dilluns, 15 de maig del 2017

CAMPO DE CRIPTANA 18






Derrotada Le Pen, desenmascarar a Macron

JUAN CARLOS MONEDERO
Cada vez que hay crisis económica -y en el capitalismo siempre hay crisis cíclicas cada vez más agudas- el statu quo aprieta las clavijas para mantener sus beneficios. Cuando ya no puedes apretar a los países del sur -incluso con guerras, como la que están preparando en Venezuela-, a la naturaleza y a las generaciones futuras -vía deuda-, la explotación regresa a la vieja Europa que apenas aguantó medio siglo precisamente exportando los problemas afuera, al futuro o a la naturaleza. Y en especial, como las grandes pagadoras siempre, las mujeres, que sostienen la vida y sus cuidados a un precio incalculable por las grandes compañías, cuando no sirven como mano de obra barata, flexible y silenciada.
La democracia liberal, asentada sobre una economía guiada por el beneficio y articulada por el mercado, siempre pone en marcha cuatro tipos de estrategias en las crisis, jerarquizándolas en virtud del peligro que represente la alternativa. Cada una tiene su momento, pero suelen aparecer rasgos de todas en cada situación histórica concreta. La primera es convencer de que no hay ninguna otra salida. Los premios Nobel y los académicos son muy útiles en esa fase. En segundo lugar, articular una gran coalición entre los dos grandes partidos y sus satélites -que es otra manera de decir que no hay alternativa-, de manera que se junten las lógicas de “centro-izquierda” y “centro-derecha” en un remix cargado grasas saturadas. Es el momento de los periodistas del establishment y de los beneficiados por el sistema, también, claro está, de la universidad. La tercera, buscar a un populista de derechas -Trump, Rivera, Le Pen-, que agitará los excesos del sistema pero nunca cambiará el sistema (ahí están los vacíos cien días de Trump), y que ofrecerá identidad y más identidad para que la gente sacie el hambre real que tiene y va a seguir teniendo. Es el momento del periodismo pantuflo y de la telebasura. El cuarto, cuando fallan los demás, es el autoritarismo, la represión policial o militar, el estado de excepción o las bandas fascistas, neonazis o paramilitares toleradas por el poder. En todas ellas, las mayorías van a pagar los platos rotos por las minorías.
Le Pen es la fase del populismo de derechas. Muy evidente. Macron es la fase de la gran coalición, que siempre es una mentira encubierta. El neoliberalismo aún no ha sido desenmascarado. Y por eso llegamos a callejones sin salida como el de este domingo en Francia. Cuando un fascista da una paliza, niega el Holocausto o desprecia a los inmigrantes es muy fácil identificar el acto de fuerza. Cuando Macron afirma, como recuerda Olga Rodríguez, que “hay que dejar de proteger a los que no pueden y no van a tener éxito”, genera y justifica mucho más dolor que las bandas fascistas, pero es más difícil identificarlo.
Había que pararle los pies a Le Pen, porque su entrada en el gobierno es la naturalización del fascismo. Era echar por la borda medio siglo de lucha contra la inhumanidad de los campos de concentración, del colaboracionismo, del exterminio y el genocidio. Pero ese gesto de tantas francesas y franceses que han ido a votar a Macron con el alma rota, tiene que servir para lograr desenmascarar a ese nuevo enemigo de la gente. Porque Macron son las privatizaciones, los recortes, la pobreza y la angustia de los ancianos, la venta de armas a países en conflicto, el apoyo a las guerras en Siria o Irak, el sostén de dictaduras en África, el aliento a la guerra civil en Venezuela, la banlieu de las grandes ciudades francesas donde el Estado ya no existe, el fin de las universidades públicas, el reinado incuestionado del capital financiero y el mantenimiento de una Europa al servicio de los mercaderes. La patronal francesa tiene a Macron para seguir apuntalando el nuevo contrato social sin derechos, y sigue teniendo el plan B de Le Pen. Por eso, desde este mismo lunes, toca desenmascarar a Macron. Porque, de lo contrario, el Plan B se activará más temprano que tarde y cogerá desprevenida a la Francia demócrata. Ponerlos en el mismo saco es inadmisible para mucha gente. Y la apuesta meridiana de Le Pen por el odio de raza la convierte, incuestionablemente, en enemiga de cualquier demócrata. Ya hemos arreglado cuentas con Le Pen. Ahora, para que no siga recibiendo apoyos, vamos a arreglar cuentas Macron y su defensa del neoliberalismo. Vamos a arreglar cuentas con ese, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, “fascismo social” que envuelto en ropajes democráticos prepara el camino para la violencia, la exclusion y la guerra.
La derecha corrupta ha votado a Macron y a Le Pen. Algunos amigos de la izquierda, llenos sin duda de dignidad, se han abstenido o votado en blanco. Es comprensible. La izquierda del Partido Socialista y la mitad de la Francia Insumisa ha decidido pararle los pies al fascismo votando a Macron. Sin duda les habrá costado en enorme esfuero. Pero ahí están las fuerzas para empezar de nuevo.
Nunca una derrota fue tan necesaria ni una victoria tan amarga. Ojalá este dolor sirva para que Francia sepa reinventar su revolución francesa, su Comuna de París, su resistencia y, como ocurrió con La 9 y la División de LeClerc, entremos juntos a liberar nuestros países de los enemigos de ayer ahora que ya sabemos que obedecen órdenes de los mismos amos.

diumenge, 14 de maig del 2017

RETORN ALS ORÍGENS

Diuen que sap més el dimoni per vell que per dimoni... Això ens passa als que ja fa anys que pentinem canes, que sabem més pels coneixements i experiències acumulades al llarg de la vida més que no pel que vam aprendre a l’escola.  
Divendres llegia al diari que el líder laborista anglès Jeremy Corbyn planteja nacionalitzar l’energia i els trens, una proposta que, segurament donarà molt que parlar, però encarà se’n parlarà molt més si finalment governen els laboristes i executen aquestes propostes.
Any 1982. La UCD que havia portat a Adolfo Suárez a la Moncloa, estava en franca descomposició. Fins i tot el propi Suárez havia creat un nou partit, el CDS. El triomf del PSOE encapçalat per Felipe González es veia venir. Tothom ho donava per fet.
Fins i tot hi havia qui pensava que amb l’arribada dels socialistes hi hauria canvis radicals. Sé parlava per exemple de nacionalitzar la banca o, al menys, les caixes d’estalvis que, com sabeu, la majoria d’elles depenien de les diputacions provincials i per tant, d’alguna manera ja formaven part de l’estructura administrativa de l’Estat.
El començament va ser prometedor i inesperat. De la ma executora a Miguel Boyer, el superministre d’economia, es va nacionalitzar el grup RUMASA de José María Ruiz Mateos. Però va ser un miratge.
Poc a poc l’Estat es va anar desfent de les companyies industrials, mineres i de serveis que formaven part de l’Institut Nacional d’Indústria (l’INE) De fet, la seva privatització era directament proporcional als excàrrecs del govern que trobaven als seus consells d’administració una jubilació daurada.
Felipe González va ser el primer de soltar llast, ja que segons sembla (ja sabeu que no sóc un expert en res) es va començar per les que pitjor situació econòmica tenien. Però poc a poc hi van anar trobant el gust i es van començar a vendre les joies de la corona: ENHER, ENDESA, Telefónica (no pertanyia a l’INE), etc. Era una manera de fer caixa durant els períodes de crisi econòmica. Després ens venien la moto del miracle econòmic espanyol, però en realitat estaven fent una estratègia econòmica de llibre. Tampoc n’hi havia per a tirar coets com va fer els governs d’Aznar.
La idea de Corbyn no me desagrada, es a dir (tal com diria Rajoy), m’agrada. Però dintre d’un món globalitzat on la gran capital imposa la seva llei, és molt difícil que el pugui portar a terme. És una manera de retornar als orígens del socialisme, però molt me temo que es quedaran a mig camí, si és que arriben tan lluny...
La gran errada del socialisme (en general) va ser deixar-se influir fins abraçar les tesis del Capitalisme o del Neoliberalisme, es a dir, el que estic repetint sovint en aquests darrers mesos: Perdre els seus orígens. Sempre s’ha dit que els partits (com qualsevol col·lectivitat) està per sobre dels individus, però són alguns d’aquests els que acaben controlant tot el col·lectiu per a fer-lo anar cap els seus interessos personals. Buscar complicitats i convèncer a la resta no és una tasca difícil per aquells líders als qui la gran majoria els hi ha dipositat la seva confiança col·locant-los a la part més alta del partit primer i, posteriorment del govern.
Quan al capital sé li dóna un dit t’acaba prenent el braç. Recuperar el que s’ha perdut necessita d’una altra revolució, però la societat (en general) està massa acomodada per aixecar-se del sofà.      

LA CIUTAT QUE VOLEM 14-05-2017

Illa de contenidors del carrer Brasil. 

Li ha faltat una derrera empenta... Segur que hauria entrat!