Jose Luis Bonilla
Antropólogo
No hay nada tan certero como el fallecimiento de un exlíder internacional para palpar el inconsciente colectivo y el trasfondo de lo que esconden tanto los panegíricos como los ajustes de cuentas. Coinciden en estos días los decesos de Hugo Chávez y Margaret Thatcher con la publicación de la biografía de Carrillo por Paul Preston, al poco de su muerte.
Figuras aparentemente no comparables, salvo en el pequeño detalle de que nos invitan a tirar de memoria para recordar unos tiempos marcados por otro aroma que poco o nada tiene que ver con nuestro presente. Si bien el de Chávez es un olor a tiempos recientes y el de Santiago Carrillo nos traslada al imaginario de rudeza y lejía de los años treinta y cuarenta, el aroma a cardado de Thatcher nos sitúa ni demasiado lejos ni excesivamente cerca como para que afloren los luminosos contrastes entre lo que admirábamos entonces y en lo que se han convertido aquellas adhesiones a nuestros lideres de los ochenta y por tanto las transparentes contradicciones entre lo que eramos y ya no somos, lo que creiamos y ya no creemos y sobre todo lo que nos obstinamos en seguir creyendo a pesar de las evidencias en sentido opuesto.
Porque por encima de consideraciones del tipo de si hoy en día existen líderes políticos como los de entonces, si la Thatcher puso las semillas del desmadre financiero o si Merkel es la Thatcher de nuestro tiempo, lo realmente magnífico del asunto es ver cómo quedamos retratados en la concepción que venimos arrastrando sobre la pasión egocéntrica de ejercer el liderazgo, un paisaje en el que se formaron nuestras aspiraciones y que asoma por poner un ejemplo en Esperanza Aguirre, nuestra Iron lady local, cuando en una entrevista en noviembre del año pasado comenta la envidia sana que le produce la ceremonia de la jura de proclamación de Obama, o en esos comentaristas que en periodo post electoral hacen quinielas sobre quienes serán elegidos por el líder para ministro, con la misma ilusión devocional con que de niños esperaban a los reyes magos y otorgando el énfasis emocional al ejercicio del poder desde arriba, más que a la propia elección democrática.
El problema con estos arranques devocionales a los lideres, es que delatan un cierto querer ser eso que admiramos y eso produce ambivalencias de amor-odio que han terminado arruinando la vigencia de esos liderazgos, arrasando de tal forma al lider, que a menudo se han sobrepasado las fobias hasta el punto del trato más injusto y el saldo culposo. ¿Veremos, ya puestos, algún día por parte de Pedro J. Ramirez una loa a Felipe González, similar al rectificado reciente hacia Adolfo Suárez?
No es fácil ver desde dentro estas creencias cuando vivimos impregnados en ellas, como es difícil ver las burbujas cuando se está en su interior. El propio Felipe González acaba de declarar su pesimismo ante la desaparición de las “elites de referencia” institucionales, y es ahora por tanto cuando vemos como se esta modificando la “carga emocional” con que percibimos a quienes nos representan.
Pero podría no ser tan dramático como lo vive González y tantos otros que se empeñan en comparar a Van Rompuy con Jacques Delors o a Hollande con Mitterrand.
Pudiéramos estar asistiendo a una fuerte democratización de los liderazgos, que tal vez no sea tan súbita como parece y que vendría arrastrándose desde los albores del tránsito de formas más absolutistas a formas de mayor consenso y participación, donde los estilos de Churchill, Perón o De Gaulle (o el mismo Fraga), dejaron paso a los Gonzalez, Delors, Mitterrand y la propia Thatcher.
Pero el siguiente paso puede que sea para muchos un salto mortal, sin red, un salto hacia una democracia profunda, donde tal vez se inscribe la demanda de los socialistas gallegos por las primarias y tantos recientes clamores contra las cúpulas, con líderes de periodos cortos, que se manifiesten más como portavoces que como conductores y seductores y por lo tanto completamente fiables e insobornables por su escasa dosis de egocentrismo.
¿No puede ser Ada Colau, precisamente ese nuevo tipo de líder que mientras participa con su colectivo ejerce de portavoz? A veces da la impresión de que si pudiera elegir, elegiría un poco menos de protagonismo y sin embargo quienes tienen dificultades para dar ese salto se empeñan en sospechar en ella todo tipo de ocultos poderes, como si fuera ella quien comiera el coco a los miembros de la PAH.
Siguen tiñendo la realidad de hoy con esquemas de otras épocas y no ven que en cuestión de liderazgos estamos ya muy lejos de la Thatcher y mucho más lejos de La Pasionaria y nos hallamos mucho más cerca del mandar obedeciendo.
Mencionaba en una de sus últimas columnas, Vicente Verdú, el fenómeno de la creatividad grupal, estudiado por el antropólogo Ian Condry en su trabajo Soul of Anime, que muestra la energía de las sinergias emergentes de lo compartido como mucho más potentes que la decadente energía de la competitividad. Tan difícil como le resultó a los movimientos cooperativos sobrevivir a un medio ambiente que privilegiaba el individualismo, le resultará a los proyectos competitivos y a quienes lideren con ese esquema mental, subsistir en un contexto social de fuerte participación compartida.
Si a esa interacción grupal de alta creatividad que vemos en las nuevas generaciones le añadimos lo escarmentados que estamos de elegir lideres que luego son cooptados cuando no directamente comprados, no hará falta seguir cuestionando el empeño que tuvo el 15-M en no permitir que surgieran liderazgos y persistir en las durísimas asambleas, pese a su enorme dificultad y al colapso que se produjo.¡Que pocos han destacado este esfuerzo colosal frente a la insistente mención del aparente fracaso final!
Consideremos pues a Ada Colau como el mejor experimento desde el 15-M y el mejor intento de superar aquel colapso. En el mandar obedeciendo puede consistir el tipo de liderazgo adaptado a esas sinergias emergentes de lo compartido que instauren un modelo sostenido de abajo a arriba ( y no solo para elegir cada cuatro años quien va a gobernar de arriba a abajo) y ahí puede estar el eslabón que sirva de punto y seguido del 15-M
Desistan de su enfermiza relación de amor-odio con Ada Colau. Solo está en su cabeza.
Antropólogo
No hay nada tan certero como el fallecimiento de un exlíder internacional para palpar el inconsciente colectivo y el trasfondo de lo que esconden tanto los panegíricos como los ajustes de cuentas. Coinciden en estos días los decesos de Hugo Chávez y Margaret Thatcher con la publicación de la biografía de Carrillo por Paul Preston, al poco de su muerte.
Figuras aparentemente no comparables, salvo en el pequeño detalle de que nos invitan a tirar de memoria para recordar unos tiempos marcados por otro aroma que poco o nada tiene que ver con nuestro presente. Si bien el de Chávez es un olor a tiempos recientes y el de Santiago Carrillo nos traslada al imaginario de rudeza y lejía de los años treinta y cuarenta, el aroma a cardado de Thatcher nos sitúa ni demasiado lejos ni excesivamente cerca como para que afloren los luminosos contrastes entre lo que admirábamos entonces y en lo que se han convertido aquellas adhesiones a nuestros lideres de los ochenta y por tanto las transparentes contradicciones entre lo que eramos y ya no somos, lo que creiamos y ya no creemos y sobre todo lo que nos obstinamos en seguir creyendo a pesar de las evidencias en sentido opuesto.
Porque por encima de consideraciones del tipo de si hoy en día existen líderes políticos como los de entonces, si la Thatcher puso las semillas del desmadre financiero o si Merkel es la Thatcher de nuestro tiempo, lo realmente magnífico del asunto es ver cómo quedamos retratados en la concepción que venimos arrastrando sobre la pasión egocéntrica de ejercer el liderazgo, un paisaje en el que se formaron nuestras aspiraciones y que asoma por poner un ejemplo en Esperanza Aguirre, nuestra Iron lady local, cuando en una entrevista en noviembre del año pasado comenta la envidia sana que le produce la ceremonia de la jura de proclamación de Obama, o en esos comentaristas que en periodo post electoral hacen quinielas sobre quienes serán elegidos por el líder para ministro, con la misma ilusión devocional con que de niños esperaban a los reyes magos y otorgando el énfasis emocional al ejercicio del poder desde arriba, más que a la propia elección democrática.
El problema con estos arranques devocionales a los lideres, es que delatan un cierto querer ser eso que admiramos y eso produce ambivalencias de amor-odio que han terminado arruinando la vigencia de esos liderazgos, arrasando de tal forma al lider, que a menudo se han sobrepasado las fobias hasta el punto del trato más injusto y el saldo culposo. ¿Veremos, ya puestos, algún día por parte de Pedro J. Ramirez una loa a Felipe González, similar al rectificado reciente hacia Adolfo Suárez?
No es fácil ver desde dentro estas creencias cuando vivimos impregnados en ellas, como es difícil ver las burbujas cuando se está en su interior. El propio Felipe González acaba de declarar su pesimismo ante la desaparición de las “elites de referencia” institucionales, y es ahora por tanto cuando vemos como se esta modificando la “carga emocional” con que percibimos a quienes nos representan.
Pero podría no ser tan dramático como lo vive González y tantos otros que se empeñan en comparar a Van Rompuy con Jacques Delors o a Hollande con Mitterrand.
Pudiéramos estar asistiendo a una fuerte democratización de los liderazgos, que tal vez no sea tan súbita como parece y que vendría arrastrándose desde los albores del tránsito de formas más absolutistas a formas de mayor consenso y participación, donde los estilos de Churchill, Perón o De Gaulle (o el mismo Fraga), dejaron paso a los Gonzalez, Delors, Mitterrand y la propia Thatcher.
Pero el siguiente paso puede que sea para muchos un salto mortal, sin red, un salto hacia una democracia profunda, donde tal vez se inscribe la demanda de los socialistas gallegos por las primarias y tantos recientes clamores contra las cúpulas, con líderes de periodos cortos, que se manifiesten más como portavoces que como conductores y seductores y por lo tanto completamente fiables e insobornables por su escasa dosis de egocentrismo.
¿No puede ser Ada Colau, precisamente ese nuevo tipo de líder que mientras participa con su colectivo ejerce de portavoz? A veces da la impresión de que si pudiera elegir, elegiría un poco menos de protagonismo y sin embargo quienes tienen dificultades para dar ese salto se empeñan en sospechar en ella todo tipo de ocultos poderes, como si fuera ella quien comiera el coco a los miembros de la PAH.
Siguen tiñendo la realidad de hoy con esquemas de otras épocas y no ven que en cuestión de liderazgos estamos ya muy lejos de la Thatcher y mucho más lejos de La Pasionaria y nos hallamos mucho más cerca del mandar obedeciendo.
Mencionaba en una de sus últimas columnas, Vicente Verdú, el fenómeno de la creatividad grupal, estudiado por el antropólogo Ian Condry en su trabajo Soul of Anime, que muestra la energía de las sinergias emergentes de lo compartido como mucho más potentes que la decadente energía de la competitividad. Tan difícil como le resultó a los movimientos cooperativos sobrevivir a un medio ambiente que privilegiaba el individualismo, le resultará a los proyectos competitivos y a quienes lideren con ese esquema mental, subsistir en un contexto social de fuerte participación compartida.
Si a esa interacción grupal de alta creatividad que vemos en las nuevas generaciones le añadimos lo escarmentados que estamos de elegir lideres que luego son cooptados cuando no directamente comprados, no hará falta seguir cuestionando el empeño que tuvo el 15-M en no permitir que surgieran liderazgos y persistir en las durísimas asambleas, pese a su enorme dificultad y al colapso que se produjo.¡Que pocos han destacado este esfuerzo colosal frente a la insistente mención del aparente fracaso final!
Consideremos pues a Ada Colau como el mejor experimento desde el 15-M y el mejor intento de superar aquel colapso. En el mandar obedeciendo puede consistir el tipo de liderazgo adaptado a esas sinergias emergentes de lo compartido que instauren un modelo sostenido de abajo a arriba ( y no solo para elegir cada cuatro años quien va a gobernar de arriba a abajo) y ahí puede estar el eslabón que sirva de punto y seguido del 15-M
Desistan de su enfermiza relación de amor-odio con Ada Colau. Solo está en su cabeza.