David Torres
Siempre que veo una de esas fotos promocionales de políticos en vacaciones haciendo deporte, inmediatamente me viene a la cabeza aquella frase inmortal de Forrest Gump: “Run, Forrest, run!” El presidente dice que para mantenerse en forma piensa correr diez kilómetros diarios y mi amigo Iván Alonso puntualiza que, si es verdad, con un poco de suerte, en una semana ya estará bien lejos. No tendremos tanta suerte porque Mariano corre como piensa, en círculos, igual que un hámster en su noria. Es uno de esos hombres que cree estar de vuelta de todas partes, más que nada porque la Tierra es redonda.
No se entiende muy bien ese empeño de los asesores de imagen por sacar políticos más bien fofos en poses atléticas; no se sabe si quieren vendernos músculos en lugar de ideas o si pretender hundir definitivamente ciertas marcas de zapatillas. A Zapatero le sacaron un reportaje veraniego en el que se deslizaba ágilmente por una playa y ni siquiera proyectaba sombra en la arena. El photoshop logró imprimir entonces una metáfora de levedad, de transparencia, muy acorde con la gestión zapatera, como si hubiera pasado uno de esos huracanes de los dibujos animados en los que todos los desperfectos se acumulan en la siguiente viñeta: Mariano corriendo junto al marido de Ana Pastor, como si hubiera recibido también en herencia, junto con los cuatro o cinco millones de parados, las ganas de salir por piernas. Pero Mariano, indefectiblemente, deja sombra, mucha sombra, y su sombra, como la del ciprés y la del Prestige, es alargada.
Al correr, Zapatero no hace sombra y Mariano ni se mueve del sitio. La paradoja de Zenón aplicada a España viene a decir que pasar de un presidente a otro es como Aquiles intentando adelantar a una tortuga. Aquí los políticos o se estrellan como Carromero o permanecen en dique seco para no estropear la carrocería. Por eso llevamos cuarenta años clavados en el mismo sitio. Mariano lleva la paradoja al límite porque suele caminar de espaldas, de ahí que parezca estar de vuelta de todo. Primero se dedicó a hacer de don Tancredo, quieto, sin respirar, pero poco a poco fue echándose hacia atrás: los años ochenta, los sesenta, los cuarenta, etc. En esa foto promocional, vestido con pantalones cortos, Mariano podría pasar por él mismo con ocho años: nos lo imaginamos perfectamente haciendo la primera comunión con barba y gafas.
El presidente, fiel al tancredismo, corre sin desplazarse del sitio gracias a que el país marcha de culo y contra el viento, siempre hacia atrás, como los cangrejos. A poco de salir de Ribadumia, Mariano ya estaba otra vez en Ribadumia. Igual que en Könisberg, Kant salía dar a un paseo y los lugareños ponían el reloj en hora, Mariano sale a correr y los españoles desempolvamos los calendarios del siglo XIX. No lo dice por modestia, pero entre sus lecturas de verano, aparte del Marca, va a ponerse al día con los Episodios Nacionales.
Siempre que veo una de esas fotos promocionales de políticos en vacaciones haciendo deporte, inmediatamente me viene a la cabeza aquella frase inmortal de Forrest Gump: “Run, Forrest, run!” El presidente dice que para mantenerse en forma piensa correr diez kilómetros diarios y mi amigo Iván Alonso puntualiza que, si es verdad, con un poco de suerte, en una semana ya estará bien lejos. No tendremos tanta suerte porque Mariano corre como piensa, en círculos, igual que un hámster en su noria. Es uno de esos hombres que cree estar de vuelta de todas partes, más que nada porque la Tierra es redonda.
No se entiende muy bien ese empeño de los asesores de imagen por sacar políticos más bien fofos en poses atléticas; no se sabe si quieren vendernos músculos en lugar de ideas o si pretender hundir definitivamente ciertas marcas de zapatillas. A Zapatero le sacaron un reportaje veraniego en el que se deslizaba ágilmente por una playa y ni siquiera proyectaba sombra en la arena. El photoshop logró imprimir entonces una metáfora de levedad, de transparencia, muy acorde con la gestión zapatera, como si hubiera pasado uno de esos huracanes de los dibujos animados en los que todos los desperfectos se acumulan en la siguiente viñeta: Mariano corriendo junto al marido de Ana Pastor, como si hubiera recibido también en herencia, junto con los cuatro o cinco millones de parados, las ganas de salir por piernas. Pero Mariano, indefectiblemente, deja sombra, mucha sombra, y su sombra, como la del ciprés y la del Prestige, es alargada.
Al correr, Zapatero no hace sombra y Mariano ni se mueve del sitio. La paradoja de Zenón aplicada a España viene a decir que pasar de un presidente a otro es como Aquiles intentando adelantar a una tortuga. Aquí los políticos o se estrellan como Carromero o permanecen en dique seco para no estropear la carrocería. Por eso llevamos cuarenta años clavados en el mismo sitio. Mariano lleva la paradoja al límite porque suele caminar de espaldas, de ahí que parezca estar de vuelta de todo. Primero se dedicó a hacer de don Tancredo, quieto, sin respirar, pero poco a poco fue echándose hacia atrás: los años ochenta, los sesenta, los cuarenta, etc. En esa foto promocional, vestido con pantalones cortos, Mariano podría pasar por él mismo con ocho años: nos lo imaginamos perfectamente haciendo la primera comunión con barba y gafas.
El presidente, fiel al tancredismo, corre sin desplazarse del sitio gracias a que el país marcha de culo y contra el viento, siempre hacia atrás, como los cangrejos. A poco de salir de Ribadumia, Mariano ya estaba otra vez en Ribadumia. Igual que en Könisberg, Kant salía dar a un paseo y los lugareños ponían el reloj en hora, Mariano sale a correr y los españoles desempolvamos los calendarios del siglo XIX. No lo dice por modestia, pero entre sus lecturas de verano, aparte del Marca, va a ponerse al día con los Episodios Nacionales.
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