María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla
Universidad de Sevilla
La situación de excepcionalidad, provocada por la “simbólica” DUI y la aplicación del artículo 155, dibuja un marco inédito para el desarrollo de las eleccionesdel 21D, una cita electoral en la que la cuestión territorial se ha convertido en eje, desplazando por completo a la cuestión social. La fractura política y social es un hecho, y no tanto por la existencia de opciones irreconciliables (un 80% de la población se muestra favorable a un referéndum pactado, con garantías) cuanto por la polarización que políticos y medios de comunicación han generado con su interesada interpretación del conflicto. Sin embargo, la realidad rara vez se ajusta a nuestros rígidos esquemas; de hecho, existen fuerzas políticas que defienden alternativas diferentes a la Unidad en el inmovilismo y a la ruptura unilateral del Independentismo, pero ocurre que esas otras opciones resultan con mucha frecuencia invisibilizadas o tergiversadas; al fin y al cabo, el contexto de polarización es el sustrato ideal para fuerzas políticas que hacen de valores como la cuestión identitaria su razón última de ser.
Una vez adoptado el esquema dicotómico, se genera una escalada de tensión en la que cada movimiento de uno de los polos alimenta al contrario. La situación toma, con frecuencia, el aspecto de una aporía, un problema prácticamente irresoluble. El inmovilismo y las medidas represivas alimentan la sed de independencia, del mismo modo que la irracionalidad del planteamiento unilateral refuerza las posiciones del nacionalismo español más extremo. Cualquier opción alternativa a los agónicos contrarios es considerada como sospechosa, ambigua o equidistante. Pareciera que no hay más salida que la victoria de uno de los polos y la derrota y la humillación del contrario. Por esto, en principio, puede parecer oportuna la propuesta de “transversalidad” del PSC, que ha sellado una alianza con Units per Avançar (antigua Unió Democràtica, de ideología demócrata-cristiana): “es momento de unir fuerzas a favor del catalanismo y de recoser costuras rotas los últimos años” (Miquel Iceta y Oriol Molins). En el Consejo Federal del PSOE, los barones cerraron filas celebrando el respaldo a la aplicación del 155, y aplaudiendo con euforia la “transversalidad” de Iceta: por fin, el PSOE “está donde debe estar” (S. Díaz), “muy lejos” del “vértigo y de la irrelevancia que tuvo en otros tiempos” (García Page), “en el camino correcto” para “coser” España (Ximo Puig)
Ciertamente, la transversalidad es un concepto propicio para desbloquear situaciones de conflicto entre opuestos que parecen irreconciliables. Ya lo advirtió J.A. Marina en 2014, quien, tras agradecer a Podemos haber lanzado “la única idea nueva que campa en el ideológicamente modorro panorama político nacional”, aconsejaba que se aplicara a la cuestión de Cataluña (El Mundo, 16 / 11). Antes que Podemos, UPyD había aparecido en la escena política española como un partido “transversal”, deseoso de superar el anquilosado planteamiento izquierda / derecha, que, según ellos, era incapaz de dar cuenta de la complejidad de lo real. Sin embargo, fue con el nacimiento de la formación morada cuando el concepto se nos hizo familiar; sin duda, porque, más allá de la crítica a los viejos esquemas, Podemos logró reconceptualizar el conflicto en términos diferentes: la casta / la gente, articulando las demandas de la mayoría social que ocupó las plazas en el 15M.
El término transversalidad (< TRANS- VERSĀTILIS) hace referencia a aquello “que se halla o se extiende atravesado de un lado a otro” (DRAE).No se trata, por tanto, de eclecticismo -“adopción de una postura intermedia entre doctrinas o actitudes diversas”; mezcla o “combinación de diversos estilos, ideas o posibilidades”- ni de centralidad, voz que hace referencia a la equidistancia entre dos extremos: “Que está en el centro físico” (DRAE). Confundiendo interesadamente estos conceptos, todos nuestros políticos se han declarado partidarios de la “transversalidad”; también el PP, que propone a PSC y a C’s llegar a acuerdos y alcanzar la mayoría con el proyecto común de “derrotar en las urnas a los independentistas catalanes”. En todos los casos, utilizan el término como sinónimo de ‘eclecticismo’, ‘mezcla’, ‘equidistancia’, ‘centralidad’ o ‘moderación’. Fernández Vara, por ejemplo, celebraba que los socialistas catalanes “estén recuperando protagonismo al situarse en la centralidad de la vida pública, la moderación y en el catalanismo” (Europa Press 11/11/17). Los medios también se refieren a la “transversalidad” de Iceta en estos términos: “Una mezcla plural, que mira tanto al centro derecha como al amplio espectro de las izquierdas” (La Vanguardia, 10/11/2017)
En principio, parece haber una contradicción insalvable en la apuesta por la transversalidad de una fuerza que, a través de sus decisiones políticas, se ha identificado con uno de los dos polos del conflicto; de hecho, el apoyo a la aplicación del artículo 155 ha supuesto para el PSOE la pérdida de cinco alcaldías y su salida de una docena de gobiernos municipales. La incoherencia se está convirtiendo en un rasgo constante de la política del PSOE con graves consecuencias para su unidad interna. Algunos de sus dirigentes ya lo han denunciado y han abandonado el partido (Jordi Ballart, Dante Pérez o Ignasi Giménez). En la carrera por el poder, el aparato del partido ha olvidado que, tras el golpe de Ferraz, las bases socialistas dieron la victoria a Sánchez en las primarias por la promesa de echar a Rajoy del Gobierno y buscar acuerdos con las fuerzas progresistas. Por el momento, sin embargo, la posibilidad de una alianza de izquierdas está descartada, pues, por más que Pedro Sánchez declare lo contrario (“Mi determinación es intentar la unidad de la izquierda” 14 /11/17: 20 minutos), lo cierto es que Iceta repite la misma estrategia del líder nacional de pactar primero con la derecha cerrando así la posibilidad de un acuerdo con Podemos. Vuelven a caer en el mismo “error” que el propio Sánchez reconocía en el programa de Évole. Entonces culpaba del fallo a las presiones del mundo financiero, receloso de la llegada al poder de un gobierno de progreso. Ahora, en un nuevo giro, la personalidad poliédrica de Sánchez adquiere otro rostro, se aparta del mandato de las bases y se mantiene fiel a la antigua política de los barones: apuntalar el bipartidismo y bloquear la posibilidad de una alianza de izquierdas. Y es que, a pesar de su retórica centrista, las decisiones políticas ubican claramente al PSOE en una zona nada “transversal”. Más allá de la abstención, que permitió gobernar a Rajoy, la falta de apoyo a la moción de censura de Podemos, o la decisión de apoyar la aplicación del artículo 155, es preciso destacar su deriva neoliberal, que constituye un abandono de las posiciones clásicas de la izquierda socialdemócrata y un giro hacia la derecha (reforma laboral de Zapatero, modificación del artículo 135).
Con todo, no es la deliberada ambigüedad, estrategia propia de un partido atrapalotodo (catch-all parties), lo más criticable en este uso del concepto de “transversalidad”, sino la confusión política que puede generar el vaciamiento de su verdadero significado, al considerar que una formación pudiera ser transversal por el solo hecho de enunciarlo o por elaborar unas listas electorales donde figuren personas de diferente ideología. Lo cierto es que, por sí mismos, esos elementos no concitan el apoyo sólido y estable de una amplia mayoría social (conjunto representativo de personas de diferente condición socioeconómica, género, edad, etc.) a no ser que la formación en cuestión haya conectado con los intereses y proyectos de esa base a quién pretende representar. Solo si la fuerza política sabe escuchar, interpretar y articular las demandas de la mayoría ciudadana, estará legitimada y será auténticamente representativa, “transversal”.
¿A qué demandas pretenden responder las alianzas de las nuevas fuerzas “transversales”?
Muchos expertos coinciden en analizar la crisis catalana como el último estallido del espíritu que se manifestó en el 15M; una expresión más de la crisis del régimen del 78, como expresa Alberto Garzón. Un grito contra la corrupción, la desigualdad, el austericidio, los escándalos de la monarquía, los desahucios y el café territorial para todos cada vez más amargo (Andrés Gil, eldiario.es, 2/10/2017). Frente a estos análisis, la lectura de la crisis catalana en clave exclusivamente territorial aporta indudables ventajas electorales para los partidos inmovilistas. De hecho, el encuadre territorial permitió a C’s hacerse con el 20% de los votos del área metropolitana en las elecciones del 27S, donde consiguió importantes victorias en antiguos feudos socialistas; el sorpasso a las fuerzas de izquierda se consiguió “por el voto en clave anti independentista y no por su discurso social” (Sebastián Lavezzolo, eldiario.es 29/10/2015). La unión en torno al objetivo común de derrotar a los independentistas se presenta como un pacto coyuntural para alcanzar un fin muy concreto, al que, por cierto, no se ajustan las acepciones de “equidistancia” o “centralidad”, a menos que se desprecie y olvide a una parte importante de la sociedad catalana. La transversalidad implica integración de las diferentes demandas colectivas, flexibilidad y amplitud, todo ello cristalizado en un programa que responda a las demandas ciudadanas y en unas líneas estratégicas para desarrollarlo. En última instancia, el encuadre focalizado en la cuestión identitaria desdibuja los ejes izquierda / derecha, gente / casta. Con el marco territorial como foco, y con la amenaza, la represión y el miedo se intenta romper la transversalidad del 15M y, por tanto, la auténtica posibilidad de una verdadera transformación en términos territoriales y de modelo de Estado.
Por otra parte, con la anhelada victoria electoral, los dirigentes del PSC-PSOE esperan cerrar definitivamente la herida o fractura interna de su partido, en carne viva desde el golpe de Ferraz. Sin embargo, tampoco parece que el catalanismo como proyecto de centro, continuista en lo económico, social y territorial, pueda por sí solo conectar con sus bases de izquierda, olvidadas en sus legítimas aspiraciones por el apoyo a las políticas neoliberales del gobierno del PP y a su deriva regresiva y autoritaria. Las bases exigían echar a Rajoy; lo gritaba M. Iceta dando apasionada expresión a una necesidad irrenunciable. Así no puede curarse ninguna herida: hay demasiados objetos extraños en el cuerpo, presencias que causan dolor y que impiden que se corte la hemorragia. Una vez más, en lugar de dejar la herida al descubierto para analizar, diagnosticar bien, y permitir que se seque, se apresuran a unir los jirones de una base desgarrada. Nuevamente, se cerrará en falso la herida; se repasarán las viejas costuras para ocultar el daño, pero de ese modo solo se profundizará el mal. Tarde o temprano se comprobará que aumentan “la amplia desafección popular y la socialdemocracia profundiza su agotamiento político y discursivo” (A. Antón)
En su nueva posición, el PSOE “se presenta como transversal a las ideologías” en la medida en que sustituye la tradición socialdemócrata por el liberalismo, con “un perfil bajo o ecléctico compatible con la ideología dominante en vez de un pensamiento crítico”. Y también como transversal respecto a las clases sociales al “abandonar la prioridad de la defensa de la mayoría ciudadana (las clases populares -trabajadoras y medias-) e incorporar la representación de los intereses del poder económico-financiero y las oligarquía” (Antonio Antón, “El debate sobre la transversalidad”). Para hacer posible la alianza de izquierdas y un gobierno de progreso, en Cataluña y en el resto de España, el PSOE debería establecer como prioridad conectar con el dolor y con la esperanza de sus bases, estos sí, verdaderamente transversales. Aunque no parece que haya sido este el camino elegido. Sin una base social que la legitime, desprovista de su auténtico sentido y de su fuerza, la fantasía “transversal” se descubre como simple estrategia electoral para obtener apoyos, pero no constituye una plataforma sólida para ampliar la base social y ganar representatividad, legitimidad. Se diría que la “transversalidad” es un disfraz de la incoherencia, del abandono de los principios ideológicos en aras de conquistar el poder. En la afirmación de Iceta, “pactaré con la fuerza que me haga presidente”, vuelven a resonar los ecos de aquella sentencia tan querida para Felipe González: “Blanco o negro, lo importante es que el gato cace ratones”.
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