Antonio Aveldaño
Andamos de segundo aniversario del 15-M y no sabemos muy bien qué balance hacer. Una síntesis aceptable de lo conseguido sería decir que el balance material es escuálido pero el balance espiritual es notable. El 15-M no ha conseguido cosas concretas y palpables pero sí ha logrado que se hable con intensidad de cosas de las que apenas se había hablado hasta entonces. El principal triunfo del 15-M es que a estas alturas nadie puede honestamente dejar de admitir que sus promotores tenían razón. No en todo, pero sí en casi todo. No en todas sus respuestas, pero sí en todas sus preguntas. No en su medicina, pero sí en su diagnóstico.
Los muchachos y muchachas del 15-M tenían y tienen razón en muchas cosas, lo único que ocurre es que la crisis económica es un viento huracanado que no permite oír otra cosa que el propio viento. La transparencia de la vida pública, las deficiencias de la representatividad política, la ausencia de controles institucionales, la esclerosis de los partidos, la impotencia de los sindicatos, el desmedido poder del dinero: estas y otras cuestiones planteadas por aquella flor de un día que fue el 15-M (flor revolucionaria sí, pero flor apenas de un día) siguen siendo igual de importantes que entonces, pero la galerna de la crisis impide prestarles atención, pues cómo dedicarse a acometer reformas en la nave cuando las vías de agua abiertas en ella amenazan con hundirla para siempre.
La derecha simula despreciar al 15-M, pero en realidad le tiene pánico. Por eso ha extremado tanto y con tan aplicado cinismo la presión policial sobre los manifestantes de todo tipo y la criminalización de sus acciones. La derecha respira con alivio al comprobar cómo, dos años después, el 15-M se diluye en una nebulosa incapaz de intimidar a nadie. La derecha hace como el que 15-M está muerto, pero no lo está. Vino sin saber cómo y se fue sin saber cómo: imposible, por tanto, predecir si volverá y, si es así, con cuánta extensión, intensidad y furia lo hará.
La victoria del 15-M no depende tanto de él mismo como de la izquierda política convencional, pues sólo ésta puede convertir los éxitos espirituales del movimiento en éxitos propiamente materiales, es decir, en nuevas prácticas, nuevas conductas y nuevas exigencias de esa izquierda consigo misma; y también en nuevas leyes, nuevas instituciones, nuevos controles, nuevas propuestas. Sólo si el Partido Socialista e Izquierda Unida se toman en serio el 15-M éste comenzará a dar frutos palpables y efectivos. Izquierda Unida ya lo está haciendo en buena medida, pero no así el Partido Socialista, que ni siquiera ha comprendido del todo cuánto se juega en este envite. Mientras IU se juega su crecimiento y proyección futura, pero en ningún caso su desaparición, el PSOE se juega su propia supervivencia como PSOE, es decir, como partido de referencia de la democracia española. Para el 15-M sería sin duda muy conveniente que el PSOE le hiciera caso. Para el PSOE no sólo es conveniente, para el PSOE es cuestión de vida o muerte hacerle caso al 15-M.
Andamos de segundo aniversario del 15-M y no sabemos muy bien qué balance hacer. Una síntesis aceptable de lo conseguido sería decir que el balance material es escuálido pero el balance espiritual es notable. El 15-M no ha conseguido cosas concretas y palpables pero sí ha logrado que se hable con intensidad de cosas de las que apenas se había hablado hasta entonces. El principal triunfo del 15-M es que a estas alturas nadie puede honestamente dejar de admitir que sus promotores tenían razón. No en todo, pero sí en casi todo. No en todas sus respuestas, pero sí en todas sus preguntas. No en su medicina, pero sí en su diagnóstico.
Los muchachos y muchachas del 15-M tenían y tienen razón en muchas cosas, lo único que ocurre es que la crisis económica es un viento huracanado que no permite oír otra cosa que el propio viento. La transparencia de la vida pública, las deficiencias de la representatividad política, la ausencia de controles institucionales, la esclerosis de los partidos, la impotencia de los sindicatos, el desmedido poder del dinero: estas y otras cuestiones planteadas por aquella flor de un día que fue el 15-M (flor revolucionaria sí, pero flor apenas de un día) siguen siendo igual de importantes que entonces, pero la galerna de la crisis impide prestarles atención, pues cómo dedicarse a acometer reformas en la nave cuando las vías de agua abiertas en ella amenazan con hundirla para siempre.
La derecha simula despreciar al 15-M, pero en realidad le tiene pánico. Por eso ha extremado tanto y con tan aplicado cinismo la presión policial sobre los manifestantes de todo tipo y la criminalización de sus acciones. La derecha respira con alivio al comprobar cómo, dos años después, el 15-M se diluye en una nebulosa incapaz de intimidar a nadie. La derecha hace como el que 15-M está muerto, pero no lo está. Vino sin saber cómo y se fue sin saber cómo: imposible, por tanto, predecir si volverá y, si es así, con cuánta extensión, intensidad y furia lo hará.
La victoria del 15-M no depende tanto de él mismo como de la izquierda política convencional, pues sólo ésta puede convertir los éxitos espirituales del movimiento en éxitos propiamente materiales, es decir, en nuevas prácticas, nuevas conductas y nuevas exigencias de esa izquierda consigo misma; y también en nuevas leyes, nuevas instituciones, nuevos controles, nuevas propuestas. Sólo si el Partido Socialista e Izquierda Unida se toman en serio el 15-M éste comenzará a dar frutos palpables y efectivos. Izquierda Unida ya lo está haciendo en buena medida, pero no así el Partido Socialista, que ni siquiera ha comprendido del todo cuánto se juega en este envite. Mientras IU se juega su crecimiento y proyección futura, pero en ningún caso su desaparición, el PSOE se juega su propia supervivencia como PSOE, es decir, como partido de referencia de la democracia española. Para el 15-M sería sin duda muy conveniente que el PSOE le hiciera caso. Para el PSOE no sólo es conveniente, para el PSOE es cuestión de vida o muerte hacerle caso al 15-M.