daniel Osàcar, Andreu Viloca, Carles Vilarrubí, Sixte Cambra…- están hoy imputadas en sonados casos de corrupción. Al igual que el ex-jefe de campaña de Carles Puigdemont en las elecciones que lo hicieron alcalde de Girona,Josep Manel Bassols.
Esto se acaba y la gente lo intuye y lo asume: de los 300.000 de Jordi Pujol en 1984 a los 30.000 de Artur Mas en 2017. En este período hemos tenido demasiados escándalos, demasiada corrupción, demasiada mierda, demasiada impunidad, demasiada manipulación. Cataluña reclama higiene y pasar página.