"Pom, pom, pom…". Aquellos golpes secos y continuados salían de la pequeña casa de labranza situada entre las dos líneas de fuego. Leonardo llevaba varios días intrigado y quería averiguar quien o qué los producía. Pero no era tarea fácil ya que para entrar en la casita había que hacerlo forzosamente por la puerta que daba al bando franquista, estando al alcance de sus balas.
Finalmente decidió entrar y en su interior se encontró con un mulo atado de la argolla del corral que estaba en la piel y los huesos. Una vez hubo acabado con la comida que le había dejado su dueño, la emprendió con el comedero de madera y luego con todo lo masticable que había a su alcance. Con el golpeo continuo de las patas había excavado un enorme hoyo en el suelo: “Pom, pom, pom…”.
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