Casi nadie se dio cuenta porque
Raquel Martínez tiene unos ojos magnéticos, ojos de esos que Neruda
llamaba oceánicos, pero lo cierto es que mientras la presentadora daba
paso a la noticia del premio Nadal de novela, uno de los técnicos colocó
de fondo de pantalla el rostro de Rafa Nadal, total, quién iba a
fijarse y a quién coño le importa además. En efecto, la historia no
tendría la menor importancia si no fuese lo que se denomina sintomática,
es decir, un síntoma perfecto de la consideración por la cultura que
tiene el gobierno del PP desde aquellos tiempos remotos en que Esperanza
Aguirre felicitaba a Sara Mago.
Al Nadal precisamente le tengo un cariño enorme por razones obvias y personales. Hace precisamente diez años y un día que aparecía yo por la tele absolutamente finalista y feliz, compartiendo podio al lado de Trapiello, quien parecía un tío muy serio y con el que después iba a reírme lo que no está escrito. Lo único malo, en mi opinión, del premio Nadal, es que hayan quitado el finalista, porque gracias a él se descubrieron o promocionaron autores como Nicolás Casariego, Lola Beccaria, José Carlos Somoza, Marta Sanz o Lorenzo Silva, que luego se haría con el ganador. También es el premio con mayor solera de este país, sancionado con novelas de la talla de El Jarama, La torre herida por el rayo, Balada de Caín o El niño de los coroneles.
Lo de salir por la tele es algo que a los escritores nos suele pillar con el pie cambiado, salvo que fuesen Cela o Umbral, que se comían la pantalla con patatas quizá porque eran de los pocos plumíferos a quienes la gente reconocía de frente y de perfil. Todavía recuerdo a Cela bajándose de una limusina en Estocolmo, vestido de Nobel y resbalando peligrosamente sobre una acera helada. Unos niños, hijos de emigrantes españoles, lo rodearon para que les firmara unos autógrafos y Cela los apartó haciendo patinaje artístico: “Quita, niño, que me escoño”.
Los políticos siempre han mirado la cultura con desconfianza, no digamos ya la literatura, esa planta misteriosa y extraña que nace de los dedos en la más absoluta soledad y que languidece a la cruda luz de los focos. No digamos ya la gente del PP, que confunden la cultura con Norma Duval y han puesto al frente de la cosa a un ministro con pinta y nombre de fiambrera, Tupperwert. Normal que a Nadal lo degradaran de tenista a escritor: lo raro es que no anunciaran el Cervantes con una foto de Remedios y el Nobel con una cajetilla de tabaco.
David Torres
Al Nadal precisamente le tengo un cariño enorme por razones obvias y personales. Hace precisamente diez años y un día que aparecía yo por la tele absolutamente finalista y feliz, compartiendo podio al lado de Trapiello, quien parecía un tío muy serio y con el que después iba a reírme lo que no está escrito. Lo único malo, en mi opinión, del premio Nadal, es que hayan quitado el finalista, porque gracias a él se descubrieron o promocionaron autores como Nicolás Casariego, Lola Beccaria, José Carlos Somoza, Marta Sanz o Lorenzo Silva, que luego se haría con el ganador. También es el premio con mayor solera de este país, sancionado con novelas de la talla de El Jarama, La torre herida por el rayo, Balada de Caín o El niño de los coroneles.
Lo de salir por la tele es algo que a los escritores nos suele pillar con el pie cambiado, salvo que fuesen Cela o Umbral, que se comían la pantalla con patatas quizá porque eran de los pocos plumíferos a quienes la gente reconocía de frente y de perfil. Todavía recuerdo a Cela bajándose de una limusina en Estocolmo, vestido de Nobel y resbalando peligrosamente sobre una acera helada. Unos niños, hijos de emigrantes españoles, lo rodearon para que les firmara unos autógrafos y Cela los apartó haciendo patinaje artístico: “Quita, niño, que me escoño”.
Los políticos siempre han mirado la cultura con desconfianza, no digamos ya la literatura, esa planta misteriosa y extraña que nace de los dedos en la más absoluta soledad y que languidece a la cruda luz de los focos. No digamos ya la gente del PP, que confunden la cultura con Norma Duval y han puesto al frente de la cosa a un ministro con pinta y nombre de fiambrera, Tupperwert. Normal que a Nadal lo degradaran de tenista a escritor: lo raro es que no anunciaran el Cervantes con una foto de Remedios y el Nobel con una cajetilla de tabaco.
David Torres
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