CRISTINA PALOMAR
Qué alegría siento cuando alguien me da la razón aunque sea inconscientemente. A pesar de los reiterados intentos de convencerme de que España es un Estado moderno siempre he sospechado que la separación de poderes entre Estado e Iglesia es en realidad inexistente y que lo único que nos salva del salvajismo de decapitar, apedrear hasta la muerte o colgar del cuello en una grúa por razones de moral es la tremenda pereza ibérica a la hora de recoger los trozos y limpiar la sangre. Lo siento por mis amigos federalistas que, optimistas incansables, no dejan de repetirme desde el autoengaño que todavía hay esperanza.
La última evidencia que confirma mi sospecha que España no tiene remedio es la gran actuación nacionalcatólica de la fiscal Marisa Morando. Su escrito defendiendo la condena a la regidora Rita Maestre por haber presumido de ser puta y bollera en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid es digno de la afilada pluma de una reencarnación de sor Citroën.Supongo que la beata Morando redactó el escrito contra Maestre justo después de volver de misa. Expresiones como “espacio sagrado para los católicos por encontrarse allí el Altísimo” sólo se pueden entender por una enajenación transitoria producto de una sobredosis de incienso o del éxtasis que provoca haber experimentado la gracia del Espíritu Santo en forma de cagada de paloma.
El contenido del escrito ha provocado polémica, sobre todo porque más que el auto redactado por una fiscal parece un artículo cualquiera de una hoja parroquial del Opus Dei. ¡Cómo se siente de ultrajada sor Morando porque un grupo de brujas en sujetador –y seguramente comunistas con cuernos y cola- protestó contra la presencia de un lugar de culto católico en una universidad pública! Según ella, no sólo actuaron como “un grupo organizado” –no se atrevió a escribir grupo terrorista-, sino que quisieron imponer a los demás “su forma de ver la vida y la sexualidad”, precisamente lo mismo que ha hecho la Iglesia Católica española durante siglos de dominación y persecución de la mujer y de la diferencia.
Morando se escandaliza porque un acto tan abominable se intente disfrazar de libertad de expresión y en esto coincide con el ministro del Interior y su absurda cruzada contra los tirititeros terroristas por sus intentos de adoctrinar a los niños madrileños en el culto a Alka-Eta. Si presumir de ser putas en una capilla es una abominación no quiero pensar qué diría la fiscal del cura del pueblo de mi madre que confesaba a las jóvenes solteras al mismo tiempo que las preñaba. Al final fue imposible esconder la fechoría porque todas las criaturas salían clavadas al padre y el cura fue trasladado a otra parroquia para seguir predicando entre las chicas que Dios es amor.
En un intento inútil de parecer objetiva, Morando remarca al final del escrito que la censura se tendría que aplicar igual en el caso de que “los hechos se hubiesen producido en una mezquita o una sinagoga”. Ignoro si la justicia española va corta de personal y tiene que regalar el título de fiscal en la tómbola prescindiendo del test de aptitudes correspondiente, pero este argumento hace enrojecer de vergüenza ajena porque laperformance tenía como objetivo protestar por la presencia de un espacio religioso en un centro público y teóricamente laico. Tampoco me consta que haya ninguna universidad estatal con mezquita o sinagoga, pero si la fiscal Morando descubre alguna que me lo diga y montamos una hoguera para quemar herejes. Yo traeré mi cerilla de quemar Constituciones.