ÁNGEL VILLARINO
El 60% de los servidores públicos españoles tienen más de 50 años, un desequilibrio causado por la falta de renovación de plazas que ya causa estragos en el sistema
El 60% de los servidores públicos españoles tienen más de 50 años, un desequilibrio causado por la falta de renovación de plazas que ya causa estragos en el sistema
El 60% de los funcionarios españoles tienen ya más de 50 años, un desequilibrio causado por la falta de renovación de plazas que causa estragos en el sistema. Los servidores públicos peinan canas pero la mayoría siguen haciendo el mismo trabajo desde que entraron en la Administración, sin posibilidad de pasar a la reserva, entrar en oficina o, en definitiva, adaptar la carga de exigencia física a su edad.
Reconocen que no tienen las mismas fuerzas ni motivación que hace 20 años. Palabras como "agotado", "desganado" y "enfermo" se repiten en las conversaciones. Una sensación que los afecta en lo personal pero que también pagamos en lo colectivo: el rendimiento de los servidores públicos disminuye y comienza a causar problemas palpables, como explican en este reportaje tres funcionarios de distintas ramas: un guardia civil, un funcionario de prisiones y un profesor de Primaria.
La situación ha pasado de grave a crítica a una velocidad pasmosa. En enero de 2009 era fácil toparse en España con un funcionario de menos de 50 años. Más de la mitad de los funcionarios de carrera, un 58%, tenían menos de 50 años. Seis años y un lustro de crisis después, tras varios recortes, falta de recambio y ausencia de nuevas oposiciones, la Administración General del Estado se ha convertido en un cuerpo tremendamente envejecido.
Los datos del 'Boletín estadístico del personal al servicio de las administraciones públicas' reflejan que los funcionarios en la treintena, en cambio, se han reducido un 40%. Un envejecimiento incluso más rápido que el de la población española general.
"O convocan varias promociones de 1.500 plazas o no sé quién va a vigilar a los presos dentro de ocho años. En Valdemoro, donde yo trabajo, somos 256 los que pasamos de 50 años de una plantilla de 420".
"La edad se nota cada vez que tienes que entrar a reducir a un tío, sobre todo uno de esos que se pasa el día en el gimnasio. Nos cuesta un montón. Me ha pasado decerrar todas las puertas y hasta que no vienen cinco o seis compañeros no entra nadie. Cuando eres joven entras más al trapo, tienes que dar muchas leches y abrir muchos partes para que te respeten. Pero al hacerte mayor usas otras técnicas y acabas llegando a un pacto mutuo con los presos: ellos no te dan mucho la lata y a cambio les dejas vivir mejor".
"La verdad es que aprendes a pasar un poco de todo. Antes, por ejemplo, no entraba nada en una cárcel. Ahora entra de todo. Me acuerdo que antes veías a uno liándose un porro, se lo quitabas y parte que te crio. Ahora, como tienen tabaco de liar, ya la tienes montada cuando se lo quieres quitar, aunque huelas el porro. Y al final dices ‘mira, que le den’. Si me pilla con 20 años menos, en vez de decir eso lo agarro por las orejitas y lo llevo directo a aislamiento".
"Los cacheos, por ejemplo, es otra cosa que se nota un montón. Antes le echabas más ganas. Ahora si encuentro algo bien, y si no mañana ya lo pillaré. La verdad es que hemos perdido mucha autoridad con los internos. Recuerdo cuando entrabas y los formabas en el patio, en plan militar. Eran unos ‘yonkarras’ que estaban todo el día drogados, pero dabas una voz y temblaba todo. Nos tenían mucho miedo. Hoy en día es otra historia. Te respetan porque no les falta de nada. Algunos reciben pagas de discapacidad, o de lo que sea, y viven como reyes. Pero si ahora empezáramos a recortar todo el sistema de asistencia a los presos, las cárceles serían ingobernables".
"Lo peor, casi más que los presos, son las escaleras. Son un montón de tramos cada día y cada vez tenemos las rodillas más jodidas. Y luego ponte a abrir 72 puertas así de gordas y ciérralas con un cerrojo. Terminas hecho polvo. Y si te toca guardia de noche, te revientas la espalda porque las sillas y el material que tenemos es de pena. Si vieras la cantidad de funcionarios de prisiones que tienen problemas de espalda alucinarías. En mi guardia tengo a tres compañeros esperando a operarse".
"Yo antes tenía fuerzas hasta para jugar con los niños al fútbol. Lo daba todo en este trabajo, que es muy exigente. Ahora lo intento, pero llego muy cansado. Con la edad pierdes frescura, el cuerpo no te aguanta. Tenemos más años y más niños y nos sentimos todos agotados. Le pasa también a muchos de mis compañeros, aquí la mayoría llevamos más de 30 años y nos queremos jubilar, algo que antes no pasaba. El problema no es tanto que se haya retrasado la edad de jubilación, sino que no salen plazas nuevas, de manera que ya no entra gente joven y cada vez hay más niños por clase y menos manos para ocuparse de ellos”.
"Los mayores tenemos más experiencia pero mucha menos energía física, y menos entusiasmo. También tenemos menos habilidades para el uso de nuevas tecnologías. Los maestros más jóvenes han crecido ya en ese lenguaje y nosotros casi nos estamos iniciando en ello. También el inglés lo manejamos peor, lógicamente, porque nosotros en nuestra época estudiábamos francés”.
"Lo que no aportan los más jóvenes es renovación de conceptos, porque en la facultad les enseñan lo mismo desde hace 100 años, no se ha evolucionado nada en ese sentido. Yo diría que nosotros, gracias a las escuelas de verano, entramos con ideas más progresistas y con ganas de experimentar. Los jóvenes se encuentran con un ecosistema más duro y están mucho más preocupados por la conducta de los niños de lo que estábamos nosotros. Vienen con muchas ganas pero muchos son más rígidos y tienen menos ganas de innovar. Cuando yo me presenté a las oposiciones había 13 candidatos por cada plaza. Ahora para una plaza hay 500 o 600 esperando".
"Lo que más me preocupa es que no podemos dedicarle a los niños el tiempo ni las energías que le dedicábamos antes. Está cambiando todo y es mucho más difícil. Sus padres también están mucho más ocupados y eso nos obliga a asumir más responsabilidades. Además, los niños de hoy no tienen mucho que ver con los de hace años, cuando empezamos. Para que las cosas salgan bien tiene que haber jóvenes y veteranos, porque unos aprendemos de otros".
"Lo que más me preocupa es que no podemos dedicarle a los niños el tiempo ni las energías que le dedicábamos antes. Está cambiando todo y es mucho más difícil. Sus padres también están mucho más ocupados y eso nos obliga a asumir más responsabilidades. Además, los niños de hoy no tienen mucho que ver con los de hace años, cuando empezamos. Para que las cosas salgan bien tiene que haber jóvenes y veteranos, porque unos aprendemos de otros".
"Cuando yo entré en el cuerpo, los veteranos se podían ir a la reserva a los 50 años. No es una jubilación total porque te podían llamar en caso de emergencia, pero al menos estás en tu casa. Era una válvula de escape para el que no quería seguir, que se quedaba con un salario decente. Después esa edad mínima pasó a los 56 años. Y ahora ha subido a los 58, con trabas”.
“A eso se suma que hay menos plazas, de modo que lo que ocurre es que en las zonas rurales hay compañeros de servicio que con 55 años siguen corriendo detrás de los delincuentes. A esas edades es razonable seguir trabajando en las oficinas, pero no en los pueblos, en la calle, te falta la energía. Además es que el sueldo es exactamente igual si estás en la calle o en la oficina, así que no hay incentivos”.
“Para trabajar en cuerpos policiales, arriesgando la vida en la calle, el idealismo y las ganas de alguien joven son irremplazables. Incluso aunque estés en forma porque te cuidas y haces deporte, no tienes la motivación de un joven y te vas haciendo más cínico. Estás menos dispuesto a arriesgarte por los demás”.
“Cuando yo entré, no había nadie en la calle con más de 55 años. Ahora puedes encontrarlos hasta de 64 años. Cuando además siguen trabajando por una cuestión económica aunque no tengan ganas, se puede convertir incluso en un problema. Se les podría dar un uso mejor en las oficinas, pero los mandos prefieren tener gente joven con ellos, porque son más dispuestos, más manejables y conocen mejor las tecnologías. Y pueden elegir”.
“Las cosas cuando yo empecé eran mejores en casi todos los sentidos. Con 20 años estuve en patrullas en Collado Villalba. Después en el País Vasco tres años. De ahí pasé a Córdoba de cabo y a los 25 años era comandante. Ahora es mucho más difícil que alguien con esa edad tenga ejercicio de mando".
“A eso se suma que hay menos plazas, de modo que lo que ocurre es que en las zonas rurales hay compañeros de servicio que con 55 años siguen corriendo detrás de los delincuentes. A esas edades es razonable seguir trabajando en las oficinas, pero no en los pueblos, en la calle, te falta la energía. Además es que el sueldo es exactamente igual si estás en la calle o en la oficina, así que no hay incentivos”.
“Para trabajar en cuerpos policiales, arriesgando la vida en la calle, el idealismo y las ganas de alguien joven son irremplazables. Incluso aunque estés en forma porque te cuidas y haces deporte, no tienes la motivación de un joven y te vas haciendo más cínico. Estás menos dispuesto a arriesgarte por los demás”.
“Cuando yo entré, no había nadie en la calle con más de 55 años. Ahora puedes encontrarlos hasta de 64 años. Cuando además siguen trabajando por una cuestión económica aunque no tengan ganas, se puede convertir incluso en un problema. Se les podría dar un uso mejor en las oficinas, pero los mandos prefieren tener gente joven con ellos, porque son más dispuestos, más manejables y conocen mejor las tecnologías. Y pueden elegir”.
“Las cosas cuando yo empecé eran mejores en casi todos los sentidos. Con 20 años estuve en patrullas en Collado Villalba. Después en el País Vasco tres años. De ahí pasé a Córdoba de cabo y a los 25 años era comandante. Ahora es mucho más difícil que alguien con esa edad tenga ejercicio de mando".
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