dijous, 22 d’agost del 2013
Ruz en PP Corral
Aníbal Malvar
Lo que más me pone a mí, de estos enjuiciamientos y testificales de los chicos del PP, es que se nota que están todos cabreados con todos. Es algo que habrá que agradecerle siempre a este juez Pablo Ruz. Cabrear a lo centrípeto al Partido Popular no es nada fácil. Me explico. Antes, cuando había ley y orden, los políticos, pijas, intelectuales, meapilas, votantes, tertulianos, obispos y porteros de discoteca del PP, cuando se cabreaban, se cabreaban unánimemente contra alguien o contra algo. Centrífugamente. Que tocaba cabrearse con ZP, pues todo el PP se cabreaba con ZP, y tan amigos. Que tocaba cabrearse con los sindicatos, pues toda la masa del PP se cabreaba con los sindicatos, y tan amigos otra vez. Que había que cabrearse con Pilar Manjón por llorar la muerte de su hijo el 11-M, pues todo el PP a decir, para joder, que había sido ETA, y tan amigos una vez más. Los del PP. Todos.
Sin embargo, aquella fasci-fraternal inercia de cabrearse solo con los demás se ha virado. Ya no son todos tan amigos, los del PP. Se ha roto el gran vínculo que los mantenía unidos. La argolla de oro de la cadena. Un dorado y fulgente eslabón perdido llamado Luis Bárcenas. En mi iletrada opinión, y en la de los más grandes analistas políticos de este país, tras los últimos avatares del caso Bárcenas el odio del PP ha dejado de ser centrífugo y ahora es centrípeto. Va hacia dentro. Siguen mordiéndonos a nosotros, pero ahora también se muerden entre ellos. Si esto sigue así, y los miembros y benefactores benefactados del PP se aplican entre sí todo el odio que nos tienen a la libertad y al pueblo, si estalla todo ese odio se destruyen entre ellos, y nos destruyen también a nosotros con la onda expansiva. Hay que tener mucho cuidado con todo ese odio. No nos vayamos a tomar el fin del franquismo a cachondeo, que nos puede explotar en la rosa, en la sonrisa y en el puño.
Todo el mundo sabe que Rajoy va a destruir a Bárcenas y que Bárcenas quiere destruir a Rajoy. Que Arenas quiere entrerrar, como su apellido indica, a Cospedal, y que Cospedal erigiría con sus arenas, las de Arenas, un lejano Desierto de los Caídos diferido. Todo el mundo sabe que Cascos odia a Arenas y a Rajoy, y que Arenas y Rajoy odian a Cascos. Y podríamos seguir así, cartografiando odios en el mapa del PP, hasta acelerar todas las partículas peperas enfrentadas y generar una energía destructiva tan grande como la del 36, que primero les enfrentó a ellos contra nosotros en vil asesinato, después a nosotros contra ellos en noble defensa, y finalmente a nosotros contra nosotros en exaltación de la estulticia. Ganaron ellos, como alguno de vosotros recordaréis.
El problema del PP (y del PSOE), es que cuando hay enfrentamientos en el braguero de ambos partidos no se están enfrentando entre sí unos politiquillos mudables contra otros mudados, sino unos banqueros contra otros, unos constructores contra otros, unas multi farmacéuticas contra otras, unos destructores contra otros. Eso es lo que me ha contado mi psicóloga, que dice que de esto sabe algo.
Mi psicóloga, de hecho, me dice que padezco el síndrome de OK Corral. El síndrome de OK Corral es muy común, y lo sufrimos aquellos que nos creemos que todo va a mejorar, tras un duelo a muerte, si los buenos matan a los malos. Mi psicóloga me ha explicado que los duelos solo se perpetran entre malos y malos. Que los buenos nos escondemos en la cantina o en el granero. Y que, por consiguiente, siempre ganan los malos.
Con todo esto, mi psicóloga, que es muy estudiada, me quiere decir que no contemple impasible cómo el PP o el PSOE se autodestruyen desde dentro, sin ni siquiera hacerse daño el uno al otro. Que piense si se puede hacer alguna otra cosa. Y no me acuerdo si me recetó alguna pastilla. Supongo que sí. Porque en vez de pastilla pronuncio Bastilla, como los borrachos. Va a ser por eso que despedí a mi logopeda y no a mi psicóloga. Va a ser por eso.
Lo que más me pone a mí, de estos enjuiciamientos y testificales de los chicos del PP, es que se nota que están todos cabreados con todos. Es algo que habrá que agradecerle siempre a este juez Pablo Ruz. Cabrear a lo centrípeto al Partido Popular no es nada fácil. Me explico. Antes, cuando había ley y orden, los políticos, pijas, intelectuales, meapilas, votantes, tertulianos, obispos y porteros de discoteca del PP, cuando se cabreaban, se cabreaban unánimemente contra alguien o contra algo. Centrífugamente. Que tocaba cabrearse con ZP, pues todo el PP se cabreaba con ZP, y tan amigos. Que tocaba cabrearse con los sindicatos, pues toda la masa del PP se cabreaba con los sindicatos, y tan amigos otra vez. Que había que cabrearse con Pilar Manjón por llorar la muerte de su hijo el 11-M, pues todo el PP a decir, para joder, que había sido ETA, y tan amigos una vez más. Los del PP. Todos.
Sin embargo, aquella fasci-fraternal inercia de cabrearse solo con los demás se ha virado. Ya no son todos tan amigos, los del PP. Se ha roto el gran vínculo que los mantenía unidos. La argolla de oro de la cadena. Un dorado y fulgente eslabón perdido llamado Luis Bárcenas. En mi iletrada opinión, y en la de los más grandes analistas políticos de este país, tras los últimos avatares del caso Bárcenas el odio del PP ha dejado de ser centrífugo y ahora es centrípeto. Va hacia dentro. Siguen mordiéndonos a nosotros, pero ahora también se muerden entre ellos. Si esto sigue así, y los miembros y benefactores benefactados del PP se aplican entre sí todo el odio que nos tienen a la libertad y al pueblo, si estalla todo ese odio se destruyen entre ellos, y nos destruyen también a nosotros con la onda expansiva. Hay que tener mucho cuidado con todo ese odio. No nos vayamos a tomar el fin del franquismo a cachondeo, que nos puede explotar en la rosa, en la sonrisa y en el puño.
Todo el mundo sabe que Rajoy va a destruir a Bárcenas y que Bárcenas quiere destruir a Rajoy. Que Arenas quiere entrerrar, como su apellido indica, a Cospedal, y que Cospedal erigiría con sus arenas, las de Arenas, un lejano Desierto de los Caídos diferido. Todo el mundo sabe que Cascos odia a Arenas y a Rajoy, y que Arenas y Rajoy odian a Cascos. Y podríamos seguir así, cartografiando odios en el mapa del PP, hasta acelerar todas las partículas peperas enfrentadas y generar una energía destructiva tan grande como la del 36, que primero les enfrentó a ellos contra nosotros en vil asesinato, después a nosotros contra ellos en noble defensa, y finalmente a nosotros contra nosotros en exaltación de la estulticia. Ganaron ellos, como alguno de vosotros recordaréis.
El problema del PP (y del PSOE), es que cuando hay enfrentamientos en el braguero de ambos partidos no se están enfrentando entre sí unos politiquillos mudables contra otros mudados, sino unos banqueros contra otros, unos constructores contra otros, unas multi farmacéuticas contra otras, unos destructores contra otros. Eso es lo que me ha contado mi psicóloga, que dice que de esto sabe algo.
Mi psicóloga, de hecho, me dice que padezco el síndrome de OK Corral. El síndrome de OK Corral es muy común, y lo sufrimos aquellos que nos creemos que todo va a mejorar, tras un duelo a muerte, si los buenos matan a los malos. Mi psicóloga me ha explicado que los duelos solo se perpetran entre malos y malos. Que los buenos nos escondemos en la cantina o en el granero. Y que, por consiguiente, siempre ganan los malos.
Con todo esto, mi psicóloga, que es muy estudiada, me quiere decir que no contemple impasible cómo el PP o el PSOE se autodestruyen desde dentro, sin ni siquiera hacerse daño el uno al otro. Que piense si se puede hacer alguna otra cosa. Y no me acuerdo si me recetó alguna pastilla. Supongo que sí. Porque en vez de pastilla pronuncio Bastilla, como los borrachos. Va a ser por eso que despedí a mi logopeda y no a mi psicóloga. Va a ser por eso.
dimecres, 21 d’agost del 2013
Corre, Mariano, corre
David Torres
Siempre que veo una de esas fotos promocionales de políticos en vacaciones haciendo deporte, inmediatamente me viene a la cabeza aquella frase inmortal de Forrest Gump: “Run, Forrest, run!” El presidente dice que para mantenerse en forma piensa correr diez kilómetros diarios y mi amigo Iván Alonso puntualiza que, si es verdad, con un poco de suerte, en una semana ya estará bien lejos. No tendremos tanta suerte porque Mariano corre como piensa, en círculos, igual que un hámster en su noria. Es uno de esos hombres que cree estar de vuelta de todas partes, más que nada porque la Tierra es redonda.
No se entiende muy bien ese empeño de los asesores de imagen por sacar políticos más bien fofos en poses atléticas; no se sabe si quieren vendernos músculos en lugar de ideas o si pretender hundir definitivamente ciertas marcas de zapatillas. A Zapatero le sacaron un reportaje veraniego en el que se deslizaba ágilmente por una playa y ni siquiera proyectaba sombra en la arena. El photoshop logró imprimir entonces una metáfora de levedad, de transparencia, muy acorde con la gestión zapatera, como si hubiera pasado uno de esos huracanes de los dibujos animados en los que todos los desperfectos se acumulan en la siguiente viñeta: Mariano corriendo junto al marido de Ana Pastor, como si hubiera recibido también en herencia, junto con los cuatro o cinco millones de parados, las ganas de salir por piernas. Pero Mariano, indefectiblemente, deja sombra, mucha sombra, y su sombra, como la del ciprés y la del Prestige, es alargada.
Al correr, Zapatero no hace sombra y Mariano ni se mueve del sitio. La paradoja de Zenón aplicada a España viene a decir que pasar de un presidente a otro es como Aquiles intentando adelantar a una tortuga. Aquí los políticos o se estrellan como Carromero o permanecen en dique seco para no estropear la carrocería. Por eso llevamos cuarenta años clavados en el mismo sitio. Mariano lleva la paradoja al límite porque suele caminar de espaldas, de ahí que parezca estar de vuelta de todo. Primero se dedicó a hacer de don Tancredo, quieto, sin respirar, pero poco a poco fue echándose hacia atrás: los años ochenta, los sesenta, los cuarenta, etc. En esa foto promocional, vestido con pantalones cortos, Mariano podría pasar por él mismo con ocho años: nos lo imaginamos perfectamente haciendo la primera comunión con barba y gafas.
El presidente, fiel al tancredismo, corre sin desplazarse del sitio gracias a que el país marcha de culo y contra el viento, siempre hacia atrás, como los cangrejos. A poco de salir de Ribadumia, Mariano ya estaba otra vez en Ribadumia. Igual que en Könisberg, Kant salía dar a un paseo y los lugareños ponían el reloj en hora, Mariano sale a correr y los españoles desempolvamos los calendarios del siglo XIX. No lo dice por modestia, pero entre sus lecturas de verano, aparte del Marca, va a ponerse al día con los Episodios Nacionales.
Siempre que veo una de esas fotos promocionales de políticos en vacaciones haciendo deporte, inmediatamente me viene a la cabeza aquella frase inmortal de Forrest Gump: “Run, Forrest, run!” El presidente dice que para mantenerse en forma piensa correr diez kilómetros diarios y mi amigo Iván Alonso puntualiza que, si es verdad, con un poco de suerte, en una semana ya estará bien lejos. No tendremos tanta suerte porque Mariano corre como piensa, en círculos, igual que un hámster en su noria. Es uno de esos hombres que cree estar de vuelta de todas partes, más que nada porque la Tierra es redonda.
No se entiende muy bien ese empeño de los asesores de imagen por sacar políticos más bien fofos en poses atléticas; no se sabe si quieren vendernos músculos en lugar de ideas o si pretender hundir definitivamente ciertas marcas de zapatillas. A Zapatero le sacaron un reportaje veraniego en el que se deslizaba ágilmente por una playa y ni siquiera proyectaba sombra en la arena. El photoshop logró imprimir entonces una metáfora de levedad, de transparencia, muy acorde con la gestión zapatera, como si hubiera pasado uno de esos huracanes de los dibujos animados en los que todos los desperfectos se acumulan en la siguiente viñeta: Mariano corriendo junto al marido de Ana Pastor, como si hubiera recibido también en herencia, junto con los cuatro o cinco millones de parados, las ganas de salir por piernas. Pero Mariano, indefectiblemente, deja sombra, mucha sombra, y su sombra, como la del ciprés y la del Prestige, es alargada.
Al correr, Zapatero no hace sombra y Mariano ni se mueve del sitio. La paradoja de Zenón aplicada a España viene a decir que pasar de un presidente a otro es como Aquiles intentando adelantar a una tortuga. Aquí los políticos o se estrellan como Carromero o permanecen en dique seco para no estropear la carrocería. Por eso llevamos cuarenta años clavados en el mismo sitio. Mariano lleva la paradoja al límite porque suele caminar de espaldas, de ahí que parezca estar de vuelta de todo. Primero se dedicó a hacer de don Tancredo, quieto, sin respirar, pero poco a poco fue echándose hacia atrás: los años ochenta, los sesenta, los cuarenta, etc. En esa foto promocional, vestido con pantalones cortos, Mariano podría pasar por él mismo con ocho años: nos lo imaginamos perfectamente haciendo la primera comunión con barba y gafas.
El presidente, fiel al tancredismo, corre sin desplazarse del sitio gracias a que el país marcha de culo y contra el viento, siempre hacia atrás, como los cangrejos. A poco de salir de Ribadumia, Mariano ya estaba otra vez en Ribadumia. Igual que en Könisberg, Kant salía dar a un paseo y los lugareños ponían el reloj en hora, Mariano sale a correr y los españoles desempolvamos los calendarios del siglo XIX. No lo dice por modestia, pero entre sus lecturas de verano, aparte del Marca, va a ponerse al día con los Episodios Nacionales.
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