Carmen tenía 4 años cuando se asomó a la ventana que daba a la calle Mayor de la Galera aquella tarde del 19 de julio de 1936. Era tal el gentío que pensó que había un entierro y así se lo hizo saber a Rosa, su madre.
“Pero si no he oído tocar a difuntos”. Le respondió su madre, mientras salía a comprobarlo.
“¡Bandidos, criminales…!” –Gritó entonces Rosa al ver lo que estaba pasando.
Joaquín, el vecino que vivía en la casa de enfrente, le mandó callar y a recogerse en casa.
De la torre medieval que albergaba la iglesia de San Lorenzo salían grandes llamas y una enorme humareda.
Un grupo de milicianos subidos de Amposta que no habían podido arrancar la imagen del patrono, adosado al altar mayor, decidieron prenderle fuego.
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