divendres, 23 d’agost del 2013
¿Puede IU superar al PSOE?
Pablo Iglesias
Según la web El Mundo en Cifras La Vanguardia acaba de hacer pública una estimación de escaños usando los datos del último sondeo del CIS. Presenta un escenario en el que el PSOE obtendría 126 diputados, el PP 122, IU 44 y UPyD 17. El resto de escaños se los repartirían, fundamentalmente, fuerzas políticas de ámbito no estatal. Entre ERC y CIU sumarían 22 (13 y 9 respectivamente) y entre PNV y Amaiur 10 (6 y 4 respectivamente). Los sondeos y sus estimaciones son sólo eso pero permiten simular escenarios políticos sobre los que siempre es útil reflexionar.
Según la web El Mundo en Cifras La Vanguardia acaba de hacer pública una estimación de escaños usando los datos del último sondeo del CIS. Presenta un escenario en el que el PSOE obtendría 126 diputados, el PP 122, IU 44 y UPyD 17. El resto de escaños se los repartirían, fundamentalmente, fuerzas políticas de ámbito no estatal. Entre ERC y CIU sumarían 22 (13 y 9 respectivamente) y entre PNV y Amaiur 10 (6 y 4 respectivamente). Los sondeos y sus estimaciones son sólo eso pero permiten simular escenarios políticos sobre los que siempre es útil reflexionar.
Con semejantes resultados, sólo se me
antojan dos posibilidades para la formación de un gobierno (toda vez que
un acuerdo entre uno de los dos grandes partidos españoles con las
fuerzas moderadas catalana y/o vasca no bastaría para que el gobierno
contara con suficiente apoyo en el Congreso).
La primera posibilidad sería un gran
pacto de régimen que se concretara en un gobierno (monocolor o no)
apoyado en el Parlamento por los diputados del PSOE y del PP. Un acuerdo
así podría contar con el apoyo de las autoridades europeas y los
organismos internacionales así como con el de la patronal e incluso con
el de los sindicatos. Sin embargo, esta opción a la griega haría
peligrar a medio plazo la estabilidad del régimen político español, pues
entregaría definitivamente la hegemonía en la oposición a Izquierda
Unida. Es dudoso que el PSOE se suicidara de tal forma; todavía no es el
PASOK y mucho menos con 126 diputados.
La segunda opción sería un acuerdo de
gobierno PSOE-IU (con gobierno monocolor o no) apoyado en el Parlamento
por los diputados del PSOE e IU, con concursos ocasionales de otros
grupos según las medidas a aprobar. Esta opción sería terriblemente
difícil para Izquierda Unida; mucho más difícil que manejar su
participación en el Gobierno andaluz de la que, de hecho, puede obtener
beneficios si se consolida la imagen de que las medidas populares de
este gobierno autonómico han tenido en IU su condición necesaria. Pero
el gobierno del Estado es, al menos simbólicamente, otra cosa. Aunque la
institucionalidad euro-alemana hace de España poco más que una
provincia sin control sobre su política monetaria, sin industrias
suficientes y sin recursos estratégicos que le permitan competir en el
mercado mundial (más allá del turismo), la acción de gobierno sigue
asociada al ejercicio de la soberanía. Hablando en plata: una izquierda
con responsabilidades estatales de gobierno jamás podría decir “tengo
las manos atadas”; cosa que sí se puede permitir un gobernante
autonómico.
Con un PSOE comprometido, como toda la
socialdemocracia europea, con la autoridad de la troika y como fuerza
más votada, hay muy poco espacio para hacer un programa de gobierno
presentable y con capacidad de movilizar a los ciudadanos que se
convierta en una referencia para el Sur de Europa. Quedaría la opción de
apoyar desde el Parlamento sólo las leyes progresistas de ese eventual
gobierno socialista, pero el efecto no sería muy diferente.
Por eso IU debe pelear desesperadamente por el sorpasso;
porque puede que no vuelva a haber otra oportunidad. Indudablemente un
gobierno encabezado por una Izquierda Unida con, pongamos por caso, 100 o
110 diputados, presentaría gigantescas dificultades; habría que
enfrentarse a todos los poderes internacionales imaginables y a la
traición de buena parte de los aparatos del Estado; habría que presionar
a los sectores críticos del PSOE para que tomaran el control de su
partido y apoyaran al gobierno; habría que rendir cuentas con el derecho
a decir de catalanes, vascos y gallegos al tiempo que se les invita a
formar parte de un nuevo proceso constituyente; habría que diseñar una
política exterior inédita en la historia de nuestro país; quien sabe si
no habría incluso que abandonar el euro, con todas las implicaciones que
ello tendría. Podríamos llenar folios y folios de eventuales
dificultades pero se supone que todo aquel que hace política desde un
partido aspira a ser gobierno.
Cualquier observador perspicaz se dará
cuenta de que los espíritus prudentes se sentirían más cómodos como
fuerza subalterna antes que asumir asomarse al abismo de superar al PSOE
y poder formar gobierno como fuerza mayoritaria. Pero la crisis no deja
espacio ya para la prudencia. Por eso IU debe querer ganar; no puede
conformarse con los resultados de unas encuestas que dibujan un panorama
político inmanejable.
¿Cómo superar la subalternidad electoral
respecto al PSOE? Una respuesta concluyente a esta pregunta sería un
fútil ejercicio de arrogancia pero diré, al menos, que para superar al
PSOE es crucial consolidar una imagen y un discurso que trasladen, más
allá del espacio de la izquierda ya conquistado, un proyecto alternativo
de país. Se trata de liderar en lo electoral la movilización y el
estado de ánimo de la sociedad para dirigirlos hacia un proceso
constituyente que los concrete en lo político.
Sé que decirlo es fácil pero más fácil es
celebrar unas encuestas que, de confirmarse, nos llevarían a un viaje
de corto recorrido.
dijous, 22 d’agost del 2013
Ruz en PP Corral
Aníbal Malvar
Lo que más me pone a mí, de estos enjuiciamientos y testificales de los chicos del PP, es que se nota que están todos cabreados con todos. Es algo que habrá que agradecerle siempre a este juez Pablo Ruz. Cabrear a lo centrípeto al Partido Popular no es nada fácil. Me explico. Antes, cuando había ley y orden, los políticos, pijas, intelectuales, meapilas, votantes, tertulianos, obispos y porteros de discoteca del PP, cuando se cabreaban, se cabreaban unánimemente contra alguien o contra algo. Centrífugamente. Que tocaba cabrearse con ZP, pues todo el PP se cabreaba con ZP, y tan amigos. Que tocaba cabrearse con los sindicatos, pues toda la masa del PP se cabreaba con los sindicatos, y tan amigos otra vez. Que había que cabrearse con Pilar Manjón por llorar la muerte de su hijo el 11-M, pues todo el PP a decir, para joder, que había sido ETA, y tan amigos una vez más. Los del PP. Todos.
Sin embargo, aquella fasci-fraternal inercia de cabrearse solo con los demás se ha virado. Ya no son todos tan amigos, los del PP. Se ha roto el gran vínculo que los mantenía unidos. La argolla de oro de la cadena. Un dorado y fulgente eslabón perdido llamado Luis Bárcenas. En mi iletrada opinión, y en la de los más grandes analistas políticos de este país, tras los últimos avatares del caso Bárcenas el odio del PP ha dejado de ser centrífugo y ahora es centrípeto. Va hacia dentro. Siguen mordiéndonos a nosotros, pero ahora también se muerden entre ellos. Si esto sigue así, y los miembros y benefactores benefactados del PP se aplican entre sí todo el odio que nos tienen a la libertad y al pueblo, si estalla todo ese odio se destruyen entre ellos, y nos destruyen también a nosotros con la onda expansiva. Hay que tener mucho cuidado con todo ese odio. No nos vayamos a tomar el fin del franquismo a cachondeo, que nos puede explotar en la rosa, en la sonrisa y en el puño.
Todo el mundo sabe que Rajoy va a destruir a Bárcenas y que Bárcenas quiere destruir a Rajoy. Que Arenas quiere entrerrar, como su apellido indica, a Cospedal, y que Cospedal erigiría con sus arenas, las de Arenas, un lejano Desierto de los Caídos diferido. Todo el mundo sabe que Cascos odia a Arenas y a Rajoy, y que Arenas y Rajoy odian a Cascos. Y podríamos seguir así, cartografiando odios en el mapa del PP, hasta acelerar todas las partículas peperas enfrentadas y generar una energía destructiva tan grande como la del 36, que primero les enfrentó a ellos contra nosotros en vil asesinato, después a nosotros contra ellos en noble defensa, y finalmente a nosotros contra nosotros en exaltación de la estulticia. Ganaron ellos, como alguno de vosotros recordaréis.
El problema del PP (y del PSOE), es que cuando hay enfrentamientos en el braguero de ambos partidos no se están enfrentando entre sí unos politiquillos mudables contra otros mudados, sino unos banqueros contra otros, unos constructores contra otros, unas multi farmacéuticas contra otras, unos destructores contra otros. Eso es lo que me ha contado mi psicóloga, que dice que de esto sabe algo.
Mi psicóloga, de hecho, me dice que padezco el síndrome de OK Corral. El síndrome de OK Corral es muy común, y lo sufrimos aquellos que nos creemos que todo va a mejorar, tras un duelo a muerte, si los buenos matan a los malos. Mi psicóloga me ha explicado que los duelos solo se perpetran entre malos y malos. Que los buenos nos escondemos en la cantina o en el granero. Y que, por consiguiente, siempre ganan los malos.
Con todo esto, mi psicóloga, que es muy estudiada, me quiere decir que no contemple impasible cómo el PP o el PSOE se autodestruyen desde dentro, sin ni siquiera hacerse daño el uno al otro. Que piense si se puede hacer alguna otra cosa. Y no me acuerdo si me recetó alguna pastilla. Supongo que sí. Porque en vez de pastilla pronuncio Bastilla, como los borrachos. Va a ser por eso que despedí a mi logopeda y no a mi psicóloga. Va a ser por eso.
Lo que más me pone a mí, de estos enjuiciamientos y testificales de los chicos del PP, es que se nota que están todos cabreados con todos. Es algo que habrá que agradecerle siempre a este juez Pablo Ruz. Cabrear a lo centrípeto al Partido Popular no es nada fácil. Me explico. Antes, cuando había ley y orden, los políticos, pijas, intelectuales, meapilas, votantes, tertulianos, obispos y porteros de discoteca del PP, cuando se cabreaban, se cabreaban unánimemente contra alguien o contra algo. Centrífugamente. Que tocaba cabrearse con ZP, pues todo el PP se cabreaba con ZP, y tan amigos. Que tocaba cabrearse con los sindicatos, pues toda la masa del PP se cabreaba con los sindicatos, y tan amigos otra vez. Que había que cabrearse con Pilar Manjón por llorar la muerte de su hijo el 11-M, pues todo el PP a decir, para joder, que había sido ETA, y tan amigos una vez más. Los del PP. Todos.
Sin embargo, aquella fasci-fraternal inercia de cabrearse solo con los demás se ha virado. Ya no son todos tan amigos, los del PP. Se ha roto el gran vínculo que los mantenía unidos. La argolla de oro de la cadena. Un dorado y fulgente eslabón perdido llamado Luis Bárcenas. En mi iletrada opinión, y en la de los más grandes analistas políticos de este país, tras los últimos avatares del caso Bárcenas el odio del PP ha dejado de ser centrífugo y ahora es centrípeto. Va hacia dentro. Siguen mordiéndonos a nosotros, pero ahora también se muerden entre ellos. Si esto sigue así, y los miembros y benefactores benefactados del PP se aplican entre sí todo el odio que nos tienen a la libertad y al pueblo, si estalla todo ese odio se destruyen entre ellos, y nos destruyen también a nosotros con la onda expansiva. Hay que tener mucho cuidado con todo ese odio. No nos vayamos a tomar el fin del franquismo a cachondeo, que nos puede explotar en la rosa, en la sonrisa y en el puño.
Todo el mundo sabe que Rajoy va a destruir a Bárcenas y que Bárcenas quiere destruir a Rajoy. Que Arenas quiere entrerrar, como su apellido indica, a Cospedal, y que Cospedal erigiría con sus arenas, las de Arenas, un lejano Desierto de los Caídos diferido. Todo el mundo sabe que Cascos odia a Arenas y a Rajoy, y que Arenas y Rajoy odian a Cascos. Y podríamos seguir así, cartografiando odios en el mapa del PP, hasta acelerar todas las partículas peperas enfrentadas y generar una energía destructiva tan grande como la del 36, que primero les enfrentó a ellos contra nosotros en vil asesinato, después a nosotros contra ellos en noble defensa, y finalmente a nosotros contra nosotros en exaltación de la estulticia. Ganaron ellos, como alguno de vosotros recordaréis.
El problema del PP (y del PSOE), es que cuando hay enfrentamientos en el braguero de ambos partidos no se están enfrentando entre sí unos politiquillos mudables contra otros mudados, sino unos banqueros contra otros, unos constructores contra otros, unas multi farmacéuticas contra otras, unos destructores contra otros. Eso es lo que me ha contado mi psicóloga, que dice que de esto sabe algo.
Mi psicóloga, de hecho, me dice que padezco el síndrome de OK Corral. El síndrome de OK Corral es muy común, y lo sufrimos aquellos que nos creemos que todo va a mejorar, tras un duelo a muerte, si los buenos matan a los malos. Mi psicóloga me ha explicado que los duelos solo se perpetran entre malos y malos. Que los buenos nos escondemos en la cantina o en el granero. Y que, por consiguiente, siempre ganan los malos.
Con todo esto, mi psicóloga, que es muy estudiada, me quiere decir que no contemple impasible cómo el PP o el PSOE se autodestruyen desde dentro, sin ni siquiera hacerse daño el uno al otro. Que piense si se puede hacer alguna otra cosa. Y no me acuerdo si me recetó alguna pastilla. Supongo que sí. Porque en vez de pastilla pronuncio Bastilla, como los borrachos. Va a ser por eso que despedí a mi logopeda y no a mi psicóloga. Va a ser por eso.
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