Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
A primera vista parecería que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha entonado un mea culpa por haber impuesto las políticas de austeridad a los países de la Eurozona (tales como Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia), al haber reconocido que no sólo no han estimulado el crecimiento económico, sino que han deteriorado la economía de aquellos países. Olivier Blanchard, el economista jefe del FMI, ha declarado que “hemos estado equivocados”. Y muchos artículos en rotativos de gran difusión han aplaudido tal declaración, con más de un artículo señalando la validez de tal reconocimiento, poniendo al FMI por las nubes por su supuesta honradez. Sería casi divertido (si no fuera por las terribles consecuencias que tales políticas de austeridad han tenido sobre millones de vidas en los países periféricos de la Eurozona, entre muchos otros) ver que los mismos columnistas y rotativos que hace sólo unos meses estaban exigiendo tales políticas de recortes de gasto público (incluyendo gasto público social) argumentando que eran necesarias (además de ser las únicas posibles) ahora están aplaudiendo el reconocimiento del error de estas políticas promovidas por el FMI. Uno de ellos es, por cierto, The Washington Post que había sido el gran defensor y promotor del FMI y de sus políticas. En España, como era predecible, la lista de rotativos que en sus editoriales o en sus columnas aplauden ahora lo que antes condenaron es larga.
Habiendo sido de los pocos que desde el principio denunció tales políticas de austeridad, no tengo ahora ninguna simpatía por este supuesto mea culpa, pues ha sido excesivamente tímido, tardío e insuficiente. Tímido porque el mea culpa se viste de seda, alegando unos errores meramente metodológicos, indicando que habían calculado erróneamente el impacto multiplicador del déficit fiscal en el crecimiento económico. Por cada euro de gasto recortado, se destruye otro euro y medio, en lugar de sólo medio euro (tal como el FMI había calculado antes). Según el FMI, ahí radicaba su error, reduciendo un problema moral e ideológico a un mero error estadístico. Supónganse que, en un ejercicio militar, una bomba nuclear cayera sobre un centro habitado por millones de personas en lugar de hacerlo en un lugar deshabitado. Y que la explicación que diera el ejército fuera que ello se debió a un error estadístico en el cálculo de donde tenía que haber caído la bomba. Seguro que se armaría un escándalo de primer orden además de exigir responsabilidades con juicios internacionales. Pues esto es lo que ha ocurrido, pues han ido cayendo muchas bombas de destrucción masiva, que han causado muchas muertes sin producir ruido. Y lo que es peor es que era fácil haber detectado que había un error. Era totalmente predecible que caerían en un centro urbano. Varios de nosotros lo predijimos.
En realidad, la evidencia de que tales políticas de austeridad han estado haciendo un enorme daño es abrumadora. El propio FMI publicó en 2008 un informe sobre el impacto que tales políticas de austeridad habían tenido en 133 casos en varios países durante el periodo 1993-2001. El fracaso de tales políticas quedó ya documentado en aquel informe publicado por la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, confirmando la extensa bibliografía existente en la literatura científica que claramente documentaba el error de tales políticas llamadas entonces “programas de ajustamiento” (adjustment programs). Se sabía, además, que tales políticas estaban dañando el bienestar de las clases populares de aquellos países, causándoles un enorme sufrimiento. Uno de los fórums más conocidos en círculos académicos de políticas de salud y bienestar social, el International Journal of Health Services, documentó con evidencia empírica en una serie de artículos en 2011 las consecuencias que dichas políticas tenían para el bienestar y calidad de vida de tales clases sociales, mostrando la muerte, la enfermedad y el desasosiego social que estaban creando. Ello forzó una respuesta del FMI carente de credibilidad. Sólo el dogmatismo neoliberal que predomina en el FMI (impermeable a los datos y a la evidencia científica) explica que la situación haya alcanzado unos niveles tan dramáticos (como estamos viendo en Grecia), que ya era imposible ignorarlo.
Pero la corrección de la postura del FMI, escrita por Blanchard, en su informe Errores en el pronóstico de crecimiento y multiplicadores fiscales, es además de tímida y tardía, dramáticamente insuficiente. En realidad, la lectura de tal corrección por parte de muchos columnistas y editoriales, presentándola como expresión de mea culpa por parte del FMI es exagerada, pues ni Blanchard ni el FMI han abandonado su apoyo a tales políticas de austeridad, pues continúan subrayando que tales políticas no son indeseables, en contra de toda la evidencia que muestra lo contrario. Su crítica es en la manera como se llevaron a cabo, pero no en su necesidad y urgencia.
Hoy el Fondo Monetario Internacional debería desaparecer. Y muchas voces a nivel internacional lo están exigiendo. Su misión histórica de ayudar a los países con problemas financieros, dejó de existir a partir de la década de los años ochenta, cuando el neoliberalismo pasó a ser su dogma, convirtiéndose en “un instrumento del terrorismo financiero”, defendiendo única y exclusivamente los intereses del capital financiero, tal como Juan Torres y yo hemos documentado en nuestro libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero.
El hecho de que dentro de la troika (el FMI, el Banco Central Europeo, BCE, y la Comisión Europea) el FMI se haya convertido en el menos entusiasta en la promoción de las políticas de austeridad en la Eurozona, no quiere decir que haya cambiado de orientación y apoye ahora las políticas expansivas de creación de empleo y pleno empleo que Europa necesita como el aire que respira. El hecho de que el FMI se haya enfriado en su vocación promotora de tales políticas de recortes se debe a la presión internacional, a la cual no están tan expuestas ni la Comisión Europea ni el BCE, que continúan aferrados a su dogma porque sirven los intereses de las élites gobernantes en aquellos países europeos donde tales políticas se están imponiendo a la población. Así de claro.
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
A primera vista parecería que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha entonado un mea culpa por haber impuesto las políticas de austeridad a los países de la Eurozona (tales como Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia), al haber reconocido que no sólo no han estimulado el crecimiento económico, sino que han deteriorado la economía de aquellos países. Olivier Blanchard, el economista jefe del FMI, ha declarado que “hemos estado equivocados”. Y muchos artículos en rotativos de gran difusión han aplaudido tal declaración, con más de un artículo señalando la validez de tal reconocimiento, poniendo al FMI por las nubes por su supuesta honradez. Sería casi divertido (si no fuera por las terribles consecuencias que tales políticas de austeridad han tenido sobre millones de vidas en los países periféricos de la Eurozona, entre muchos otros) ver que los mismos columnistas y rotativos que hace sólo unos meses estaban exigiendo tales políticas de recortes de gasto público (incluyendo gasto público social) argumentando que eran necesarias (además de ser las únicas posibles) ahora están aplaudiendo el reconocimiento del error de estas políticas promovidas por el FMI. Uno de ellos es, por cierto, The Washington Post que había sido el gran defensor y promotor del FMI y de sus políticas. En España, como era predecible, la lista de rotativos que en sus editoriales o en sus columnas aplauden ahora lo que antes condenaron es larga.
Habiendo sido de los pocos que desde el principio denunció tales políticas de austeridad, no tengo ahora ninguna simpatía por este supuesto mea culpa, pues ha sido excesivamente tímido, tardío e insuficiente. Tímido porque el mea culpa se viste de seda, alegando unos errores meramente metodológicos, indicando que habían calculado erróneamente el impacto multiplicador del déficit fiscal en el crecimiento económico. Por cada euro de gasto recortado, se destruye otro euro y medio, en lugar de sólo medio euro (tal como el FMI había calculado antes). Según el FMI, ahí radicaba su error, reduciendo un problema moral e ideológico a un mero error estadístico. Supónganse que, en un ejercicio militar, una bomba nuclear cayera sobre un centro habitado por millones de personas en lugar de hacerlo en un lugar deshabitado. Y que la explicación que diera el ejército fuera que ello se debió a un error estadístico en el cálculo de donde tenía que haber caído la bomba. Seguro que se armaría un escándalo de primer orden además de exigir responsabilidades con juicios internacionales. Pues esto es lo que ha ocurrido, pues han ido cayendo muchas bombas de destrucción masiva, que han causado muchas muertes sin producir ruido. Y lo que es peor es que era fácil haber detectado que había un error. Era totalmente predecible que caerían en un centro urbano. Varios de nosotros lo predijimos.
En realidad, la evidencia de que tales políticas de austeridad han estado haciendo un enorme daño es abrumadora. El propio FMI publicó en 2008 un informe sobre el impacto que tales políticas de austeridad habían tenido en 133 casos en varios países durante el periodo 1993-2001. El fracaso de tales políticas quedó ya documentado en aquel informe publicado por la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, confirmando la extensa bibliografía existente en la literatura científica que claramente documentaba el error de tales políticas llamadas entonces “programas de ajustamiento” (adjustment programs). Se sabía, además, que tales políticas estaban dañando el bienestar de las clases populares de aquellos países, causándoles un enorme sufrimiento. Uno de los fórums más conocidos en círculos académicos de políticas de salud y bienestar social, el International Journal of Health Services, documentó con evidencia empírica en una serie de artículos en 2011 las consecuencias que dichas políticas tenían para el bienestar y calidad de vida de tales clases sociales, mostrando la muerte, la enfermedad y el desasosiego social que estaban creando. Ello forzó una respuesta del FMI carente de credibilidad. Sólo el dogmatismo neoliberal que predomina en el FMI (impermeable a los datos y a la evidencia científica) explica que la situación haya alcanzado unos niveles tan dramáticos (como estamos viendo en Grecia), que ya era imposible ignorarlo.
Pero la corrección de la postura del FMI, escrita por Blanchard, en su informe Errores en el pronóstico de crecimiento y multiplicadores fiscales, es además de tímida y tardía, dramáticamente insuficiente. En realidad, la lectura de tal corrección por parte de muchos columnistas y editoriales, presentándola como expresión de mea culpa por parte del FMI es exagerada, pues ni Blanchard ni el FMI han abandonado su apoyo a tales políticas de austeridad, pues continúan subrayando que tales políticas no son indeseables, en contra de toda la evidencia que muestra lo contrario. Su crítica es en la manera como se llevaron a cabo, pero no en su necesidad y urgencia.
Hoy el Fondo Monetario Internacional debería desaparecer. Y muchas voces a nivel internacional lo están exigiendo. Su misión histórica de ayudar a los países con problemas financieros, dejó de existir a partir de la década de los años ochenta, cuando el neoliberalismo pasó a ser su dogma, convirtiéndose en “un instrumento del terrorismo financiero”, defendiendo única y exclusivamente los intereses del capital financiero, tal como Juan Torres y yo hemos documentado en nuestro libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero.
El hecho de que dentro de la troika (el FMI, el Banco Central Europeo, BCE, y la Comisión Europea) el FMI se haya convertido en el menos entusiasta en la promoción de las políticas de austeridad en la Eurozona, no quiere decir que haya cambiado de orientación y apoye ahora las políticas expansivas de creación de empleo y pleno empleo que Europa necesita como el aire que respira. El hecho de que el FMI se haya enfriado en su vocación promotora de tales políticas de recortes se debe a la presión internacional, a la cual no están tan expuestas ni la Comisión Europea ni el BCE, que continúan aferrados a su dogma porque sirven los intereses de las élites gobernantes en aquellos países europeos donde tales políticas se están imponiendo a la población. Así de claro.