EDITORIAL EL MUNDO 22-04-2016
En su desmedido ataque a Álvaro Carvajal, periodista de EL MUNDO, desde una tribuna de la Universidad Complutense, Pablo Iglesias hizo ayer una referencia a «la relación psicoanalítica» de Podemos con los medios de comunicación. Su intervención es una prueba de ello porque sus palabras afloraron todo lo peor que lleva dentro, sacaron el resentimiento interior que le hace reaccionar cuando alguien hiere el narcisismo que impregna su personalidad. Los psicoanalistas llaman a este fenómeno "el retorno de lo reprimido". Por ello, Iglesias se mostró durante un breve intervalo como verdaderamente es y no como suele aparentar.
Podríamos dejar pasar este asunto si la conducta de Pablo Iglesias, un líder que aspira a gobernar y que representa a cinco millones de votantes, fuera una simple salida de tono. Pero hay en el trasfondo de sus palabras una agresión a la libertad de expresión -con muy pocos precedentes en la historia reciente de este país- que no puede ser ignorada.
Iglesias acusó a Álvaro Carvajal, un profesional que goza del respeto de todos sus compañeros, dentro y fuera de este periódico, de amañar sus informaciones para dañar a Podemos y ganar puntos delante de sus jefes. Una afirmación mendaz y calumniosa que debería retirar hoy mismo si no es capaz de probarla.
Como una periodista se atrevió a afearle sus juicios de valor, Iglesias afirmó que sus palabras estaban plenamente justificadas "en un contexto académico", como si la validación de un enunciado dependiera del lugar o el momento en el que se formula. Lo que dijo ayer Iglesias es sencillamente falso. No deja de ser una paradoja que Iglesias ahora invoque la Universidad como un recinto sagrado en el que se tiene que respetar la libertad de opinión, cuando él participó como profesor en un escrache a Rosa Díez en el mismo escenario hace algunos años.
Lo que el discurso de Iglesias refleja es una intolerancia patológica a la libertad de expresión y una incomprensión del papel de los medios en una sociedad democrática. Los políticos no están para enjuiciar a los periódicos ni para denigrar a los periodistas. Cuando actúan como Iglesias, están cuestionando el derecho a la información que constituye el pilar básico de la participación política.
Como decíamos, el inconsciente le traicionó cuando aseguró que nunca vería un titular que dijese algo así: «Vamos a hacer que España se masturbe con nosotros». Y lo hizo porque esa frase pone en evidencia -aunque sea en clave irónica- que lo que desea Iglesias es el halago desmedido de los medios y que no entiende la crítica porque posee una desmesurada autoestima.
Iglesias es un dirigente político con talento y con carisma, pero su vertiginosa ascensión le ha hecho perder el sentido de los límites. No hay más que recordar las descalificaciones e insultos que repartió en la primera votación de investidura de Pedro Sánchez cuando faltó al respeto a sus adversarios políticos en un ejercicio de prepotencia.
El líder de Podemos debería ser más autocrítico consigo mismo y más benévolo con los demás porque ni él, ni nadie, en este mundo es perfecto. Lo que no es de recibo es que vaya dando clases de ética cuando es incapaz de ocultar su afán desmedido de poder o que se envanezca de sus pretendidas aptitudes intelectuales.
Iglesias subrayó que estaba seguro de que los medios silenciaríamos hoy los prolongados aplausos con los que fueron acogidas sus palabras en la Complutense. Al contrario, los resaltamos porque demuestran que existe un sector en la sociedad española que no distingue el bien y el mal, lo que explica mucho de lo que está pasando en este país, en el que lo nuevo está reproduciendo las peores conductas de lo viejo.
Nuestro periódico ha sufrido frecuentes ataques de dirigentes políticos de todas las ideologías por su determinación en denunciar los abusos de poder. Nada nos hará cejar en ese empeño.