dimarts, 21 de maig del 2013

¿A dónde va el 15M? Viento en las velas del movimiento

Juan Carlos Monedero

A todas y todos los que han visto empeorar sus condiciones de vida en estos dos años. A los que han perdido la vida desesperados por la ruina de estos dos años (años acumulados a los anteriores). A los que ven con amargura que al nos has fallado de Zapatero le ha sucedido un insultante os he mentido de Rajoy. Sabemos que aún no estamos a la altura.Pero las fuerzas se van acumulando. Nada de lo que pasa va al olvido.
 La recuperación del coraje democrático
 El 15M es, sin duda, lo mejor que le ha pasado a la democracia desde que se murió Franco.  Si no parece mucho, será porque tampoco hemos ganado mucho desde que salimos de la dictadura. O será que lo que ganamos lo hemos perdido con la misma vertiginosidad. El que mira siempre está lleno de los propios reflejos.
 El 15M es la devolución -con acuse de recibo- a los partidos de la izquierda y también a los sindicatos de la orden de abandonar las calles que dieron en 1977, cuando, con ocasión de los mentirosos Pactos de la Moncloa, nos dijeron que volviéramos al trabajo y a las aulas para que nos consintieran la democracia. El 15M es la devolución a los partidos de la derecha de la orden histórica de interiorizar la ausencia de alternativas a lo existente, para volver a resignarnos como en la larga noche del franquismo o como en el turnismo del siglo XIX. Es también la devolución a Europa de la orden de asumir una Constitución demediada y a un rey socializado en el Palacio del Pardo y en la frivolidad, devolverles a los burócratas europeos el sentimiento de inferioridad sembrado en nuestro país y la exigencia de una inserción en la economía comunitaria que pasa por perpetuarnos como los camareros y los cuidadores de los pudientes y jubilados del continente. Es la devolución a la patronal de sus órdenes de irnos a trabajar a Laponia o a poner copas a Londres, de la pretensión de empresarios sobrados de recuperar el derecho sobre nuestras vidas y, ya de paso, de nuestros cuerpos. De devolver su exigencia de que la enseñanza sea un negocio financiado por todos donde paguemos por lograr en el futuro un trabajo basura y, además, donde nos lobotomicen la capacidad crítica con incienso y, si es menester, alguna que otra hostia. Es la devolución a la iglesia y a la monarquía de la confianza que nunca se ganaron, de su privilegio anclado en tradiciones arcaicas, de su abuso ideológico y de su terrorismo intelectual, de su negación, en suma,  a aceptar que los tiempos reclaman un Estado laico y republicano donde la ciudadanía se haga cargo de las riendas de su futuro político -sin dioses, reyes ni tribunos-, malbaratado por unas cúpulas que repitieron demasiado pronto las mañas que dijeron venir a solventar.
 El atraso secular de España
 El 15M es la expresión del retraso con el que, tradicionalmente, España se ha incorporado a los procesos económicos europeos y mundiales. Su sabiduría ha sido su ignorancia. Y su ignorancia es la que ha permitido lograr cosas que, supuestamente, eran imposibles. Ese retraso está detrás del 15M. Es el que ha permitido una respuesta ciudadana ante la pérdida de un bienestar que llegó tarde, que era más débil que el de nuestro entorno y que se fue demasiado pronto. Al tiempo, ha demostrado, con su pie cambiado, la deriva autoritaria y excluyente de Europa, haciendo ver al resto de la ciudadanía del continente que le estaban dando gato neofascista por liebre democrática. Salvo a Alemania, que ya ponía directamente el gato que ya no viste de gris porque lo que ayer se conseguía con los panzer hoy se logra con los préstamos y la troika (aunque en Alemania ya hay disidentes como los hubo en los años treinta). La guerra civil española donde se juntó la polémica aún pendiente con el antiguo régimen con el auge de los fascismos ante el surgimiento de la URSS y la crisis de 1929 – sirvió en su día para que Europa vislumbrara dónde se encontraba. De la misma manera, el 15M ha sido un espejo donde Europa ha visto todo lo que ha perdido, tanto en términos políticos como económicos. Y, principalmente, todo lo que puede perder. Cuando se deja de redistribuir la renta, la cesión de la gestión política a las cúpulas de los partidos estalla como algo negativo, aún más cuando el desarrollo de Internet ha generado un funcionamiento horizontal que enseña esa metodología al resto de ámbitos sociales. Las crisis del capitalismo se gestionan más fácilmente en pueblos analfabetos y sin capacidad de comunicarse.
 El 15M surgió porque el modelo neoliberal agravó las condiciones de los sectores más débiles y, al tiempo -porque ya no bastaba con los excluidos de siempre- expulsó de los derechos de ciudadanía a las clases medias. Esta novedad histórica permitió que se encontraran los beneficiados del Estado social con sectores tradicionalmente subordinados, construyendo una ventana de oportunidad política que construye una potencial alianza con posibilidades reales de cambiar las cosas. La sociedad se proletarizó, y trasladó su condición de clase media con estudios, familiaridad con las nuevas tecnologías, pacifismo, experiencia viajera e idiomas- a esa nueva situación de empobrecimiento y mal trato que le generó una alta indignación.
 Las contradicciones insolubles del modelo (o de la corrupción como consecuencia de la crisis económica)
 El modelo neoliberal genera, como diría el clásico, sus propios sepultureros. La internacionalización del capital, la desregulación financiera, la deslocalización, el poder de las grandes empresas multinacionales los 35 empresarios hispánicos que entrega una carta al rey para que, a su vez, se la entregue al presidente del gobierno- y el mantenimiento de la tasa de ganancia de las empresas sostenido sobre los hombres de las mayorías en forma de desposesión de bienes y derechos sociales, de robo de la vivienda, de abaratamiento de la mano de obra o de rescates públicos- necesariamente expulsa, cuando menos, a un tercio de la población, que ve en un plazo muy breve cómo su calidad de vida se ve radicalmente cuestionada (aunque si sumamos al 26% de desempleo, la emigración y la gente que ya está fuera de las estadísticas, el porcentaje aumenta).
 En tiempos de recortes y pérdida de calidad de vida, la vida desahogada de las élites políticas pasa a primer plano. Las necesidades generalizadas invitan a la delación, pues la avidez crece y la discriminación aumenta. Es entonces que la corrupción política aparece en todo su esplendor. No porque haya más que en otros momentos la corrupción es el lubricante del sistema-, sino porque, al haber menos para repartir, los que se quedan fuera denuncian, al tiempo que los que siempre han estado fuera y antes toleraban ahora se indignan y dejan de hacer la vista gorda. El hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas circunstancias. Y ésas todavía no han llegado.
 La crisis económica ha abierto los ojos a la crisis política. De pronto, todas las peleas puntuales parecen unirse en un hilo rojo donde, como siempre en la historia de este país llamado reino de España, una amplia mayoría está en un lado, reclamando la emancipación, y una minoría, en el otro, reclamando resignación y, en su caso, mano dura. ¿Las dos Españas? Una mentira mil veces repetida. En un lado, el grueso del país. En el otro,  los publicistas (ahora, los medios de comunicación y sus columnistas y tertulianos), la cúpula de la iglesia y sus soldados catecúmenos, la monarquía, los banqueros, los terratenientes (ahora constructores e inmobiliarias) y los grandes empresarios. También los jueces, los notarios y los registradores de la propiedad, junto a sectores de la alta oficialidad del ejército y de la policía. No faltará algún que otro catedrático de universidad y alguna tonadillera, los consabidos mercenarios extranjeros y las familias reales europeas.
 Las renuncias tácticas como renuncias estratégicas
 Hubo un tiempo, durante la transición, que la izquierda quiso participar, como fuera, del aparato del Estado (me refiero al Partido Comunista). Creía que, desde ahí, iba a conquistar pasos esenciales hacia el socialismo. Por eso asumió la monarquía, la bandera, los políticos franquistas, la renuncia al castigo a los golpistas (como acaban de hacer en Guatemala con Ríos Mont), las bases norteamericanas, el papel de la iglesia, una Constitución donde los derechos sociales estaban impedidos y donde la democracia participativa estaba ausente. Hoy sabemos que eso era una ingenuidad. Al igual que, hoy, sería algo peor que una ingenuidad que el 15M se convirtiera en un partido político. Durante la transición, las exigencias de Santiago Carrillo pudrieron no pocos desarrollos. ¿Y hoy, quién exige?
 Medir mal los tiempos es igual que equivocarse. Nunca los cambios han nacido como una alternativa directa al poder. Primero precisan agotar el momento destituyente, demostrar que las instituciones vigentes han agotado su ciclo, demostrar la inanidad de esas personas que aplauden que la Pantoja no entre en la cárcel o que la Infanta Cristina no vaya, por ahora, a juicio. Convencer a esas personas que votan al PP porque ya no pueden votar al PSOE y que están esperando a ver si pueden votar al PSOE porque ya no pueden votar al PP. Hacer ver a la gente que la nueva formación política que nazca no quiere asumir responsabilidades para ofrecer lo que ya no pueden otorgar ni el PSOE ni el PP con sus apoyos puntuales en CiU y el PNV o, llegado el caso, UPYD. Antes de crear un partido político hay que crear el movimiento social que necesite un nuevo partido político. Y el instrumento para convencer a la gente no es, precisamente, un partido político.
 El 15M como repolitización en una democracia de baja intensidad
 El 15M vino para ayudarnos a pensar, justo cuando habíamos hecho nuestro el lema que la Universidad de Cervera mandara a Fernando VII (Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir). El 15M no era una respuesta, sino una pregunta. Una pregunta a la democracia representativa, tan poco democrática ella (Qué tontos los ingleses decía Rousseau en El contrato social- que creen que son libres porque votan cuando sólo son libres una vez cada cuatro años). Y una pregunta a un modelo económico que nos volvía a convertir en mercancías, ahora de la mano de banqueros y de sus empleados en el gobierno y en las cúpulas de los partidos políticos. El 15 M vino a politizarnos. Y politizar es inyectar conflicto. Y aquí estamos, conflictivos, desobedientes, indignados, sabiendo que, de pronto y sin avisar, el hielo se va a resquebrajar y debe encontrarnos organizados. En esas andamos. Sin saber lo que queremos pero sabiendo lo que no queremos.
 El 15M no ha ganado ninguna guerra, pero ha ayudado en todas las batallas. Igual que el mercado es una poderosísima herramienta que asigna recursos y precios de manera vertiginosa, el 15M asigna conciencias y brazos a todas las posible peleas de la emancipación. El sistema puede prever dónde se moverá la indignación pero no podrá hacer gran cosa para impedirlo, pues ese espacio está construido por todas las teselas de insatisfacción que, juntas, conforman el mosaico de la alternativa.
 Es el sistema el que cava su trinchera. Tiene la ventaja de que la proporción de “norte” que nos ha correspondido hace a una parte de la población conservadora de su pequeño privilegio. No es tiempo de pesimismos, pero tampoco de optimismos. Es tiempo de optimismos trágicos o de pesimismos esperanzados. No es fácil, pero errar promete el infierno y acertar, cuando menos el purgatorio. El 15M va a seguir impulsando todas las protestas que no puedan ser usurpadas por una lógica partidista. No está escrito, sin embargo, que su éxito esté garantizado. Es el necesario pesimismo. A dos años del 15M, el incremento de conciencia, a día de hoy, ha dejado más espacio libre a los indigentes intelectuales y morales de la derecha que nos gobiernan. De nada servirá esta explosión de dignidad popular si no se canaliza hacia posibilidades de cambio. En 2011, el 15M tuvo éxito porque carecía de liderazgo, de programa y de estructura. Ahora corresponde impulsar liderazgos (en plural) que rebajen incertidumbre y generen credibilidad ciudadana (el caso de la PAH es evidente en ese aspecto). Toca construir un programa de mínimos compartido que demuestre la irrelevancia del régimen de 1978. Y es hora de articular alguna forma de organización que haga las labores de sutura entre la democracia representativa inevitable en el corto plazo- y las exigencias de participación popular. Adelantar un partido es un gran error, pues no tiene sentido un partido si todavía no se ha logrado convertir en sentido común la decadencia del régimen de la transición. Las carreras aquí son tropiezos prometidos desde ya. Es tiempo de resistencias que exacerben las contradicciones del sistema. De formas de organización alternativas que demuestren la virtud de otras maneras de hacer las cosas. De reflexión y debate camino del nuevo régimen que sustituya al caduco y lacerante que ahora padecemos. Un proceso constituyente, que devuelva al pueblo su condición de soberano, parece que va en la dirección correcta.
 El 15M sabe su lado. El 1% también. Falta que el otro 90% decida dónde poner su esfuerzo. Hay viento en las velas. Se trata ahora de orientarlas.

dilluns, 20 de maig del 2013

L’ESPERPENT DE MOURINHO



Diumenge quan vaig anar a comprar el diari al quiosc habitual, em vaig trobat amb Josep Lluís Tarrazona, el que va ser president del CF Amposta fins fa ben poc. Els dos ens mostràvem contents per la victòria del Atlético de Madrid en front al Real Madrid, millor dit, estàvem contents per la derrota dels blancs, per a que donar-hi més voltes.
Li vaig dia a Tarrazona que l’expulsió de Mourinho havia estat un mal final per a l’entrenador portuguès. Com a persona entesa en futbol (més que jo, segur) em va dir que l’expulsió l’havia provocat ell mateix per a desinhibir-se de l’acte d’entrega de trofeus. I segur que va ser així.
Mireu, si el Madrid guanyava, tal i com estaven anant les coses darrerament, segur que els mateixos jugadors l’haurien deixar de banda a l’hora de celebrar el triomf amb la seva afició. I la mateixa afició, aquella que l’ha esta recolzant fins no fa gaire, segur que l’hauria xiulat majoritàriament.
I si es perdia... Ah! Si es perdia, molt pitjor. La xiulada hauria estat d’aquelles que fa època. El Santiago Bernabeu xiulant i escridassant a aquell que presumeix de ser el millor entrenador del món. D’aquell que va arribar al Madrid per a guanyar-ho tot i desbancar al Barça. D’aquell que va tenir tres oportunitats per a ficar la décima a les vitrines del club i ha marxat amb una copa del Rei y una lliga i gràcies. Hauria estar un mal colofó per a un personatge esperpèntic amb un dels egos més pujats del món del futbol.
Durant els darrers dies, mentre es parlava de Mourinho i la més que segura marxa del Madrid cap a un altre club (Inter o Chelsea), s’han recordat molts dels seus moments gloriosos. Però entre tot el que s’ha dit, em quedo amb una idea: Va fitxar pel Madrid per acabar amb el Barça i el que ha fer ha estat acabar amb el Madrid. No sé qui la va dir, però em sembla genial.
No obstant, m’agradaria acabar amb el que avui apunta l’Ernest Folch al Periódico. Al seu article Gràcies per tot, Florentino, hi destaca una frase: Els focus se centraran en “Mou”, però el gran culpable d’aquest colossal naufragi és el president.    

5a FESTA DEL MERCAT A LA PLAÇA D'AMPOSTA I
















Fronteras de la democracia

Pablo Bustinduy
Filósofo
Ilustración Ramón Rodríguez
“Un cuerpo ciudadano inclusivo pero esencialmente pasivo, en el que caben tanto la élite
como la multitud, pero cuya ciudadanía tiene un horizonte limitado”
 Ellen Meiksins Wood, “La democracia contra el capitalismo”

1. En la antigua Grecia, la libertad (eleutheria) quería decir: ser libre de servir. Ciudadano es aquel que no tiene señor y no le debe nada a nadie, quien no debe sudar para que otro le arrebate el fruto de su tiempo y de su esfuerzo. Por debajo, claro, estaba el cuerpo de los esclavos; por detrás el de mujeres y extranjeros. En el centro de la plaza, sin embargo, la presencia del demos era escandalosa: su gobierno no estaba basado en el linaje, la riqueza, la inteligencia o la aptitud, sino en la socialización de las decisiones y de la razón política, en el poder común de la gente libre. Por eso la mayor parte de los cargos políticos se sorteaban al azar, y las principales discusiones se sometían al griterío de la asamblea: porque quien no trabaja para un tirano tampoco se encomienda a él para que decida en su lugar.
2. En las democracias modernas, el “gobierno del pueblo” se convierte en el gobierno de sus representantes, y el pueblo en una ficción por la que la igualdad consiste en que el voto de un oligarca y el de un obrero valgan exactamente lo mismo. Todo lo que los separa -su trabajo, sus ingresos y relaciones, el poder que ejercen o que se ejerce sobre ellos- desaparece por arte de magia de la escena política. En la democracia capitalista, el demos es una superficie lisa, homogénea, fría, donde la vida social no deja marca alguna y todos tienen el mismo derecho a no hacer (casi) nunca (casi) nada. Pero los griegos ya decían que toda ciudad tiene dentro otras dos ciudades, que no todos viven en las mismas condiciones ni tienen las mismas posibilidades. Por eso el pueblo es a la vez el nombre de las clases bajas y de todo el cuerpo social: porque ese cuerpo está quebrado por dentro.
3. En el parlamento, la democracia entra en un lugar cerrado que pretende tener el monopolio de lo legal y lo legítimo (no es casualidad que los parlamentos del Sur de Europa estén blindados: esa es en última instancia la porosidad de la “esfera política”). La ficción representativa despolitiza por principio todo lo que queda fuera de ella. Por eso los escraches son “nazismo puro” y el millón de firmas del referéndum de la sanidad, una “parodia”. Del otro lado de esa frontera, sin embargo, hay cada vez más gente a la que ya no le quedan razones para mantener el pacto social. Es un bloque histórico (en el sentido casi tectónico de placas de ruptura, de un continente que busca darse su propia forma) en crecimiento y más consistente de lo que se deja pensar. La paradoja es que cuanta más presión hace contra el límite, más se acerca a su propia frontera, a sus propios momentos de desborde y definición.
4. En un comentario sobre las lecciones de la revolución, Trotsky dice que en ese tipo de situación suelen surgir dos actitudes que obligan a retroceder en lugar de saltar adelante. El primero no encuentra a su alrededor más que defectos, dificultades e imposibles para el movimiento; el segundo solo ve un obstáculo cuando ya se ha abierto la cabeza contra él. Uno ve montañas por todas partes; el otro está convencido de que el “océano le llega por las rodillas”. Spinoza decía que la esperanza y el miedo son dos versiones simétricas de una misma parálisis, de una misma incapacidad de actuar. Probablemente, encontrar el punto medio entre esos dos extremos sea hoy una premisa para el problema de la organización.
5. La situación se ha vuelto cada vez más impredecible. La unidad del demos, de la que tanto se habla, nunca viene dada de antemano: es un proceso dialéctico, contradictorio, que avanza inutilizando límites, haciendo fuerza contra ellos, volviéndolos inservibles. Gilles Dauvé y Karl Nesic escriben en Más allá de la democracia:
“En Petrogrado, en 1917 y con 90.000 empleados (hombres y mujeres) del textil ya en huelga, uno de los detonantes de la revolución fue una manifestación de mujeres que, el día 23 de febrero, se hartaron de hacer cola delante de las panaderías y decidieron plantarse frente a la sede de la Duma municipal para exigir pan (…) Por el camino detuvieron los tranvías y se pararon frente a las puertas de fábricas y oficinas, incitando generalmente con éxito a parar el trabajo. Es un ejemplo de cómo lograr que se entremezclen las categorías “domésticas” y “obreras”, el lugar de trabajo y el espacio fuera de él, la ocupación de la empresa y de la calle; es crear un umbral a partir del cual todo puede ponerse en discusión. A una escala más modesta, apenas se entreabre una brecha en la realidad puede surgir ese “desorden fraternal” (Babeuf), productor de una comunidad de lucha. En Rouen, en mayo de 1968 y tras haber sido invitados a parar el trabajo, los empleados de una calle comercial se ponen a debatir a pie de calle; se suma todo viandante que lo desea, sin que nadie les pregunte quiénes son ni en nombre de quién hablan. Las fronteras solo rigen mientras rigen las rutinas.”
Los procesos pueden darse a muchos niveles y con distintas lógicas: lo esencial es acumular fuerzas en el instante en que se cruzan las trayectorias, cuando se puede desbordar las fronteras y poner las cosas en discusión.