Moncho Alpuente.
Éramos más felices cuando no leíamos las páginas de economía, muchas de esas páginas eran amarillas o asalmonadas para facilitar, probablemente, su desgajamiento inmediato del grueso del periódico. Eran tiempos de buenas noticias de esas que nunca son noticia porque no podemos disimular nuestro gusto por la catástrofe, ese placer morboso que oculta la sensación de alivio que produce el hecho de que los sucesos catastróficos les hayan ocurrido a otros, aunque cuánto más cerca caigan de nosotros mayor será el deleite culpable que experimentaremos al leerlos. Un cadáver en el piso de arriba impacta más que una masacre en el Extremo Oriente.
Reza un axioma periodístico que no hay nada más viejo que un periódico de ayer, aserto de corto vuelo porque la prensa digital deja obsoleta cualquier noticia de hace un rato. El vertiginoso flujo de la información se derrama en cascada tumultuosa que sumerge cualquier evento que haya ocurrido hace más de diez minutos. Y sin embargo siempre parece que estamos leyendo el periódico de ayer, los mismos nombres, los mismos perros y los mismos collares. Día a día vamos incorporando nuevos miembros a la jauría: financieros, banqueros, consejeros, empresarios, intermediarios y sicarios que medraban en el anonimato y que van desfilando por las tribunas y los tribunales, responsables subsidiarios de todos los males económicos, testaferros y cabezas de turco, hombres de paja y de barro.
Hoy cuando las hemerotecas empiezan a ser patrimonio arqueológico, memoria dormida, pequeñas historias de la Historia grande y ajena, el pasado aflora y los fantasmas abandonan los panteones y ululan lúgubremente en todas las esquinas y vuelven a meter el miedo en el cuerpo sobre todo a sus deudos y allegados. Así ha ocurrido con la reaparición de Aznar, más inquietante aún sin el bigote que disimulaba ese labio superior, fino e inmóvil como de muñeco de ventrílocuo de sí mismo. Si la Patria mayúscula le llama y sus numerosos compromisos internacionales se lo permiten, José María Aznar volvería para salvarnos de los suyos y de nosotros mismos, para reincidir en las políticas, de aquellos polvos que crearon estos lodos, de aquella generosa Ley del Suelo que alimentó la burbuja del ladrillo y alimentó los ectoplasmas de la crisis, burbuja que no pudo, no supo y, al fin y al cabo, no quiso pinchar Rodríguez Zapatero en sus dubitativos años de gobierno.
La deslealtad del expresidente Aznar ha enturbiado, aún más, las oscuras aguas del Mar de Génova, pero Rajoy ha advertido que no cambiará de rumbo y seguirá navegando con el piloto automático orientado hacia Berlín que está dispuesto a rescatar a los jóvenes españoles de todos los naufragios. 5.000 jóvenes españoles serán reclutados para estudiar la FP en Alemania y convertirse en obreros especializados. Legiones de jóvenes parados y desahuciados harán cola en las fronteras germanas o deambularán por Europa o más allá buscando un lugar en el mundo, Legión extranjera, Tercio de emigrantes, batallón de desterrados.
En sentido inverso la frontera española espera recibir a cambio una oleada de nuevos españoles: Será español todo extranjero que pueda permitírselo adquiriendo viviendas o invirtiendo en España sus caudales. España se compra, se vende, se alquila o se cambia por otro país más solvente. Quédense señoras y señores, inversores todos, con este país de chichinabo que tanto contribuyeron a crear con sus anteriores inversiones, manipulaciones y conspiraciones. Está bien, nosotros nos iremos y les dejaremos el campo libre para que construyan y destruyan a su albedrío, pero a cambio queremos que se lleven también grandes lotes de políticos abyectos, empresarios perversos, banqueros crueles y tesoreros infieles. Ya verán como darles alguna utilidad, nosotros no hemos sabido aprovecharlos, pero ustedes sí y ahí los tienen para que hagan con ellos lo que sea menester. Podría darles alguna idea al respecto pero seguro que a ustedes ya se les habrá ocurrido algo. Cuídenlos bien, manténgalos en lugares frescos y aireados, ellos se aclimatan bien, solo tienen que regarlos con cierta frecuencia pero sin excesos, aquí se regaron demasiado y se nos pudrieron.
Éramos más felices cuando no leíamos las páginas de economía, muchas de esas páginas eran amarillas o asalmonadas para facilitar, probablemente, su desgajamiento inmediato del grueso del periódico. Eran tiempos de buenas noticias de esas que nunca son noticia porque no podemos disimular nuestro gusto por la catástrofe, ese placer morboso que oculta la sensación de alivio que produce el hecho de que los sucesos catastróficos les hayan ocurrido a otros, aunque cuánto más cerca caigan de nosotros mayor será el deleite culpable que experimentaremos al leerlos. Un cadáver en el piso de arriba impacta más que una masacre en el Extremo Oriente.
Reza un axioma periodístico que no hay nada más viejo que un periódico de ayer, aserto de corto vuelo porque la prensa digital deja obsoleta cualquier noticia de hace un rato. El vertiginoso flujo de la información se derrama en cascada tumultuosa que sumerge cualquier evento que haya ocurrido hace más de diez minutos. Y sin embargo siempre parece que estamos leyendo el periódico de ayer, los mismos nombres, los mismos perros y los mismos collares. Día a día vamos incorporando nuevos miembros a la jauría: financieros, banqueros, consejeros, empresarios, intermediarios y sicarios que medraban en el anonimato y que van desfilando por las tribunas y los tribunales, responsables subsidiarios de todos los males económicos, testaferros y cabezas de turco, hombres de paja y de barro.
Hoy cuando las hemerotecas empiezan a ser patrimonio arqueológico, memoria dormida, pequeñas historias de la Historia grande y ajena, el pasado aflora y los fantasmas abandonan los panteones y ululan lúgubremente en todas las esquinas y vuelven a meter el miedo en el cuerpo sobre todo a sus deudos y allegados. Así ha ocurrido con la reaparición de Aznar, más inquietante aún sin el bigote que disimulaba ese labio superior, fino e inmóvil como de muñeco de ventrílocuo de sí mismo. Si la Patria mayúscula le llama y sus numerosos compromisos internacionales se lo permiten, José María Aznar volvería para salvarnos de los suyos y de nosotros mismos, para reincidir en las políticas, de aquellos polvos que crearon estos lodos, de aquella generosa Ley del Suelo que alimentó la burbuja del ladrillo y alimentó los ectoplasmas de la crisis, burbuja que no pudo, no supo y, al fin y al cabo, no quiso pinchar Rodríguez Zapatero en sus dubitativos años de gobierno.
La deslealtad del expresidente Aznar ha enturbiado, aún más, las oscuras aguas del Mar de Génova, pero Rajoy ha advertido que no cambiará de rumbo y seguirá navegando con el piloto automático orientado hacia Berlín que está dispuesto a rescatar a los jóvenes españoles de todos los naufragios. 5.000 jóvenes españoles serán reclutados para estudiar la FP en Alemania y convertirse en obreros especializados. Legiones de jóvenes parados y desahuciados harán cola en las fronteras germanas o deambularán por Europa o más allá buscando un lugar en el mundo, Legión extranjera, Tercio de emigrantes, batallón de desterrados.
En sentido inverso la frontera española espera recibir a cambio una oleada de nuevos españoles: Será español todo extranjero que pueda permitírselo adquiriendo viviendas o invirtiendo en España sus caudales. España se compra, se vende, se alquila o se cambia por otro país más solvente. Quédense señoras y señores, inversores todos, con este país de chichinabo que tanto contribuyeron a crear con sus anteriores inversiones, manipulaciones y conspiraciones. Está bien, nosotros nos iremos y les dejaremos el campo libre para que construyan y destruyan a su albedrío, pero a cambio queremos que se lleven también grandes lotes de políticos abyectos, empresarios perversos, banqueros crueles y tesoreros infieles. Ya verán como darles alguna utilidad, nosotros no hemos sabido aprovecharlos, pero ustedes sí y ahí los tienen para que hagan con ellos lo que sea menester. Podría darles alguna idea al respecto pero seguro que a ustedes ya se les habrá ocurrido algo. Cuídenlos bien, manténgalos en lugares frescos y aireados, ellos se aclimatan bien, solo tienen que regarlos con cierta frecuencia pero sin excesos, aquí se regaron demasiado y se nos pudrieron.