diumenge, 19 de juny del 2011

FRANCO, ESE CONSPIRADOR (Un article de Juan Fernando López Aguilar)

En medio de la renovada discusión sobre la naturaleza reaccionaria del franquismo y sobre su protagonista, aterriza en las librerías la última escala del pasajero del Dragón Rapide: La conspiración del general Franco (Ed. Crítica, Madrid, 2011). Se trata del nuevo libro de Ángel Viñas, catedrático de Economía, alto funcionario europeo e historiador acreditado en sólidos estudios anteriores, entre los que destacan su trilogía republicana (La soledad/ El escudo/ El honor de la República). En esta entrega, el profesor Viñas ofrece una innovadora mirada sobre aquellos “tres días de julio” evocados en la trilogía de Gironella. Y nos apunta, con fehacientes soportes de veracidad, la hipótesis de que el golpe militar viniese precedido de un asesinato alevosamente planeado por el propio general Franco desde su mando en Canarias, pugnando por un papel propio en la gran conspiración que sumiría al país en un baño de sangre. Según esta investigación, el 16 de julio de 1936 Franco habría ordenado la eliminación de un viejo compañero de armas, el general Amado Balmes, comandante militar de Las Palmas, después de haber sondeado infructuosamente su disposición a secundar bajo sus órdenes la sublevación militar y el subsiguiente aquelarre represivo en la plaza bajo su mando.
El estudio de Viñas enriquece así su itinerario intelectual en torno a episodios cruciales de la experiencia republicana y su política exterior, sobre la implicación extranjera en la contienda española y la diplomacia activa de las partes en conflicto. Sus excelentes trabajos anteriores se anudan en el aparato crítico de esta sorprendente publicación, a caballo entre el ensayo, la historia rigurosamente documentada, la pesquisa detectivesca y la instrucción de un sumario judicial. La tesis central del volumen sostiene que la sublevación no arrancó en el acuartelamiento de Melilla el 17 de julio, sino con la premeditada liquidación del general Balmes aquel 16 de julio de modo que “pareciera un accidente”, un hecho tan cuidadosamente ejecutado como ocultado desde entonces.
El falso e inverosímil fallo de pistola que costó la vida a Balmes (según la versión oficializada entonces, la habría disparado accidentalmente tras apoyarla sobre el propio vientre) sirvió, además, de coartada para que el Ministerio de la Guerra autorizase a Franco (destinado en Tenerife) a desplazarse en barco desde Santa Cruz a Las Palmas para acudir al sepelio. Tras ese acto, emprendió el vuelo en el Dragón Rapide que le esperaba en Gando (aeródromo de Gran Canaria) desde el 14 de julio, después de haber dispuesto con todas las garantías que su mujer y su hija zarpasen desde Tenerife a puerto seguro en la península a bordo de un buque alemán. La aeronave procedía de Londres y había sido fletada con anticipación –con la intermediación desde Biarritz del propietario de ABC y antiguos agentes británicos– para trasladar a Franco desde Gran Canaria a Tetuán, desde donde asumió el mando del Ejército de África y, literalmente, embarcarlo en la guerra de España desde Ceuta hasta Tarifa.
Parte del extraordinario interés de esta aportación reside no sólo en el relato del minucioso complot maquinado, sino en el abono que supone a una visión del personaje del Franco conspirador que supera ampliamente los márgenes de la versión que durante largo tiempo lo ha retratado reluctante y reservón, nadando y guardando la ropa en los inciertos prolegómenos del estallido del conflicto. No sólo mostraría a Franco en su determinación de erigirse en comandante protagónico entre los sublevados, sino que ilustraría su carencia de escrúpulos y remordimientos a la hora de disponer fría y despiadadamente de la vida de los demás, incluida la de un viejo conocido, colega y veterano africanista como fue el general Balmes. Insisto, sólo una parte: mayor interés aún reviste el concienzudo análisis que Viñas emprende a la hora de diseccionar el papel de la diplomacia ejercida por el embajador británico (sir Henry Chilton), por el del ultraconservador premier (Stanley Baldwin), y, aún menos conocida, por los servicios secretos del Reino Unido, inquietos ante los informes que presentaban a la República española incursa en abierta deriva prerrevolucionaria. Esta implicación británica resultaría decisiva tanto en la organización del viaje de Franco desde Canarias con destino a las plazas norteafricanas, cuanto en el acompañamiento de la insurrección militar contra el Gobierno legítimo, cuyos episodios eran seguidos en Londres, no ya desde la desconfianza, sino desde la animosidad instigada sin desmayo por una élite de monárquicos ultraderechistas españoles a los que el Foreign Office escuchaba con atención.
El relato pormenorizado de los antecedentes y de los días, con sus horas y minutos, en los que el general Franco y su entorno intervinieron en la historia de aquellas jornadas de julio de 1936 ilustra, por sí, el carácter de la sublevación y de sus protagonistas, imprimiendo, desde entonces, el marchamo ferozmente represivo y dictatorial del periodo que vino después. Al margen de la polémica doctrinal en torno a las adjetivaciones “totalitaria” o “autoritaria” de ese régimen (conforme a las categorías teorizadas por Juan Linz), la hoja de ruta trazada anticipatoriamente por Franco y por sus ayudantes y cómplices, para abocar a una catástrofe de proporciones dantescas, a través de una secuencia de hechos consumados que no admitiese medias tintas ni tentación de marcha atrás, conduce a una asimilación cabal de la ambición ilimitada y la sanguinaria resolución del militar que dio nombre a un régimen brutal, cuya estela y cicatrices continúan estremeciendo.
Juan Frenando López Aguilar es presidente de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo.

(Llegit al diari Público