http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/si-paracuellos-un-genocidio-los-130000-asesinados-por-franco-son-diez-genoc
No es pensable un debate en Alemania donde un historiador, aunque sea de quinta, defienda que debe haber una Plaza de Hitler porque hay una Plaza Willy Brandt. Ese es el argumento que se esgrimió en el debate que tuve anoche con Mario Conde de telón de fondo. Si hay una estatua de Largo Caballero, debe haber una estatua del genocida Franco. Y las ejecuciones sumarias, la represión, los cuarenta años de dictadura, se entienden como lo mejor que le ha pasado a España. ¿Es tolerable? ¿No es verdad que por mucho menos está Otegui en la cárcel?
Desapacible debate en Intereconomía con un profesor de historia, Fernando Paz, que se reclama a sí mismo, “sin complejos” -siguiendo las enseñanzas de Aznar- como fascista. La verdad, descoloca un poco cuando la miseria moral de los personajes nos hace recordar la frase de Heráclito de los cerdos que prefieren el fango al agua limpia. ¿Qué podemos compartir en la convivencia social cuando alguien es partidario del exterminio de la “antiEspaña”? No deja de ser interesante, por otro lado, la coherencia. Paracuellos es un asesinato terrible, vil, que clama al cielo y a la historia. La represión franquista en Badajoz o el bombardeo de Guernika, “hechos de guerra”. Y, por supuesto, el Che un asesino infame, Chávez un dictador sangriento (aunque en el vídeo esté cortada esa parte) y los ayuntamientos democráticos españoles nacidos en 1979, una conspiración enemiga de los grandes logros de Franco. Coherencia fascista en 2013. Qué pena de país tenemos.
¿Merece la pena tener estos debates? Decir sin más que no puede ser un error. En la Inmaculada Transición, historiadores serios le pararon los pies a Ricardo de la Cierva (por cierto, el que negaba que hubiera sido la Legión Condor la que arrasó Guernika) o a Salas Larrazabal (el que decía que Franco había asesinado menos que los que mueren un fin de semana en accidente automovilístico). Así, bajando al nivel de los propagandistas del franquismo, pudieron contrarrestar sus argumentos. Luego, se pusieron estupendos. ¿Cómo iban Santos Juliá o Álvarez Junco a discutir con indocumentados como César Vidal, Pío Moa o Jiménez Losantos? Esa renuncia -que tiene una parte claramente comprensible- les dejó el campo libre y terminaron presentando el Diccionario Histórico, financiado por dinero público y elogiado por Rajoy, donde Azaña es un roba gallinas y Franco un héroe de la patria que gobernó este país como cualquier otro presidente democrático.
Pero tampoco está claro dónde se debe dar esa batalla. ¿En los platós de las televisiones que hicieron cotidianos los excesos que terminaría asumiendo en su quehacer de gobierno el Partido Popular? Cuando no se comparten los mínimos de decencia democrática ¿para qué discutir? ¿No es una forma de naturalizar esas opiniones que en otros países incluso están penadas por formar parte de la apología del fascismo? ¿No colaboramos a darle carta de normalidad a personas que en una democracia más sólida no podrían estar en los medios?
La fauna de estos programas sigue perteneciendo a la España del esperpento -una España atrasado, anclada en el Antiguo Régimen, predemocrática-. No es fácil bajar al nivel de un banquero que no ha devuelto el dinero que robó en su día y por lo que fue condenado, de un político madrileño que siempre sale en las conversaciones sobre el Tamayazo o en discusiones inmobiliarias, de un tertuliano hijo de falangista que llamó en ese mismo programa “zorra” a una consejera catalana, de un historiador profesor de instituto que si fuera coherente con lo que dice -y uno quiere pensar que es solamente retórica fascista más que fascismo real- volvería a fusilar al amanecer, de provocadores que se jactan de tener sexo con menores, de tertulianos con el eje de gravedad sospechosamente inclinado y que salen en las noticias por altercados en bares nocturnos…
Los abajo firmantes en el Reino de España siguen siendo los famosos. Andamos flojos de intelectuales y de premios Nobel. ¿Se solventa esa ausencia habitando en las televisiones? ¿No hay otro reconocimiento que el de los medios? ¿Por qué este país ya no es capaz de poner en antena un debate pausado con expertos sobre el tema como lo fue en su día La Clave? ¿Si las cosas no son divertidas, vertiginosas y con efectos especiales ya no interesan? ¿No somos capaces nada más que de monólogos que sean una sucesión de chistes? Alberto San Juan está intentándolo de otra manera contando su Autorretrato de un joven capitalista español donde revisita la transición. La Tuerka y Fort Apache intentan otro tipo de debates ganándose el interés de las nuevas generaciones. Editoriales como Traficantes de sueños se atreven a hacer las cosas de manera diferente… Hay más alternativas en marcha de las que imaginamos. En la política, en los medios, en la cultura.
Mientras, los debates en las grandes cadenas siguen mirándonos con su hambre atrasada, ojos de león antes del festín; enfrente, el cordero que sonríe porque cree que sabe lo que está haciendo. Forma parte ya de la merienda del felin
No es pensable un debate en Alemania donde un historiador, aunque sea de quinta, defienda que debe haber una Plaza de Hitler porque hay una Plaza Willy Brandt. Ese es el argumento que se esgrimió en el debate que tuve anoche con Mario Conde de telón de fondo. Si hay una estatua de Largo Caballero, debe haber una estatua del genocida Franco. Y las ejecuciones sumarias, la represión, los cuarenta años de dictadura, se entienden como lo mejor que le ha pasado a España. ¿Es tolerable? ¿No es verdad que por mucho menos está Otegui en la cárcel?
Desapacible debate en Intereconomía con un profesor de historia, Fernando Paz, que se reclama a sí mismo, “sin complejos” -siguiendo las enseñanzas de Aznar- como fascista. La verdad, descoloca un poco cuando la miseria moral de los personajes nos hace recordar la frase de Heráclito de los cerdos que prefieren el fango al agua limpia. ¿Qué podemos compartir en la convivencia social cuando alguien es partidario del exterminio de la “antiEspaña”? No deja de ser interesante, por otro lado, la coherencia. Paracuellos es un asesinato terrible, vil, que clama al cielo y a la historia. La represión franquista en Badajoz o el bombardeo de Guernika, “hechos de guerra”. Y, por supuesto, el Che un asesino infame, Chávez un dictador sangriento (aunque en el vídeo esté cortada esa parte) y los ayuntamientos democráticos españoles nacidos en 1979, una conspiración enemiga de los grandes logros de Franco. Coherencia fascista en 2013. Qué pena de país tenemos.
¿Merece la pena tener estos debates? Decir sin más que no puede ser un error. En la Inmaculada Transición, historiadores serios le pararon los pies a Ricardo de la Cierva (por cierto, el que negaba que hubiera sido la Legión Condor la que arrasó Guernika) o a Salas Larrazabal (el que decía que Franco había asesinado menos que los que mueren un fin de semana en accidente automovilístico). Así, bajando al nivel de los propagandistas del franquismo, pudieron contrarrestar sus argumentos. Luego, se pusieron estupendos. ¿Cómo iban Santos Juliá o Álvarez Junco a discutir con indocumentados como César Vidal, Pío Moa o Jiménez Losantos? Esa renuncia -que tiene una parte claramente comprensible- les dejó el campo libre y terminaron presentando el Diccionario Histórico, financiado por dinero público y elogiado por Rajoy, donde Azaña es un roba gallinas y Franco un héroe de la patria que gobernó este país como cualquier otro presidente democrático.
Pero tampoco está claro dónde se debe dar esa batalla. ¿En los platós de las televisiones que hicieron cotidianos los excesos que terminaría asumiendo en su quehacer de gobierno el Partido Popular? Cuando no se comparten los mínimos de decencia democrática ¿para qué discutir? ¿No es una forma de naturalizar esas opiniones que en otros países incluso están penadas por formar parte de la apología del fascismo? ¿No colaboramos a darle carta de normalidad a personas que en una democracia más sólida no podrían estar en los medios?
La fauna de estos programas sigue perteneciendo a la España del esperpento -una España atrasado, anclada en el Antiguo Régimen, predemocrática-. No es fácil bajar al nivel de un banquero que no ha devuelto el dinero que robó en su día y por lo que fue condenado, de un político madrileño que siempre sale en las conversaciones sobre el Tamayazo o en discusiones inmobiliarias, de un tertuliano hijo de falangista que llamó en ese mismo programa “zorra” a una consejera catalana, de un historiador profesor de instituto que si fuera coherente con lo que dice -y uno quiere pensar que es solamente retórica fascista más que fascismo real- volvería a fusilar al amanecer, de provocadores que se jactan de tener sexo con menores, de tertulianos con el eje de gravedad sospechosamente inclinado y que salen en las noticias por altercados en bares nocturnos…
Los abajo firmantes en el Reino de España siguen siendo los famosos. Andamos flojos de intelectuales y de premios Nobel. ¿Se solventa esa ausencia habitando en las televisiones? ¿No hay otro reconocimiento que el de los medios? ¿Por qué este país ya no es capaz de poner en antena un debate pausado con expertos sobre el tema como lo fue en su día La Clave? ¿Si las cosas no son divertidas, vertiginosas y con efectos especiales ya no interesan? ¿No somos capaces nada más que de monólogos que sean una sucesión de chistes? Alberto San Juan está intentándolo de otra manera contando su Autorretrato de un joven capitalista español donde revisita la transición. La Tuerka y Fort Apache intentan otro tipo de debates ganándose el interés de las nuevas generaciones. Editoriales como Traficantes de sueños se atreven a hacer las cosas de manera diferente… Hay más alternativas en marcha de las que imaginamos. En la política, en los medios, en la cultura.
Mientras, los debates en las grandes cadenas siguen mirándonos con su hambre atrasada, ojos de león antes del festín; enfrente, el cordero que sonríe porque cree que sabe lo que está haciendo. Forma parte ya de la merienda del felin