JUAN CARLOS ESCUDIER
Todo es muy difícil antes de ser sencillo salvo en lo relativo al recibo de la luz, que, en contra de lo que pudiera parecer, es más simple que el asa de un cubo. Para entender por qué sube la electricidad en España o por qué su precio es escandalosamente alto en relación a otros países europeos no hay que pretender conocer los entresijos de una factura incomprensible o aprender desde pequeños la diferencia entre la parte regulada de la tarifa y la liberalizada, los peajes del sistema, la potencia instalada o el déficit tarifario. Lo que hay que saber es que el supuesto mercado libre es una milonga, un sistema oligárquico controlado por cinco empresas montado para que se forren en cualquier circunstancia. Así de sencillo.
Tenemos un ministro de Energía, Álvaro Nadal, que nos ha explicado unas cuantas razones de por qué el precio de la luz cabalga desbocadamente hacia nuestros bolsillos y ha profetizado que el espectáculo hípico nos costará 100 euros más al año. Dice Nadal que el precio sube porque hace frío, no llueve y hace viento, porque el petróleo es más caro y porque Francia tiene muchas nucleares pasando la ITV y nos compra energía barata haciendo que aquí suba. Súmese a esto que los consumidores han de pagar durante 25 años una deuda con las eléctricas de varios miles de millones de euros y obtendremos la resultante: la factura de la luz será en enero la segunda más cara de la historia.
Tal y como se ha ideado el sistema, el precio final camina sobre dos patas. La primera es la regulada, la suma de los impuestos y del coste de transportar la electricidad desde donde se produce hasta la lámpara del salón. Incluye también algunas partidas insólitas. Se paga a las compañías por su capacidad, es decir por sus instalaciones, produzcan o no. Y se compensa a las grandes industrias por algo bautizado como coste de ininterrumpibilidad, más de 500 millones al año, por si en un momento de picos de consumo hubiese que cortarles el cable, algo que no se ha producido en más de una década. Esta pata sube lo que le da la gana al Gobierno, que suele ser poco para disimular.
La segunda es la liberalizada, y se determina con una subasta que antes era trimestral y ahora es diaria. Si la ley de la oferta y la demanda funcionase, en condiciones meteorológicas favorables y de baja demanda el precio debería bajar con la misma intensidad que sube cuando no lo son. Y como esto no ocurre, hay que deducir que todo es una farsa y que la supuesta competencia es una broma gigantesca.
El propio mecanismo de la subasta es alucinante. Una vez que se establecen las necesidades de consumo, las eléctricas avanzan qué megavatios pueden ofrecer y de dónde proceden. El precio del megavatio sube o baja hasta que oferta y demanda casan. A coste cero entran en las pujas la energía nuclear (las centrales están amortizadas) y las renovables. Ordenadas de menor a mayor precio, les siguen las centrales hidráulicas, las de gas de ciclo combinado y, finalmente, las térmicas alimentadas por carbón, las más costosas. El precio que se fija es de la energía más cara en entrar al sistema.
Es lógico pensar que, en condiciones favorables, habría días en las que bastaría con usar la energía de las nucleares y de las renovables para atender a las necesidades previstas por lo que el precio tendría que ser cero, pero esto nunca ocurre. ¿Por qué? Pues porque las eléctricas siempre se las arreglan para ofertar ligeramente por debajo de la demanda prevista para cubrir ese excedente con térmicas o centrales de gas, que son las que acaban determinando el precio. La trampa es permanente y tiene hasta un nombre en inglés: los windfall profits o beneficios caídos del cielo.
¿Se funciona igual en otros países? Pues no. Mientras que aquí el precio se determina en 80% por el mercado y un 20% a plazo, en Alemania, por ejemplo, el porcentaje es justamente el inverso. Los alemanes saben un año antes (a plazo) el precio al que pagarán más de las tres cuartas partes de la electricidad que consumen mientras que en España las subastas y sus trampas son diarias.
Pero es que hay más. Desde que España es exportadora neta de electricidad la factura de la luz no ha dejado de crecer. De eso el ministro Nadal no dice nada, lógicamente. La explicación hay que buscarla en esas directivas europeas, moduladas según los intereses de Francia y Alemania, que son las que aprovechan que toda la energía que importan no incluya la inmensa mayoría de los costes asociados. Es decir, los consumidores españoles financian la energía barata que vendemos a mayor gloria de franceses y alemanes, sí, pero también de nuestras compañías eléctricas que se aseguran la presencia en esos mercados y dan salida a su exceso de potencia instalada.
Así que ya saben por qué la electricidad en España es cara y lo será más en los próximos días y semanas. Porque no llueve ni hace viento. Sencillo.