divendres, 7 de juliol del 2017

Bárcenas y Villarejo se cruzan en la cloaca

ISAAC ROCA

El ex tesorero y el comisario han llevado vidas paralelas, acumulando dinero, información y poder. Pero mientras el primero se ha propuesto salir, el policía se hunde cada vez más


Si la serie "Corrupción en España" tuviese detrás un buen equipo de guionistas, los caminos de Bárcenas y Villarejo se habrían cruzado ya en alguna cloaca. Total, las suyas son vidas sorprendentemente paralelas, cada uno en su cloaca: el comisario en la policial, el ex tesorero en la de financiación de los partidos. Y como las redes de cloacas suelen ser laberínticas, seguramente ambas canalizaciones cruzan sus aguas sucias en más de un punto.
Preguntado en el Congreso, Bárcenas dijo que no, que no tenía el gusto de conocer al comisario. Y entrevistado por Jordi Évole, Villarejo dijo que tampoco: que estuvo a punto de investigar al ex tesorero, pero no le dejaron. Ahí se frustró un encuentro que habría revolucionado el mundo cloacal y dado más emoción a nuestra serie.
Yo los imagino a los dos en plena huida, pues ambos cayeron en desgracia a la vez. Uno correría por la cloaca del PP cargado de papeles, contabilidades B, recibís y grabaciones; el otro recorrería frenético la alcantarilla policial con la mochila llena de vídeos y audios comprometedores. Y al girar una esquina, de pronto, se encuentran de frente. Imaginémoslo por un momento.
Se mirarían primero con desconfianza de ratas, pero en seguida se relajarían al reconocerse como semejantes. Los dos llevan décadas en el lado oscuro. Los dos han visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión, presidentes cobrando sobresueldos, ministros encargando operaciones policiales contra adversarios políticos. Los dos conocen golferías de políticos y empresarios. Los dos aprovecharon su reinado en la cloaca para hacer negocios, crear sus propias redes y acumular fortuna.
Más paralelismos: tanto Bárcenas como Villarejo fueron protegidos por los suyos cuando ya apestaban en público. Uno con sueldo, coche y abogado; el otro incluso condecorado. Los dos creyeron que podrían cobrar caro su silencio. Los dos acabaron huyendo cargados de explosivos. Y cuando se vieron acorralados, empezaron a soltar munición en la prensa como aviso: cuidado conmigo, que voy armado y estoy muy loco.
Se convirtieron en los hombres más peligrosos del país: de Bárcenas se decía que tenía munición para tumbar a Rajoy. De Villarejo, que acumulaba material sensible sobre media España, del rey abajo. Dos bombas con piernas, corriendo desquiciados por las cloacas. Si decidiesen aliarse, serían una bomba atómica.
"Sígueme, buscaremos una salida", propondría Villarejo. Pero Bárcenas, agotado, prefiere dejar de correr como una rata, se agarra a la primera escalerilla, sube y se pone a golpear la tapa para que le dejen salir. Mientras, el comisario sigue su carrera, hundiéndose cada vez más en aguas residuales.
Bárcenas se ablandó tras pasar por la cárcel. Y tras comprobar el poco efecto de su munición (ahí sigue Rajoy, al que dimos por muerto tras los papeles de Bárcenas) se convenció de que la mejor defensa no era un buen ataque. Cambió de estrategia, y mira qué bien le ha ido: su silencio y negación a cambio de una ayudita judicial del PP. Con suerte, saldrá de la cloaca en pocos años, y ya veremos si el pacto no incluye también conservar parte de su fortuna en el extranjero.
Villarejo en cambio aceleró su huida. Pensó que tenía armamento suficiente para resistir y negociar una salida ventajosa, pero nada. El domingo disparó a discreción en prime time, descargó una ametralladora de nombres, sin causar mucho daño, pues el policía más oscuro de España no inspira demasiada credibilidad. Seguramente dijese no pocas cosas ciertas, pero no parece que nadie vaya a mover una ceja por lo revelado.
En su huida se ha ido adentrando en aguas cada vez más profundas, se le ha mojado la pólvora y la mierda le llega por el cuello. Su teatral minuto de gloria televisivo parece el final de la escapada. Y Bárcenas debió de verlo en el sofá de casa, alegrándose de no haber ido a 'Salvados'.

dijous, 6 de juliol del 2017

LA NOSTRA RIBERA 225






MUSEU LULA PÉREZ-MARÇÀGINÉ (MARÇÀ) 6






¿El CETA es un acuerdo de libre comercio que solo tiene ventajas?

JUAN TORRES LÓPEZ
Es una miserable impostura intelectual hacer creer que quienes critican el CETA  son cuatro populistas sin razones, ni fundamento, enemigos del progreso ¡o incluso del comercio!
Hace unas semanas escribí en esta serie de artículos sobre mitos y mentiras económicas uno dedicado a denunciar los que tienen que ver con las condiciones en que se desarrolla el comercio internacional de nuestros días ( Los mitos sobre el comercio internacional y las ventajas del librecambio). En él señalaba que los economistas y políticos neoliberales suelen responder a los economistas que critican el mito del libre cambio y el modo tan injusto en que funciona el comercio internacional actual con meras caricaturas, acusándolos de defender el proteccionismo o la autarquía.
No ha pasado mucho tiempo para que me den la razón. El Partido Socialista ha anunciado su posición más crítica ante el CETA (el amplio acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá) y el Gobierno responde diciendo que lamenta que el PSOE " vire al proteccionismo como Podemos o la extrema derecha" y dirigentes europeos acusan a Pedro Sánchez de oponerse a la globalización.
Algunos de los economistas españoles más conocidos también se han pronunciado en este sentido y la naturaleza de los "argumentos" que utilizan para defender el CETA son bien significativos.
Daniel Lacalle califica a los críticos del acuerdo como " enemigos del progreso" y se hace un lío defendiendo al mismo tiempo una cosa y la contraria con tal de combatirlos: por un lado, dice que el CETA "es un acuerdo bilateral que tiene de todo menos liberal, está completamente alineado con una vertebración de la economía dirigista" y seis líneas más abajo que el acuerdo CETA"es uno de los mayores éxitos de la Unión Europea, un tratado de libre comercio". Y, para defenderlo, afirma que supondrá un aumento de las exportaciones de 12.000 millones de euros. Una cifra que nadie sabe de dónde viene pero que es menos de la mitad (26.000 millones) de lo que afirma Cristina Serrano que aumentarán gracias al CETA en otro artículo publicado en el Real Instituto Elcano ( La verdad sobre el CETA: ¿en qué consiste realmente el acuerdo económico y comercial entre la UE y Canadá?).
José Carlos Díez también defiende la firma del CETA basándose fundamentalmente en dos grandes argumentos económicos más concretos ( ¿Por qué debemos apoyar el CETA? Mitos y verdades). Por un lado, porque en su opinión el CETA ayudará a reducir el desempleo y a aumentar los salarios y, por otro, porque aumentará el entorno competitivo y obligará a nuestras empresas a mejorar su eficiencia para no perder cuota de mercado.
También se ha referido al CETA y a sus críticos Juan Ramón Rallo pero, en este caso, no hay mucho que comentar sobre sus argumentos porque, con tal de atacar a quien no piensa como él, cae sencillamente en la caricaturización más grotesca. Por ejemplo, cuando da a entender que solo en el capitalismo se da el comercio y que los críticos del CETA somos " radicalmente anticapitalistas y, por tanto, anticomercio". ¿Cómo entrar a debatir con alguien que dice semejante estupidez para descalificar a su adversario ideológico?
Pero ¿que hay de riguroso en estas críticas? ¿Es cierto que criticar el CETA y oponerse a que se apruebe es estar contra el libre comercio, que este acuerdo solo tenga ventajas y que la globalización a la que vienen a apoyar este tipo de tratados es buena de por sí y hay que dejar que funcione como viene funcionando?
Dejaré este último asunto de la globalización para un próximo artículo y hoy me centraré en las supuestas ventajas de acuerdos comerciales como el CETA.
Lo primero que hay que saber es que, aunque se denominen así, estos acuerdos no son de libre comercio. Así lo asegura, entre otros muchos reputados economistas, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz cuando, refiriéndose al TTIP, decía que su objetivo no era fortalecer el libre comercio sino "administrar las relaciones comerciales y de inversión de sus miembros (…) en representación de los más poderosos lobbistas de negocios de cada país" ( La farsa del acuerdo comercial del Pacífico).
Lo segundo a tener en cuenta es que las estimaciones tan optimistas sobre los efectos del acuerdo en el empleo, el comercio o el crecimiento de las economías no deben tomarse muy en serio. Ya he señalado que las estimaciones que se manejan son muy contradictorias y es bien sabido (como reconoció un medio tan poco sospechoso como The Economist) que los modelos que se utilizan para hacer las estimaciones con las que se defienden estos tratados son muy discutibles y débiles ( A weighting game).
En tercer lugar, para analizar los efectos de un acuerdo comercial como el CETA se debe considerar lo que ha ocurrido en el pasado reciente con otros semejantes y con la filosofía que inspira el tipo de globalización que comportan.
En este sentido, un articulo de Binyamin Appelbaum en The New York Times mencionaba algunas evidencias que se han podido constatar en los últimos años y que si se tuvieran en cuenta quizá rebajarían el optimismo de los defensores del CETA ( Perils of Globalization When Factories Close and Towns Struggle). Entre ellas señala las siguientes:
- Los efectos positivos de los 17 acuerdos comerciales que ha suscrito Estados Unidos desde el NAFTA han sido siempre menores de los que se proclamaban cuando se iban a firmar.
- La mayor competencia que generan estos acuerdos eleva el desempleo y reduce los salarios.
- Tras estos acuerdos liberalizadores se reducen los ingresos de los trabajadores de menor formación y, en general, el de los grupos de población más pobres.
- Como dice Stiglitz, aunque siempre se argumenta que los ganadores con estos acuerdos compensarán a los perdedores, lo cierto es que eso no se produce nunca.
Finalmente, una amplia investigación sobre el CETA publicada en septiembre del año pasado llega a conclusiones muy diferentes de las que sostienen sus defensores a ultranza ( CETA Without Blinders: How Cutting ‘Trade Costs and More’ Will Cause Unemployment, Inequality and Welfare Losses).
Esta investigación parte de señalar que las estimaciones oficiales sobre el incremento del PIB que generará el acuerdo (0,08% para Europa y 0,76% en Canadá) no son solamente muy moderadas sino, sobre todo, nada realistas pues se basan en modelos muy simples (como señalé antes) y en dos hipótesis inaceptables: que siempre habrá pleno empleo y que el acuerdo no provocará ningún tipo de efecto sobre la distribución.
Por el contrario, al aplicar un modelo que contempla hipótesis más cercanas a la realidad, como el de análisis de política global de las Naciones Unidas, los autores llegan a las siguientes conclusiones sobre el CETA:
– El acuerdo provocará divergencia y desequilibrio porque solo mejorará la balanza exterior de Alemania, Francia e Italia y perjudicará a las demás economías europeas.
– El CETA incrementará el peso de las rentas del capital en la renta nacional y disminuirá el de los salarios en Europa y en Canadá.
– El CETA reducirá los salarios medios: un promedio de 1.776 euros en Canadá en 2023 y entre 316 y 1.331 euros en Europa.
– El CETA disminuirá los ingresos de los Estados y, por tanto, aumentará los déficits públicos.
– El CETA destruirá 230.000 empleos en Canadá, 200.000 en Europa y 80.000 en el resto del mundo.
– Como consecuencia de que el CETA debilitará la demanda y creará empleo provocará una pérdida del 0,96% en el ingreso nacional de Canadá y del 0,49% en la Unión Europea.
La investigación concluye señalando que el CETA "no solo conducirá a pérdidas económicas, sino también al aumento del desempleo y la desigualdad, con implicaciones negativas para la cohesión social" y sus autores señalan finalmente el peligro letal que conllevan las políticas que inspiran el CETA: "En el contexto actual de alto desempleo y bajo crecimiento, mejorar la competitividad mediante la reducción del costo de la mano de obra sólo puede dañar la economía. Si los responsables de la adopción de políticas adoptaran el CETA y siguieran este camino, pronto tendrían una única opción para reactivar la demanda ante las crecientes tensiones sociales: aumentar los préstamos privados, posiblemente mediante una nueva desregulación financiera, abriendo la puerta a una deuda insostenible y inestabilidad financiera".
Es evidente, pues, que detrás de la crítica al CETA hay algo más que "trapicheo político" (Rallo) o "deriva populista" (Lacalle). Hay análisis económicos muy potentes y realizados por economistas de gran prestigio y  en instituciones bien reconocidas, y también (aunque no lo he tratado en este artículo) una gran preocupación por la democracia, al comprobar que este tipo de tratados la debilitan pues atan las manos de los poderes públicos representativos antes las multinacionales.
Por supuesto, es en todo caso legítimo defender el CETA, pero es una miserable impostura intelectual hacer creer que quienes lo critican son cuatro populistas sin razones, ni fundamento, enemigos del progreso ¡o incluso del comercio!, como dice Rallo. Hay muchas razones económicas para estar en contra del CETA y son de mucho peso.