David Torres
Me llama un amigo francés por teléfono y me pregunta cómo es que los españoles tenemos tanto papo. Me pregunta qué ha sido del pueblo que en 1808 se echó a la calle a luchar con las manos desnudas contra los ejércitos de Murat. Me dice que cómo es posible que ese mismo pueblo tolere las cifras del paro, los recortes sanitarios, los desmanes de la justicia, los escándalos políticos, los abusos de banqueros y oligarcas, las peinetas de la corona y aledaños. Le digo que no se crea, que aquí la gente está indignada y que en cualquier momento le declaramos la guerra a Portugal.
Entonces tengo que explicarle pacientemente a mi amigo quién es Mourinho y quién es Iker Casillas y la que se ha liado en el país por unas declaraciones del entrenador portugués en que menospreciaba al portero español. Un cisma ibérico en toda regla. Hasta ha saltado a la cancha otro portugués, Pepe, en defensa del guardameta y ha tenido que intervenir el presidente Florentino para pedir paz. “¿Florentino? ¿Pero vuestro presidente no se llama Mariano?” Le aclaro a mi amigo que Florentino manda más que Mariano porque, aparte de salir también por televisión, también sale en el Marca.
“Pero eso que me cuentas es una aberración, mon ami. No puedo creer que en España haya tanto madridista”. “No creas” respondo yo, “Iker es mucho más que una institución blanca: es un héroe nacional, el hombre que, junto a Iniesta, nos dio nuestro primer mundial gracias a una fenomenal flexión de piernas en que desvió un gol seguro, el mismo que detuvo el pulso del país al besar a su novia en vivo y en directo. Iker cae bien hasta a los culés”.
A mi amigo le cuesta barajar los entresijos de nuestra política nacional, más aun cuando le explico que, para calmar los ánimos, Di Estéfano va a casarse con una admiradora suya medio siglo más joven y que la boda prevista podría colapsar Cibeles y eclipsar el enlace de nuestro flamante príncipe Felipe con una atractiva presentadora de telediarios. “Tú no puedes comprenderlo” le digo. “Tú vienes de un país pagano donde ignoráis el fútbol y donde vuestra máxima idea del glamour es la boda entre Carla Bruni y un presidente con medio metro de tacón. Hazte cargo, mon cheri”.
Ahí es donde mi amigo se pone bizco por teléfono y me pregunta si estoy llamando enano a Sarkozy, que él es de izquierdas de toda la vida pero que otra cosa es que yo me ría de Francia (él dice “la France” que suena más redondo y mucho mejor) a costa de un país pseudoafricano como el nuestro, y yo le digo que vale, que nuestros presidentes no valdrán un pimiento, pero que tampoco son llaveros. Mariano, al menos, es alto; José Luis es alto; Felipe era buen mozo; José María, de acuerdo, parece el primo pequeño de Sarkozy pero tiene más abdominales y más pelo que todos vuestros ministros juntos. Aquí ya dejo de entender a mi amigo que se pasa directamente al francés para prometerme, supongo, otra invasión napoleónica y otra carga de mamelucos mientras yo le recuerdo Argelia y el agua de Vichy.
Ah, pienso yo, esto es Europa, aunque sea por teléfono.
Me llama un amigo francés por teléfono y me pregunta cómo es que los españoles tenemos tanto papo. Me pregunta qué ha sido del pueblo que en 1808 se echó a la calle a luchar con las manos desnudas contra los ejércitos de Murat. Me dice que cómo es posible que ese mismo pueblo tolere las cifras del paro, los recortes sanitarios, los desmanes de la justicia, los escándalos políticos, los abusos de banqueros y oligarcas, las peinetas de la corona y aledaños. Le digo que no se crea, que aquí la gente está indignada y que en cualquier momento le declaramos la guerra a Portugal.
Entonces tengo que explicarle pacientemente a mi amigo quién es Mourinho y quién es Iker Casillas y la que se ha liado en el país por unas declaraciones del entrenador portugués en que menospreciaba al portero español. Un cisma ibérico en toda regla. Hasta ha saltado a la cancha otro portugués, Pepe, en defensa del guardameta y ha tenido que intervenir el presidente Florentino para pedir paz. “¿Florentino? ¿Pero vuestro presidente no se llama Mariano?” Le aclaro a mi amigo que Florentino manda más que Mariano porque, aparte de salir también por televisión, también sale en el Marca.
“Pero eso que me cuentas es una aberración, mon ami. No puedo creer que en España haya tanto madridista”. “No creas” respondo yo, “Iker es mucho más que una institución blanca: es un héroe nacional, el hombre que, junto a Iniesta, nos dio nuestro primer mundial gracias a una fenomenal flexión de piernas en que desvió un gol seguro, el mismo que detuvo el pulso del país al besar a su novia en vivo y en directo. Iker cae bien hasta a los culés”.
A mi amigo le cuesta barajar los entresijos de nuestra política nacional, más aun cuando le explico que, para calmar los ánimos, Di Estéfano va a casarse con una admiradora suya medio siglo más joven y que la boda prevista podría colapsar Cibeles y eclipsar el enlace de nuestro flamante príncipe Felipe con una atractiva presentadora de telediarios. “Tú no puedes comprenderlo” le digo. “Tú vienes de un país pagano donde ignoráis el fútbol y donde vuestra máxima idea del glamour es la boda entre Carla Bruni y un presidente con medio metro de tacón. Hazte cargo, mon cheri”.
Ahí es donde mi amigo se pone bizco por teléfono y me pregunta si estoy llamando enano a Sarkozy, que él es de izquierdas de toda la vida pero que otra cosa es que yo me ría de Francia (él dice “la France” que suena más redondo y mucho mejor) a costa de un país pseudoafricano como el nuestro, y yo le digo que vale, que nuestros presidentes no valdrán un pimiento, pero que tampoco son llaveros. Mariano, al menos, es alto; José Luis es alto; Felipe era buen mozo; José María, de acuerdo, parece el primo pequeño de Sarkozy pero tiene más abdominales y más pelo que todos vuestros ministros juntos. Aquí ya dejo de entender a mi amigo que se pasa directamente al francés para prometerme, supongo, otra invasión napoleónica y otra carga de mamelucos mientras yo le recuerdo Argelia y el agua de Vichy.
Ah, pienso yo, esto es Europa, aunque sea por teléfono.