Cuando los políticos dejan de alzar
niños para la posteridad y se aflojan la corbata, también suelen
aflojarse el perno de la seriedad, que es la única cara que sus asesores
de imagen les permiten mostrar en público, excepto los asesores de
Mariano que prefieren sacar una barba. Es entonces, finiquitado el
mitin, la comparecencia, la inauguración, cuando el político se relaja,
se viste de calle y suele decir sus mejores frases. Hay momentos en que,
como dice mi amigo el escritor Antonio Polo, casi parecen humanos.
Libres de trabas y solemnidades, la cara B de nuestros próceres suele traer sus temas más bailables. El “manda huevos” de Trillo vale más que toda aquella retórica bélica que desplegó en torno a Perejil, cuando íbamos a empezar otra vez la Requeteconquista y acabamos repartiendo collejas a un par de moros insensatos. El “vaya coñazo que he soltao” de Aznar es el epítome esencial de sus varios tomos de memorias, sintagma afortunado que resume sus largos años de oposición, sus más largos años de gobierno, sus infatigables abdominales, sus lecciones de pádel mental y sus conferencias con y sin chicle. Por no hablar del “habría que matarlos” de Aguirre, una crítica liberal a los arquitectos que habría encantado a Stalin y acojonado al sargento Hartman, el afable instructor de La chaqueta metálica.
Únicamente Zapatero solía hablar casi siempre para sus biógrafos, aunque estuviera solo en la ducha, como aquella vez que le dijo a Sonsoles lo fácil que era gobernar y que cualquiera podía ser presidente, frase convenientemente recogida por varios micrófonos y por Suso de Toro, que estaba tomando notas debajo de la cama. En su ingenuidad, Zapatero no cayó en la cuenta de que el límite de la gobernabilidad, aunque parezca increíble, no estaba en él ni en Pepiño, ni siquiera en Paquirrín, sino en su sucesor, quien ya era pasto de chascarrillos y cantares de ciego desde aquel aciago y pringoso día de los hilillos. Mariano también repitió lo del coñazo referido al desfile de las Fuerzas Armadas, lo que da una idea de sus convicciones patrióticas, pero sus resbalones han sido tantos y tan sonados que ya se da el gusto de cagarla incluso al lado de Merkel. “No es cierto salvo alguna cosa” debería triunfar como tono de móvil y como letra de Shakira.
En fin, que lo que soltó ayer Beatriz Viana, la directora de Hacienda, a micrófono abierto, que no sabía ni qué había dicho respecto al asunto Bárcenas, tampoco hay que tomárselo tan a la tremenda. Es ni más ni menos que la verdad quintaesenciada, empaquetada y servida a la audiencia sin cortes ni trucos publicitarios. Es que ni puta idea, oiga.
Compareixença de Batriz Viana.
Libres de trabas y solemnidades, la cara B de nuestros próceres suele traer sus temas más bailables. El “manda huevos” de Trillo vale más que toda aquella retórica bélica que desplegó en torno a Perejil, cuando íbamos a empezar otra vez la Requeteconquista y acabamos repartiendo collejas a un par de moros insensatos. El “vaya coñazo que he soltao” de Aznar es el epítome esencial de sus varios tomos de memorias, sintagma afortunado que resume sus largos años de oposición, sus más largos años de gobierno, sus infatigables abdominales, sus lecciones de pádel mental y sus conferencias con y sin chicle. Por no hablar del “habría que matarlos” de Aguirre, una crítica liberal a los arquitectos que habría encantado a Stalin y acojonado al sargento Hartman, el afable instructor de La chaqueta metálica.
Únicamente Zapatero solía hablar casi siempre para sus biógrafos, aunque estuviera solo en la ducha, como aquella vez que le dijo a Sonsoles lo fácil que era gobernar y que cualquiera podía ser presidente, frase convenientemente recogida por varios micrófonos y por Suso de Toro, que estaba tomando notas debajo de la cama. En su ingenuidad, Zapatero no cayó en la cuenta de que el límite de la gobernabilidad, aunque parezca increíble, no estaba en él ni en Pepiño, ni siquiera en Paquirrín, sino en su sucesor, quien ya era pasto de chascarrillos y cantares de ciego desde aquel aciago y pringoso día de los hilillos. Mariano también repitió lo del coñazo referido al desfile de las Fuerzas Armadas, lo que da una idea de sus convicciones patrióticas, pero sus resbalones han sido tantos y tan sonados que ya se da el gusto de cagarla incluso al lado de Merkel. “No es cierto salvo alguna cosa” debería triunfar como tono de móvil y como letra de Shakira.
En fin, que lo que soltó ayer Beatriz Viana, la directora de Hacienda, a micrófono abierto, que no sabía ni qué había dicho respecto al asunto Bárcenas, tampoco hay que tomárselo tan a la tremenda. Es ni más ni menos que la verdad quintaesenciada, empaquetada y servida a la audiencia sin cortes ni trucos publicitarios. Es que ni puta idea, oiga.
Compareixença de Batriz Viana.