Salvo improbable pacto de gran traición, solo salen dos finales de este fragmentado Congreso: o investidura de Pedro Sánchez o nuevas elecciones
Ignacio Escolar
1. Hasta el rey Felipe lo da ya por inevitable: Mariano Rajoy no va a lograr los apoyos suficientes para conseguir su investidura. Por mucho que la derecha insista en la falacia de la lista más votada, la democracia española es parlamentaria, el PP no tiene los apoyos suficientes y es dudoso que los vaya a conseguir, incluso con las nada disimuladas presiones del poder económico sobre el PSOE y su líder. Salvo pacto de gran traición –no la llamen gran coalición, que así hasta suena digno–, solo salen dos finales de este fragmentado Congreso: o investidura de Pedro Sánchez o nuevas elecciones en unos meses. Para cualquier otra cosa no parece que haya hoy demasiadas posibilidades.
2. ¿Y un cambio de candidato en el PP a última hora, al estilo de lo que ha pasado con Mas en Catalunya? Francamente, me parece improbable. Es el propio Mariano Rajoy quien tendría que entregar su cabeza y dudo que veamos tal cosa. A diferencia de lo que pasó en Catalunya –donde las CUP y JxSí tenían miedo a que unas nuevas elecciones mermasen su mayoría parlamentaria y enterrasen todo el procés independentista– el PP está convencido de que, si volvemos a votar, les irá igual o mejor que el 20 de diciembre. Tampoco hay prisa por entregar la cabeza de Rajoy porque nadie la pide: el PSOE ya ha dicho que ni siquiera así aceptaría apoyar la investidura de alguien del PP.
3. La estrategia del PP parece clara: demonizar a los nacionalistas y a Podemos para complicar la investidura a Pedro Sánchez –y su situación interna– y apostar por que volvamos a votar cuando el líder socialista también fracase. Es posible que, después de la votación, las cartas no cambien tanto. Pero si en una segunda vuelta se repite el actual bloqueo, el PSOE lo tendría mucho más difícil que ahora para bloquear un Gobierno del PP. A eso juega Mariano.
4. Pedro Sánchez tiene más posibilidades que Mariano Rajoy para salir elegido presidente con el actual Parlamento. Es una evidencia: el PSOE tiene menos enemigos que el PP en esta cámara. Por eso el socialista Patxi López preside el Congreso; por eso el PP ni siquiera se atrevió a proponer un candidato que sabía con certeza que saldría derrotado.
5. Que Sánchez lo tenga ahora mejor que Rajoy no significa que el PSOE y su líder lo tengan fácil: tienen que cuadrar el círculo y hay dos recetas igualmente complejas. La primera: voto afirmativo de Podemos, IU y PNV, más abstención de los demás nacionalistas y Ciudadanos. La segunda: voto afirmativo de Ciudadanos y PNV, más abstención de los demás nacionalistas y Podemos. El principal problema, obviamente, es el modelo de Estado: cómo meter en un mismo acuerdo de investidura, aunque sea en distintas posiciones, el referéndum de Podemos y los nacionalistas y el unionismo de Ciudadanos.
6. A priori, y así lo asumen todos los partidos, un adelanto electoral a quien más beneficia es a Podemos (y también al PP, aunque no tanto) y a quien más perjudica es a Ciudadanos (y también al PSOE, aunque no tanto). Estas expectativas son el mejor mapa para entender la posición de cada uno de los partidos ante el posible pacto con el PSOE; su margen de maniobra y cuánto están dispuesto a ceder para alcanzar un acuerdo. Sin embargo, en el caso de que se repitan las eleciones, estas expectativas pueden cambiar, dependiendo de cómo hayan ido las negociaciones: el electorado puede castigar a quien considere responsable de ese fracaso.
7. La encuesta que hoy publicamos apunta una tendencia que probablemente no va desencaminada: si se repiten elecciones, lo que gane Podemos y el PP saldrá respectivamente del PSOE y Ciudadanos, pero los dos bloques apenas se moverán en número de votos. Tiene su aquel porque la ley electoral puede hacer curiosas carambolas, especialmente si Ciudadanos cae por debajo del 10% y empieza a quedarse fuera en provincias medianas y pequeñas. Con los mismos votos, PP más Ciudadanos podrían sumar menos escaños por los estragos de una ley electoral rocambolesca.